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MAYO JUNIO 2012
TEXTOS
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CRUZANDO FRONTERAS: TRES INVASIONES EN LA NARRATIVA BRASILEÑA CONTEMPORÁNEA REGINA DALCASTAGNÈ - UNIVERSIDADE DE BRASÍLIA Traducido por Sergio Colina Martín
Distinguir el espacio en la narrativa contemporánea es una tarea tanto más complicada cuanto mayor parece ser la tensión que establece en relación con los personajes que lo atraviesan o que lo ocupan. Desde el momento en que las largas descripciones de la novela del siglo XIX fueron abolidas en nombre de la agilidad de nuestros tiempos, quedó sólo una ambientación mínima, que exige al lector el reconocimiento cuasi instantáneo de los diferentes códigos sociales embutidos en cada situación1. Es decir: si antes teníamos la exhaustiva presentación de muebles, utensilios y vestimentas, además de detalles de la casa y de la calle en la que ésta estaría ubicada, para esclarecer la posición de un determinado personaje, a día de hoy necesitamos atenernos al modo en que dicho personaje habla, cómo gesticula y se comporta delante de los otros, para saber de dónde viene y quién es. Ahora más que nunca, el personaje transporta su propio espacio, por reducido que éste sea. Incluso si lo imaginamos como consumidor —concepción que asimila al individuo a un “canal sobre el que los productos navegan y desaparecen”, en expresión de Raymond Williams (apud Ortiz, 1996, pág. 147)—, su cuerpo es la instancia última para la ostentación de aquello que puede comprar, ya sea el corte de pelo, las formas esculpidas en gimnasios o en mesas quirúrgicas, o el idioma bien pronunciado (especialmente el inglés). Aun cuando se muestren desnudos de cualquier tipo de pertrechos, los personajes contemporáneos pueden hablar de sí mismos y del lugar que ocupan en el mundo. La ilustración visual de este tipo de proceso aparece, por ejemplo, en la evolución de la obra del alemán Hans Holbein (1497-1543). Pintor oficial de la nobleza de Inglaterra, con el transcurso de los años fue retirando de sus cuadros todos los objetos que antes servían para indicar la posición social del retratado. Quedan, al final, ropas discretas y oscuras, casi ninguna joya, apenas el semblante austero, la elegancia contenida, la mirada arrogante; pero, incluso así, siguen siendo evidentes el origen y la posición de esos hombres y mujeres. Cuando el espacio se vuelve constitutivo del personaje, entonces es posible leer, en las marcas de su cuerpo —sean éstas cicatrices, rubor, tartamudez,
1 Cabe apuntar que la reducción de las descripciones en la literatura es también fruto del surgimiento de la fotografía y, sobre todo, del cine, que proporcionaron al público un enorme repertorio de imágenes, haciendo que fuera suficiente que el texto las evocara.