INS IG HTS & INS PIRAT ION
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UN VIAJE DE LUZ Y NATURALEZA PAULINA VILLALOBOS
Después de un largo trayecto involucrada en el trabajo y estudio de la iluminación, siento que el proceso ha sido un viaje cultural a través de la luz, el espacio y las emociones; y a pesar de tener más experiencia, instrucción tecnológica y mayor conocimiento científico, la mayoría de las conclusiones, inspiraciones o reflexiones, en vez de ser complejas, han adquirido mayor simpleza. Creo que la fuente para explorar las respuestas es buscar en la naturaleza, donde la luz se comporta con dramaturgia, a veces mágica y misteriosa, suave y modesta, hiperquinética o tenebrosa. Las impresionantes experiencias vividas en la naturaleza son la enciclopedia a la que recurrir cuando se necesita inspiración o referencias. Humildemente tratamos de recrearlas, pero la naturaleza es insuperable y al mismo tiempo nos entrega una vivencia no exclusiva, sino libre para todos, abundante y generosa. Para iniciar este viaje: hay día y hay noche. Desde niña aprendí de conos y bastones, pero me tomó un largo tiempo el entender que tenemos un par de ojos para el día y otro par totalmente diferente para la noche. Los ojos del día son de precisión y sutilezas de color, es nuestra versión sofisticada del yo. La noche es de contraste y movimiento, se amplía el campo visual como reptil, es nuestra versión instintiva.
DÍA
La primera experiencia de vida con luz fue bajo el cielo de intenso azul oscuro del desierto de Atacama, donde el sol viaja de horizonte a horizonte sin interrumpirse nunca, jamás. Tal vez una tímida nube en alguna parte y dos horas de llovizna pueden haber sido la excepcion alguna vez. En el desierto no se añora la luz, porque siempre está ahí para hacer brillar los colores, con siluetas perfectas, sombras nítidas y afiladas. La luz del sol es de gran personalidad, el blanco es blanco, el verde es verde y el azul es brillante y feliz. No existe palabra para glare porque el deslumbramiento es enceguecedor. El Sol es Dios.
Bajo el sol también puede haber algunos eventos lumínicos, como cuando la brisa hace susurrar las hojas de los árboles y bajo ellas las sombras arman una pista de baile para los círculos de luz que se cuelan en los intersticios del follaje haciendo que el suelo se transforme en un carnaval de bolitas de claroscuros o, cuando el viento despeina el penacho encendido de las ondas del agua, produciendo un festival de destellos sobre la superficie marina. Si te sumerges bajo el agua buceando, los rayos se filtran como lanzas celestes hiperactivas y, al mirar hacia arriba, entre el agua y el cielo se ve un manto encantado, lleno de chispas que dejan las varitas mágicas después de darle la magia del movimiento a las superficies acuáticas. Si subes a las cumbres, la luz eternamente fría y misteriosa se filtra y refleja entre las grietas del hielo glaciar entregando una inexplicable luz cristalina de azul profundo y que luego se desvanece gradualmente hacia los gigantes blancos de nieve solidificada. La luz también puede ser impredecible, cambiar de opinión rápida y elegantemente, como cuando hay desfile de viento y copos nubes ante el sol, comandadas por un “dimmer” bajo el capricho de un indeciso, atenuando la luz solar que se cuela entre suaves sombras y deslumbrantes brillos en tránsito. En muchos lugares, la luz del día comienza con un brillante rayo de sol que le da fin a la madrugada. Luego viene el poderoso azul que invade todo el cielo en jornada completa. Hasta que llega el atardecer, que convoca a todos los colores a la fiesta de despedida del sol (a todos menos al verde), la paleta completa se turna para el adiós y, finalmente rosada, la puesta del sol de fuego enciende arrogante su corte de nubes sobre el horizonte. ¡Que carnaval de colores tendría si yo fuera un pedazo de cielo! El azul deja al amarillo y el naranja al rojo y el ceremonial termina en un púrpura para inaugurar la noche.