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Sylvia Zierer

Fragmentos de un diario berlinés Mientras descolgábamos el teléfono para encargarle a nuestra flamante corresponsal en Berlín un artículo sobre la escalada de violencia racista en Alemania, nos llegaron estas líneas. En ellas nos relata una "pequeña" agresión, una de entre las miles de cada día en el corazón del nuevo Imperio. Los autores no son cabezas rapadas ni ióvenes neonazis. Las víctimas son las que te imaginas. Hoy, para poder escribir sobre el horror del racismo basta con coger el autobús.

T

ercera incursión en Berlín. Decidiendo el tema del próximo artículo. Posibles titulares: "Este Berlín Oeste" o "Propiedad capciosa de la suma y el producto". Quizá resulte demasiado críptico. Llega el autobús ciento veintinueve lanzando un quejido al abrir las puertas . Acomodo con torpeza el equipaje en el lugar que le asignan los iconos blanquiazules adheridos bajo la ventana. Tras varias maniobras infructuosas desplazo la mayor de las maletas a un compartimento más amplio, al tondo del vehículo. Un esquemático dibujo advierte que el espacio está reservado a menores de cuatro año s y mayore s acompañados de cochecito. Justifico mi decisión de contravenir las normas al avistar a la izquierda un maletón de las mismas características que el que me di spongo a dejar. A la derecha. un perro de cuya raza no quiero acordamle jadea y me observa desconfíadamente. al igual que su dueña. temerosos -más el primero que la segunda- de que deje caer el bulto sobre su cola. Me di sculpo con ambos esoozando una sonri sa no correspondida y vuelvo a ocupar mi lugar, detrás del conductor. Después de revolotear largo rato, las primeras ideas empiezan a asentarse. pero sin demasiado aplomo. Intento ordenar un discurso acerca del temor que de spertaron en Europa las segundas nupcias de una Alemania que nos habíamos acostumbrado a ver como una viu30

AJOBlANCO I ENERO 1993

da poco dispuesta a según qué trotes. Frente al recelo exterior, una alimaña culpabilizadora va royendo las entrañas de una sociedad demasiado di spuesta en ocasiones él no soltar el silicio del pasado. Desecho y recojo, alternativamente. la idea de la contradicción física de Berlín como alegoría de la contradicción social y política de Alemania. La antigua y futura capital de Alemania se perfila a veces como una enorme cicatriz. Su monumento emblemático se yergue a medio destruir en el corazón de la ciudad. donde conviven lujo. despilfarro. lumpeno ciudadanos de a pie y el peso de la guerra. concentrado en una pancarta negra: "Lugares del horror que no debemos olYidar jamás'". Sigue una lista de ciudades identificadas sin remedio con el amarguísimo resabio de sus campos de concentración. En el llamado Scheunenviertel -el barrio judío- en el antiguo Este. cada parque. cada plaza. cada fachada. es susceptible de ser estigmati zada con una placa que la señale como un fragmento particularmente vinculado a la historia del horror (o al horror de la Historia). Es cierto. No se puede olvidar. Pero. ¿por qué razón se concede el "privilegio" de la amnesia ' a otros holocaustos? ¿Por qué no se han desempolvado los recuerdo s de los planes de "higiene racia)" yugoslavos hasta que el análisi s del conflicto actual lo ha hecho necesario? Sigo enhebrando en el hilo del discur-

so consideraciones vueltas del derecho y del revés por la prensa internacional acerca de la unificación, sus costes, sus consecuencias. El conductor del autobús musita el nombre de una estación ininteligible. Baja un pasajero. Suben cuatro. Advierto que tras de mí ocupa su lugar una pareja de rasgos orientales. Al otro lado del pasillo. los pañuelos severamente dispuestos sobre el cabello y anudados bajo la barbilla revelan el origen turco de otras dos mujeres. Pienso en el carácter heterogéneo de un Berlín que se debate entre el cosmopolitismo y la enajenación. y esa idea se infiltra en mi hipotético artículo. Me vienen a la memoria varias anécdotas: Conversaciones con dos españolas morenas. Se confesaron altamente molestas al ser interpeladas en el metro en lengua turca ("¡Confundinne a mí con una turca!"). Graffini en el café Hardenberg. "Extranjeras. no nos dejéis solas con estos alemanes" . Esvásticas en la puerta de una escuela de idiomas. Otra pintada reza: "Nunca más Alemania". Imagino una raya de tiza -caucasiana o no- que separa mis dos mitades, la alemana y la española. Tengo un pie a cada lado y miro alrededor. Mis dos pasaportes empiezan a hostigarse en el bol- ~ FRANf;OIS THANGO Sin título. Finales de los cincuenta. Obra de la Contemporary African Art Collection.


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