Catálogo Splendor Crucis

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Nicolás de Bussy Mignan 1696 Madera policromada y dorada Real, Muy Ilustre, Venerable y Antiquísima Archicofradía de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo Museo de la Sangre (Murcia)

La cuestión iconográfica del Ecce Homo en Murcia aparece marcada por la presencia de la milagrosa efigie que, bajo la denominación del Cristo de las Penas, recibió culto desde, al menos, el siglo XVII en el templo de los carmelitas calzados de la ciudad. Precisamente aquella efigie, una representación de medio cuerpo guarnecida por un complejo entramado de complementos, fue usada por la Cofradía de la Sangre en sus procesiones durante algunas décadas. La negativa de la comunidad a prestarla conllevó el encargo a Nicolás de Bussy del conjunto de pasos destinados a figurar en el cortejo, incluyéndose entre sus representaciones la del Ecce Homo que, ya de cuerpo completo, vino a suplir el vacío dejado por la primitiva talla carmelita. Naturalmente, la presencia de esta escena dentro de la retórica de la Pasión es dilatada encontrando sus precedentes inmediatos en la llamada “posada” que, dentro de los “autos” teatrales tardo-medievales, servían para representar el Pretorio, es decir, el palacio desde el que el gobernador de Judea dictó la sentencia a muerte de Cristo. La singularidad escultórica de Bussy se hace patente de forma sugestiva en esta pieza donde, frente a la idealización y proporción de los desnudos del Cristo de la Sangre o el desaparecido Cristo de la Misericordia de Lorca, figura una anatomía corpulenta y rotunda que contrasta con una cabeza estrecha y abultada; esta disparidad, en realidad consecuente con el estilo reflejado por el artista en su producción valenciana, evoca una traza ajustada a la simbiosis de fisionomías inconexas como acaece en la Virgen del Rosario del templo valenciano de San Lorenzo. En efecto, el rostro de Cristo, como aquella efigie, respira una enigmática expresión melancólica acentuada, además, en la obra de la cofradía de la Sangre por la caracterización dramática del asunto. Parece reveladora, en este sentido, la robusta anatomía del cuerpo, de rotundo y poderoso porte, cuyo clasicismo altera la agitada inclinación del rostro. Tal expresividad, en realidad, es inequívoca del escultor planteando, además, concomitancias con la figura de Leonardo Julio Capuz y aquellos artistas coetáneos

a los “novatores”. Disonancia que, por lo demás, se magnifica al escrutar el igualmente desaparecido Cristo de la Negación donde el estrasburgués llegó concitar un entusiasmo unánime debido al emotivo clasicismo del modelo. El dramatismo, empero, se incluye en el Pretorio identificando un tipo formal introspectivo que, pese a plantearse junto a las efigies de Pilatos y Judas (hoy llamado “Berrugo”), no renuncia a la identidad devocional de su apariencia. Ciertamente, los rasgos secundan la gravedad del icono destinado al contacto con el fiel, obligando a la interpelación por medio de la angustiada mirada: razón que lleva a enfatizar los recursos que median en el mensaje mediante la drástica inclinación de ojos, párpados y cejas; aspecto en el que, incluso, se entrega con mayor decisión que en el más meditativo Cristo de la Sangre. Este aspecto es el que, además, permite indagar en una serie de efigies hasta la fecha desconocidas para la historiografía y que, por contra, se integran en la senda de este ejemplar documentado. Así, en el Nazareno de Socovos perdura la dinámica fisionómica trágica, agudizada para conmover según unas fisionomías graves, de pronunciada frente y ancho mentón en el que se integra una boca grande y expresiva. Como en el Ecce Homo son pertinentes los aderezos postizos, aspecto cuidado por Bussy que dio pie a documentados viajes a Valencia a fin de adquirir materiales para su confección. Por medio de estos recursos, no siempre apreciados, el escultor compone unas hechuras pensadas para la total integración de las artes; piezas integradoras donde desplegar los imperativos persuasivos y teatrales propios de su tipología. Fuentes y Ponte (1884), pp. 35 y 36; Díaz Cassou (1897), pp. 138-140; Sánchez-Rojas Fenoll (1982); Gómez Piñol (2003), pp.33; Sánchez-Rojas Fenoll (2003), p. 120; Belda Navarro y Hernández Albaladejo (2006), pp. 272-273; Estrella Sevilla (2006), pp. 83-99; Belda Navarro (2006), p. 12; Belda Navarro e Iniesta Magán (2006), pp. 28-32; Buchón Cuevas (2009), p. 582; Fernández Sánchez (2011), pp. 297-312.

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