Revista Intravenosa 12

Page 77

El fin del mundo en 9 cigarrillos

I

por Pablo Chavarría

ba a ser la última vez que comería un helado de limón. El mismo se derretía corroyéndose en su boca, se iba mezclando con un hilo de sangre fruto de su bruxismo y, juntos, de a poco perdían su forma con las bocanadas de humo que mecánicamente atraía hacia su cuerpo. Ya no eran ni palabras ni recuerdos, ya no llegaban a nada. Esa mañana soñó con un piano que le anunciaba que existía de verdad, sólo que él lo había olvidado con imágenes de vidas anteriores. Caminó en sentido contrario a la gente que corría. Tanta gente repetida como tantas baldosas hubiera por las veredas. Algunas personas miraban hacia el cielo y otras hacia atrás, mientras él iba empujando como quien espera hablar para no ser escuchado. Todo se volvía púrpura, y mientras caían telgopores, caminaba. Caminaba y se abrazaba a él mismo cantando una canción. Se sentó frente a su balcón y clavó la mirada en el tercer piso. El edifico iba destruyéndose de a poco, y pudo ver cómo los pétalos caían desde la terraza, bailando. Encendió un cigarrillo y dobló una pierna hasta juntarla con la otra, dejando que su pie se inclinara como lo hacen los elefantes cuando se cansan de esperar y se quedan congelados y entreabriendo los ojos, como si la espera fuera un masaje, el que buscan toda la vida y el que nunca les basta. Se quedó inmóvil ahí. Aplastó con la planta del pie lo poco que quedaba del cigarrillo y encendió otro, mientras el sol gris y enfermo se hacía lugar entre sus cabellos. El viento le acomodaba la cabeza y le golpeaba el pelo contra la frente, como las olas del agua que brotaban desde las esquinas arrastrando toda la basura acumulada y coleccionada. Ya era hora de entender que el tiempo, las cuerdas de los laúdes, los zapatos,

las alamedas de las encías y los filtros de tabaco cubano no eran más que una copa levantada entre risas para festejar el elogio a la lentitud y a la autodestrucción. ¿Cómo llegamos a esto? Se preguntaba, encendiendo un cigarro tras otro. Todos los personajes imaginarios se ubicaban de a poco a su alrededor; en esa zona que no era de ningún lado; sobre el aliento de sus sueños y de las coordinaciones de las palabras, tan puras como el amarillo de los dientes de los que iban quedando tirados y desparramados por las calles. Por suerte esta vez pudo traer su piloto. Se levantó y sacó del bolsillo un viejo reloj sin maya. No funcionaba. No podía saber si estaba amaneciendo o si la vida ya era de color ocre. Fue en ese instante, menor a todos los que vivió alguna vez, en el que limpió sus lentes tarareando una melodía de Miles que iba recordando de a poco. Bajó el volumen para apreciar cómo la lluvia alteraba el latido de las ramas y se automedicó una vez más; ya no volvería a escuchar que eso lo iba a matar. Encendió un cigarrillo y pensó: ¿Qué fin del mundo?

79


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.