Alma Mater Noviembre-Diciembre 2019

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Reportaje ALMA MATER

SANTA MARÍA DE GUADALUPE,

PRESENCIA CONSTANTE EN LA HISTORIA DE MÉXICO AL ACERCARSE EL MEDIO MILENIO DE LAS APARICIONES, EL MENSAJE DEL TEPEYAC SIGUE VIGENTE PARA MÉXICO, AMÉRICA LATINA Y EL MUNDO POR ALFREDO ARNOLD

D

e la caída de Tenochtitlán a las apariciones del Tepeyac transcurrieron tan sólo diez años, tiempo insuficiente para que los españoles y los indígenas hubiesen comprendido los hechos trascendentales que ocurrieron en esa década y de los que ellos mismos fueron protagonistas. A partir del Descubrimiento de América todo sucedió muy rápido: en 1492 Colón pisó por primera vez tierra americana, en una isla a la que llamó San Salvador; en 1519 Cortés desembarcó en Veracruz; en 1521 se rindió el imperio azteca, y en 1531 la Virgen de Guadalupe apareció en el Anáhuac. Su llegada dio sentido a todos estos sucesos, que transformaron el mundo. Desde entonces, la Virgen de Guadalupe ha sido no únicamente el símbolo más sólido de la mexicanidad, sino la compañera inseparable de la nación en los capítulos más relevantes de su historia, y la madre espiritual a la que diariamente acuden millones de mexicanos en busca de protección y consuelo.

EL MESTIZAJE

El escenario de Mesoamérica en 1531 tendría que haber sido más que confuso, deplorable. Para entonces habían declinado los grandes pueblos prehispánicos, como los olmecas, cuicuilcas, zapotecas, teotihuacanos y toltecas. Algo quedaba de aliento entre los mayas, pero los poderosos mexicas estaban derrotados. Los conquistadores tampoco la pasaban muy bien. Hernán Cortés se debatía entre la animadversión de sus coterráneos en la metrópoli, la responsabilidad de gobernar a un pueblo desconocido y el ansia de extender su dominio hacia el norte del territorio. La presencia de la Iglesia era escasa. Había tres dominicos, a los que en 1524 se unieron doce franciscanos. Eran pocos, aunque ciertamente dotados de virtudes excepcionales. Entre ellos se encontraban Bartolomé de las Casas, Vasco de Quiroga, Juan de Zumárraga y Toribio de Benavente (Motolinía). En 1525 se creó el primer obispado de la Nueva España, a cargo de fray Julián Garcés, aunque se erigió en Tlaxcala, no en la capital, y apenas en 1530 nació el primer Arzobispado de México, bajo el mando de Zumárraga, a quien precisamente la Guadalupana dirigió su mensaje a través de Juan Diego.


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