mis sueños hablo con los insectos. / Ellos me enseñan con qué pinceles pinto mi sombra, / es entonces cuando dejo que mi mano fluya / por el lienzo que me ofrece el suelo blanco de la vida, / danzando, escuchando, amando, mostrando. / La sombra es mi hermana ”. A lo largo de los poemas el enfrentamiento entre lo auténtico e inauténtico se traslada al antagonismo naturaleza-ciudad.
La
ciudad
constituye
la
amenaza
de
cosificación, la despersonalización por absorción del entramado de
la
cosa-mercancía.
La
naturaleza,
siempre
amenazada,
significa el arraigo, un suelo real que se deja tocar entre la irrealidad de las cosas-mercancías de la sociedad tecnológica: “ Soy el gorrión aplastado en el asfalto ”; “ La sinfonía de los
animales de la ciudad es la música que ahora escucho, / la sinfonía de seres que viven en medio de la amenaza diaria / de una muerte de asfalto y ruido, de escaparates y de tedio ”. Denuncia la falsedad de un mundo-artefacto, la falsedad de un mundo de plástico. Mundo-objeto hecho de objetos, de la proliferación de objetos que se suceden e imponen al deseo del individuo,
revelándose
espumillón
y
de
las
al
final
luces),
(una
como
vez
fetiches
despojados
del
famélicos
que
enajenan y hacen sufrir al individuo al imponerle en realidad el deseo
del
saliendo
deseo
del
mismo:
interior
de
“ Escucho
los
alaridos de carencia /
supuestos
paraísos
de
la
abundancia ”; “ La felicidad cosmética deja transparentar el sufrimiento ” ; “ pensamiento licuado y falsificado en frascos ”. Denuncia la indiferencia y deshumanización de un mundo de consumo en el que todo se ha vuelto cosa-mercancía. El poeta a
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