Revista El Pensador # 07

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ciencia y fe

argumentando a favor de lo que voy a llamar una “explicación por estratos”. Con dicha expresión me refiero a que –casi– todo en nuestra experiencia admite una pluralidad de niveles de comprensión. Por ejemplo, quienes asisten a esta conferencia5 habrán caído en la cuenta de que hay una imagen de Charles Darwin proyectada sobre una pantalla frente al auditorio por medio de un reflector digital. Supongamos seguidamente que nos preguntamos por qué la imagen de Darwin aparece aquí en la pantalla. Un primer nivel de explicación respondería diciendo que la imagen de Darwin se nos muestra porque el proyector emite unos patrones de luz y de color que hacen que dicha representación se plasme. Sin embargo, un estrato diferente de aclaración bien podría dar respuesta a la pregunta señalando que la imagen de Darwin en la pantalla implica que el orador está tratando de decir algo importante. Aún incluso otro nivel –todavía más profundo– de la explicación podría interpretar que la efigie de Darwin aparece proyectada en la medida en que los organizadores del coloquio, en memoria del bicentenario del nacimiento de Darwin, pensaron que sería una buena idea dedicar una sesión académica a discutir el significado de la evolución para las diferentes disciplinas del conocimiento humano. En efecto, caigamos ahora en la cuenta de que dichos tres estratos de explicación nos proporcionan respuestas apropiadas, y que además todas resultan ser completamente compatibles entre sí. En la medida en que cada una se encuentra en un nivel distinto de significado, no hay conflicto entre tales explicaciones. Del mismo modo, sugiero que no existe contradicción necesaria entre una fundamentación teológica de los complejos fenómenos vitales –tales como el origen de la vida, la diversidad, el diseño, etc.– y una interpretación darwiniana de los mismos. Y es que la teología y la ciencia son estratos explicativos diferenciados y totalmente compatibles entre sí; por tanto, no hay oposición alguna en este sentido. La influencia que Dios ejerce en el reino de la vida con respecto a la lista de los fenómenos vitales –tales como la ascendencia,

la diversidad, el diseño, etc.– se asemeja así a la conexión que existe entre el proceso de planificación iniciado por los organizadores de esta conferencia y la imagen de Darwin que se muestra en la pantalla colocada en frente del auditorio. Los organizadores del evento han articulado gentilmente un complejo conjunto de condiciones propicias que nos permiten ahora ver proyectado el retrato del científico. Y es por este motivo que las intenciones de aquéllos deben tenerse en cuenta a la hora de ofrecer una explicación causal de la aparición de la imagen en la pantalla que pretenda ser completa y exhaustiva. Sin embargo, también es cierto que incluso el examen más minucioso de las ondas de luz y de otros factores –físicos y mecánicos– que toman parte en la proyección de esta imagen no nos revelará nada acerca de las intenciones de los organizadores. Así pues, en un sentido paralelo, tampoco el análisis científico más detallado del “mecanismo” de la selección natural, o de la fórmula teórica de Darwin, podrá proporcionarnos entonces una evidencia directa e irrefutable de la ausencia o de la presencia de un significado teológico, o de una intencionalidad divina, en la historia de la vida en la Tierra. Simple y llanamente, la ciencia no está capacitada para detectar y vislumbrar semejante tipo de conexiones causales subyacentes. En definitiva, la perspectiva científica no se enfrenta a la explicación teológica, igual que ésta tampoco interfiere –en modo alguno– con las aproximaciones científicas; más bien al contrario, existe espacio suficiente para las dos vertientes explicativas, lógicamente hablando.

El significado profundo del “drama” Entonces, ¿qué podría significar realmente el drama evolutivo si lo situamos en un nivel diferente al de la ciencia? Aquellos que creen que la teoría de la evolución es contraria a la fe –por lo general– se centran demasiado abstractamente en las causas biológicas o moleculares del diseño, la diversidad y el origen de la vida, en lugar de focalizarse en el “drama” que acontece bajo la superficie de la vida. Sin

embargo, el típico paradigma obsesionado con la noción del diseño inteligente –por medio del cual muchos cristianos convencidos, pero también ateos acérrimos, habitualmente han abordado esta cuestión de Dios y la evolución– es un callejón sin salida. Propongo, pues, adoptar un enfoque más fructífero para la teología: centrarse en la historia de la evolución como un “drama” vital aún incompleto, en lugar de concebirla como una teoría que fabrica diseños. En realidad, los tres elementos que fundamentan la fórmula tripartita de Darwin –así, la contingencia, la previsibilidad y el tiempo– se fusionan inseparablemente para hacer de la vida algo esencialmente dramático. En el delimitado flujo temporal de la vida no hay entonces dos compartimentos mutuamente aislados, etiquetados como los “accidentes” por un lado, y los fenómenos catalogados como “inexorables” por otra parte. Así, azar y necesidad no son conjuntos de acontecimientos mutuamente aislados, como a menudo se cree. Pese a que los científicos –y los filósofos– se esfuerzan en clasificar todos los eventos de la naturaleza entre los puramente accidentales y los que son absolutamente necesarios, lo cierto es que la historia real de la vida no admite ya ser diseccionada y/o segmentada de una manera tan reduccionista y simple. Ciertamente la contingencia, la previsibilidad y el tiempo son entonces tres aspectos inseparables del sustrato narrativo del cosmos, en el que acontece el “drama” de la vida. Una vez más quiero hacer hincapié en que el lugar donde buscar a Dios después de Darwin no se encuentra en el diseño sino en el “drama” de la vida. Así, la cuestión más importante no es si el diseño apunta a la existencia de una deidad, sino más bien si el drama de la vida es un vehículo de significado apropiado. De acuerdo con los estrictos estándares que impone la idea de diseño, la teoría de la evolución parece tambalearse, dando tumbos por múltiples atajos, en un camino que no nos lleva a ninguna parte. En cambio, cuando la evolución darwiniana es afrontada desde una perspectiva dramática, la aparente ausencia de un diseño inteligente y flexible –que se

------------------------------5. El texto que aquí reproducimos fue originalmente presentado en forma de conferencia pública. También ha aparecido ya publicado en forma de artículo: John Haught, “Darwin, Christianity, and the Drama of his Life”, en Revista Portuguesa de Filosofia, Tomo , Fascículo , , pp. -.

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