Discursos a mis estudiantes - Charles H. Spurgeon

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comer del mejor trigo de la verdad del Evangelio; "una mujer aborrecida cuando se case," es decir, un pecador cuando se una a Cristo; "una sierva cuando herede a su señora," es a saber, cuando nosotros, que éramos pobres siervos o esclavos bajo la ley, lleguemos a disfrutar los privilegios de Sara, y a hacernos herederos de nuestra señora. Estas son unas cuantas muestras de las curiosidades eclesiásticas, que son tan numerosas y apreciables como las reliquias que se recogen en gran número todos los días en el campo de batalla de Waterloo, y son recibidos por los pocos instruidos como tesoros inapreciables. Pero os he ahitado y no quiero malgastar más vuestro tiempo. Yo creo que no es necesario amonestaros que os apartéis de toda esta clase de extravagantes absurdos. Tales cosas deshonran la Biblia, insultan el sentido común de los oyentes, y humillan al ministro. No es esta la espiritualización que os recomendamos, así como el cardillo del Líbano no es el cedro de Líbano. Guardaos de aquella trivialidad pueril y tendencia atroz de torcer textos, que os hará sabios a vista de los necios, pero necios a vista de los sabios. Nuestro segundo consejo es que nunca espiritualicéis sobre asuntos indecentes. Es necesario advertiros esto, porque la familia de predicadores poco juiciosos, son muy afectos a hablar de cosas que tiñen de sonrojos las mejillas de la modestia. Hay cierta clase de escarabajos que se crían en la inmundicia, y estos animalejos tienen su prototipo entre los hombres. Recuerdo en este momento a un teólogo raro que trataba con un gusto admirable y con una unción sensual, de la concubina hecha diez pedazos. Greenacre mismo no hubiera podido haberlo hecho mejor. ¡Cuántas cosas abominables no se han dicho sobre algunos de los símiles más severos y horripilantes de Jeremías y de Ezequiel! En donde el Espíritu Santo se ha expresado valiéndose de un estilo velado y casto, estos hombres han quitado el velo, y hablado como tan sólo las lenguas sueltas se atreverían a hacerlo. A la verdad yo no soy escrupuloso: lejos de ahí; pero explicaciones del renacimiento que se basan en las analogías sugeridas por una partera; exposiciones minuciosas de la vida de los casados, me encolerizarían y me inclinarían a mandar a imitación de Jehú, que los que tal descaro tienen, fuesen arrojados del puesto elevado que osaran deshonrar por su impudencia desvergonzada. Yo sé que se dice: "Honi soit qui mal y pensé;" pero afirmo que ningún espíritu puro debe estar sujeto al aliento más ligero de indecencia, ni mucho menos en el púlpito. La esposa de César debe estar fuera de toda sospecha, y los ministros de Jesucristo deben ser inmaculados en su vida y en sus palabras. Señores, los besos y abrazos en que se deleitan algunos predicadores, son detestables; seria mucho mejor no predicar sobre el Cantar de los Cantares de Salomón, que tratar de él así como lo han hecho muchos hermanos, con un estilo medio indecente. Los jóvenes deben tener empeño especial en ser escrupulosa y celosamente modestos y puros en sus palabras. A un anciano se le permite más libertad, quién sabe por qué; pero un joven no tendría pretexto alguno, si violara la más perfecta delicadeza. En tercer lugar, nunca espiritualicéis a fin de llamar la atención sobre vuestro propio talento extraordinario. Tal objeto seria malo, y el método empleado seria necio. Sólo un egregio simplón buscará se le guarde consideración especial con motivo de haber hecho lo que casi todos los hombres hubieran podido hacer igualmente bien. Cierto aspirante predicó una vez sobre la palabra "pero," esperando así ganarse el favor de la congregación que, según su modo de pensar, no podía menos de entusiasmarse por el talento de un hermano que podía extenderse tanto al tratar de una simple conjunción. Parece que su asunto era el hecho de que por mucho bueno que hubiera en el carácter de un hombre, o por admirable que fuera en sus circunstancias, siempre se

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