Revista 2384 - Número 1

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JULIO SEPTIEMBRE 2012

VOCES Y SOMBRAS

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EL CÍRCULO Ítalo Ogliari

Traducido por Sergio Colina

Estaba en el centro comercial. Apagué aquel cigarrillo de veintipocos años y la cogí de la mano.

Miedo, quizás. Pero se lo prometí. Seré una buena persona durante el resto de mi vida.

—Te amo, Lúcia —le dije.

Para siempre.

Ella rió. Dijo que eso era una bobada. Que si la amase, no haría esas cosas. Eran las ocho. La miré una vez más.

Y el cigarrillo del viejo se consumía lentamente. Nadie podía quejarse de las facturas elevadas. Quien pagaba la luz y el agua era él. Y aquel cigarrillo, que siempre parecía eterno, se apagó. Tenía que apagarse. Un día iba a apagarse.

El viejo estaba en casa. Yo conocía todo su ritual de baño. Abría el grifo de la ducha, aún vestido, y volvía al dormitorio.

Nada es para siempre.

—Lo digo en serio, Lúcia —dije—. Dame sólo una oportunidad más.

Llevé en coche a Lúcia hasta su casa.

Ella miró al suelo. Buena señal. Cuando la gente mira al suelo es porque el corazón se ablanda. Entonces irguió la cabeza y me besó.

Me pareció bien.

Se ablandaron, también, los músculos del viejo con los años. En la habitación él se desnudaba y se ponía el albornoz. Se encendía un cigarrillo y salía al balcón. Para calentar el baño, decía siempre. Con el beso de Lúcia, me di cuenta de que yo realmente le gustaba. Le invité a una caña y a unas patatas. Ella lloraba.

— ¿Quieres entrar? — preguntó.

El agua tibia corría por el cuerpo blando y rígido del viejo. Siempre fue así. Rígido. Los ojos fijos y la boca seria. Y aquella muralla cansada se camuflaba tras el vapor del baño, escondiendo el resentimiento de una vida triste sin motivos reales. Y tras cuarenta minutos, la ducha se apagaba. En casa de Lúcia, se apagaron las luces.


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