Orsai Número 1

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EL CIELO DE HENRY DARGER, UN PROBLEMA

10.080

SOBREMESA

—¿No estás haciendo demasiada alharaca con los 10.080 ejemplares vendidos? —le pregunto al Jorge, un poco en joda y otro poco para hacerlo calentar— Las revistas del corazón venden muchísimo más. A la semana. —Pero nosotros no competimos con las revistas del corazón —me dice—. Ni siquiera estamos en los kioscos de revistas. Eso es una ventaja. —¿Con qué competimos? ¿Con libros? —No. Con nada. —Entonces podríamos tener una tapa completamente en blanco —le digo—. Sin logo y sin dibujo. A lo macho. Las tapas de las revistas están llenas de fotos, de nombres, de temas, porque tienen que competir con otras en los kioscos. —A mí en un punto me dan ganas de poner en la tapa, así como a los gritos: ¡escribe Villoro!, o ¡tenemos a Hornby!, o ¡dibuja Altuna!... Pero después pienso: ¿para qué, si no hay que convencer a nadie? Además arruinás el dibujo de González, que es tan lindo. —Es lindísimo lo de González —concuerdo—. Una portada invernal, con ese mal bicho mirándote de frente. Y también me gusta que el dibujo siga en la contratapa. No tener publicidad es una bendición. —Increíble la cantidad de cosas que te sacás de encima cuando mandás al carajo al marketing tradicional —me dice el Jorge—. No solamente te libera la ausencia de publicidad en las páginas, sino que también te libera la cabeza. En la página cuatro tendría que haber un sumario, pero vamos a estar nosotros diciendo boludeces. El sumario es publicidad, solamente sirve para que la gente pase rápido a la página 40. ¿Lograremos que la revista tenga una lectura lineal? —Todo el mundo va a empezar por Lucas y Alex —le digo—. Siempre empezás por los chistes. —Sí. Pero que después vuelvan para acá. —No seas dictador, que empiecen por donde se les antoje.

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CUÁNTA GENTE.

—No. Por acá. ¿Y si le sacamos el número de página a la revista y que los lectores vayan a ciegas? —Eso es una boludez —le digo—. María no va a querer. —María es la diseñadora —me dice el Jorge—. Nosotros mandamos muchísimo más que ella. —Pero es mi mujer —le recuerdo—. Y tu hermanastra. Y la que hace los panqueques flambeados de dulce de leche. No va a querer. —Pero María es minimalista, capaz que la convencemos. Fijate que eligió tipografías clásicas: Times para texto, Helvética para títulos. Nada de cosas modernas. Una revista a dos columnas, sin justificar, con tipografías que están en cualquier máquina. ¿Por qué no le va a gustar que quitemos el número de páginas? —Porque una cosa es minimalismo y la otra es el capricho de un gordo drogado. —¿Vos tenés ideas propias, o primero te fijás si las cosas le gustan a tu mujer y después decidís? —Lo que podríamos hacer —le cambio de tema— es poner un espejo en las páginas centrales, para que la gente se mire la cara cuando llegue a la mitad de la revista. —¡Es carísimo imprimir un espejo! —me dice el Jorge— Además ya tenemos el presupuesto cerrado. —¿Y desde cuándo te preocupa si algo es caro? ¡Le compraste un pasaje a Seselovsky para que lo hagan deportar! —Sí. Pero ya está. Basta de seguir gastando plata —me dice, sin mirarme a los ojos. —Esa frase no es tuya —le contesto. —Sí es mía. —No. No es tuya. ¿De quién es? No me contesta. —¡De quién es esa frase! —De mi mujer... —responde, bajito. —Más fuerte. —¡De Cristina es la frase, hijo de puta! —No tengo más preguntas.