Revista ASEDUIS Bucaramanga, edición 6

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Por lo general, la corrupción va siempre acompañada de pobreza, desigualdad, mesianismo, totalitarismo, porque ésta promueve estos problemas para poder subsistir. Una población bajo condiciones tan precarias de vida, cae casi forzosamente en el proceso de envilecimiento social, ético, económico y político. En Colombia, han sido ampliamente difundidos casos de corrupción que han causado gran impacto social, muy reconocidos por su mote: Foncolpuertos, Dragacol, Banco de Colombia, Banco Andino, Invercolsa, el Proceso 8.000, el Miti-miti, la Yidispolítica, Carimagua, las chuzadas, los falsos positivos, agro ingreso seguro, el carrusel de contratación, entre otros. ¿Recuerda nuestra sociedad todos estos casos? ¿Hay responsables o culpables identificados? ¿Hay aplicación plena de la justicia o, por lo menos, sanción moral por parte de la sociedad? Considero que el problema moral que afecta gravemente a nuestra sociedad radica fundamentalmente en una extensión del mal, pero muy especialmente en el envilecimiento, en aceptar el mal como si no lo fuese, en estar convencido (envilecido?) como si ese mal fuese algo que hace parte de la cotidianidad, de los valores y principios comúnmente aceptados por la sociedad. El envilecimiento es precisamente eso: en aceptar el mal como si no lo fuera. Es aterrador oír, por ejemplo, del alto gobierno, la justificación de las famosas “chuzadas” basada en que “se vienen haciendo hace más de treinta años”, o que “yo solo exijo resultados” sin importar cómo se generen esos mismos resultados, o que un sindicado de un crimen sea entronizado como “héroe de la patria” por un presidente de la República. En este sentido, el prolijo filósofo español Julián Marías plantea dos ácidos interrogantes relacionados con el comportamiento de nuestra sociedad contemporánea: “¿Estamos seguros que fuera de la política impera la honradez? ¿Es verosímil la idea de un pueblo honrado gobernado, más o menos democráticamente, por corruptos?” Por supuesto que no todos los políticos son corruptos, pero la corrupción política es un mal mucho más profundo y plenamente enraizado que hizo metástasis en nuestra sociedad. Ha desarrollado un complejo y casi secreto aparato organizativo que opera paralelamente con la administración pública, desde luego con participación privada, muy eficaz y altamente rentable, del cual usufructúa una mafia de la que hacen parte políticos, contratistas, capitalistas y funcionarios, entre otros3. Con el pasar de los años, la permanencia en el poder de la misma clase política, la consolidación de grupos económicos sin valores éticos, pero sí con valores organizacionales del voraz lucro y de la eficacia como íconos en su cultura empresarial y capitalista neoliberal, junto con la manipulación de los medios y la desesperanza de los sectores críticos de la sociedad, han permitido la aparición de una nueva casta de directivos muy “exitosa” en términos

de resultados “empresariales” o los llamados “ejecutivos habilidosos” muy orientados al cumplimiento de fines que solo satisfacen la apetencia de sus socios, que siempre se habían visto mal, que recientemente se han localizado en nuestra sociedad con su aceptación y hasta con su admiración; este fenómeno social ha propiciado la consolidación de una mafia que se nutre del erario público y es sostenida por estos grupos empresariales privados Bien decía Marías, “siempre ha habido los mismos errores morales, lo que sucede ahora es que se aparenta que no lo son”. Un presidente de la República, hace unos quinquenios, sostuvo que la justa proporción de la corrupción era del 15% del valor de los contratos públicos; recientemente, algunos columnistas afirman que se trata del 20%, tal vez por razones de la inflación. Estas cifras son comúnmente aceptadas en el medio4. Por lo general, un candidato a la presidencia de la república encabeza una alianza de políticos y empresarios que han invertido mucho dinero en su campaña y que aspiran a recuperarlo con exagerados réditos, mediante contratos y puestos, para lo cual, la aplicación de su experticia en corruptos usos y costumbres permiten su intensificación y consolidación como dueños del poder, razón de más de su insistencia en reelecciones o en formas de mesianismo, en las cuales, desde luego, participan o patrocinan las mafias, los clientelistas y los corruptos que se beneficiándose en su ilegalidad5


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