Pedagogía crítica y cultura depredadora de Peter Mc Laren

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PEDAGOGÍAS POSCOLONIALES Y POLÍTICA DE LA DIFERENCIA

Welch escribe que cuando se realiza la transformación mutua, «es el poder de la empatía y de la compasión, de deleite en la otredad, y la fuerza en la solidaridad de escuchar a otros, resistiendo juntos historias de dolor y de resistencia» (1990: 135). La noción de solidaridad de Welch difiere enormemente de la de Richard Rorty. Esta diferencia aparece claramente en las críticas hechas al concepto de solidaridad de Rorty por parte de Smith, Fraser y Cornel West. Smith critica el concepto de solidaridad de Rorty diciendo que es monolítico, como una única forma particular de dar sentido a nuestras vidas que niega la «naturaleza... mutuamente inconsistente y conflictiva de nuestros deseos, creencias y acciones y también de las relaciones entre éstos» (Smith 1988: 167). Desde la perspectiva de Rorty, la solidaridad y la comunidad sirve como una forma de privilegiar el etnocentrismo sobre el relativismo. Así, Rorty asigna un privilegio especial a su propia comunidad y pretende una tolerancia imposible para los grupos no liberales. Así, la postura de Rorty, «niega o oscurece tanto la diferencia como la dinámica, incluyendo la diferencia interna y la dinámica, sólo puede potenciar la ilusión, indeseable para la teoría política y peligrosa para la práctica política, de que hay algún modo de pensamiento o una serie de principios que en último término eliminarán todo encuentro difícil o desagradable con otra gente» (pág. 168). Es en este contexto donde Smith interpreta la valoración que Rorty hace de la comunidad como un reemplazamiento para la realidad objetiva. De forma similar, Fraser afirma que el movimiento de Rorty de la objetividad a la solidaridad «homogeneiza el espacio social, asumiendo tendenciosamente que no hay profundos anclajes sociales capaces de generar solidaridades conflictivas y "nosotros" opuestos» (1989: 104). La autora además acusa a Rorty de la estetización, la individualización, la edipalización y la masculinización de los discursos radicales, y de condenar todo discurso que parta de un liberalismo burgués. La autora pregunta: «¿Por qué asume una visión cuasidurkheiniana según la que la sociedad está integrada por una única solidaridad monolítica y que abarca todo? ¿Por qué no asume en cambio una visión cuasimarxista según la que las sociedades capitalistas modernas contienen una pluralidad de solidaridades solapadas y en competencia?» (pág. 98). Como se ha demostrado, Rorty consigue convertir su propia marca de etnocentrismo en una defensa filosófica de la civilización occidental. Cornel West (1985: 267) ha observado astutamente que el «poshumanismo etnocéntrico» de Rorty sólo puede «golpear los puntales filosóficos desde debajo de las sociedades capitalistas burguesas y no requiere ningún cambio en nuestras prácticas culturales y políticas». West (1989a: 208) critica además a Rorty por defender una forma de vida burguesa y por destrascendentalizar el sujeto trascendental y por historizar y desmitologizar la


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