La Piedra #5

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del pecho y comenzó a dar brincos. Lo abracé fuertemente mientras él se despedazaba en mis brazos. Gritaba, berreaba. Pasados unos minutos, me alejó de su cuerpo para vomitar todo lo que había entrado a su organismo. Me acerqué cautelosa. Lo encontré empapado en un líquido negruzco. Del baño tomé una toalla blanca y la pasé por su cuerpo pequeño y moreno, le quité el vómito y la sangre del rostro. Nos levantamos al mismo tiempo. Él me tomó de las manos. -Tengo hambre. Esta vez sonaba como un niño pequeño. Mi pecho, que aún continuaba abierto, mostraba el siguiente banquete: comía con más tranquilidad y cada vez que tomaba una de mis alegrías sonreía infantilmente. Se llevó a la boca mis gritos de júbilo: cuando tenía seis años, el olor del jabón que usaba mi abuela, las manos cálidas de mi madre, los besos de aquel joven, la compañía de aquel perro. Esta vez, de la comisura de los labios le resbalaban gotas de miel. -¿Hace cuánto que estás conmigo? -Yo he estado contigo siempre. Ahora cierra tu pecho; termina de vestirte y ve a esa entrevista. No tengas miedo de ser quien eres, todo lo malo y lo bueno ya me lo tragué yo. Ya te liberé de tu carga. Si tienes que llorar, deja que llore por ti. Si quieres morir, deja que muera por ti. Si tienes intenciones de abandonar la lucha, deja que yo la abandone por ti. Le di un beso en la mejilla. Terminé de abotonarme la camisa azul, me puse los tenis y me vi en el espejo del ropero. Y ahí estaba, frente a mí, del otro lado del espejo, sonriéndome.

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