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inconveniente, ni tampoco una cantidad moderada de metales en aleación… Pero Ponyets no hablaba más que para llenar un vacío. él.

Dejó las hebillas en su mano extendida, y era el oro lo que argumentaba por

El gran maestre alargó al fin, lentamente, una mano, y el rostro de Pherl se alzó para hablar en voz alta. — Excelencia, el oro proviene de una fuente envenenada. Y Ponyets replicó : — Una rosa puede brotar del fango, excelencia. En sus tratos con sus vecinos, usted compra material de todas las variedades imaginables, sin preguntar dónde lo han conseguido, si de una máquina ortodoxa bendecida por sus benignos antepasados o de algún ultraje extendido por el espacio. No les ofrezco la máquina. Les ofrezco el oro. — Excelencia — dijo Pherl—, usted no es responsable de los pecados de extranjeros que trabajan sin su consentimiento y conocimiento. Pero aceptar este extraño seudo– oro, hecho pecadoramente de hierro en su presencia y con su consentimiento, es una afrenta a los espíritus vivos de nuestros sagrados antepasados. — Pero el oro es oro — dijo el gran maestre, dudosamente—, y no es más que el intercambio con la pagana vida de un traidor convicto. Pherl, es usted demasiado riguroso. — Pero retiró la mano. Ponyets dijo: — Su excelencia es la sabiduría misma. Considerar… la cesión de un pagano es no perder nada para sus antepasados, mientras que con el oro que han obtenido a cambio pueden ornamentar los sepulcros de sus sagrados espíritus. Y, seguramente, si el oro fuera malo en sí, si tal cosa fuera posible, la maldad se marcharía necesariamente una vez el metal fuera dedicado a un uso tan piadoso. — Por los huesos de mi abuelo — dijo el gran maestre con sorprendente vehemencia. Sus labios se abrieron en una extraña sonrisa—. Pherl, ¿qué opina de este jovencito? La declaración es válida. Es tan válida como las palabras de mis antepasados. Pherl dijo, sombríamente: — Así parece. Admito que la validez no puede ser concedida por el Espíritu Maligno. — Lo haré aún mejor— dijo Ponyets, súbitamente—. Tengan el oro en prenda. Pónganlo en los altares de sus antepasados en calidad de ofrenda y reténganme durante treinta días. Si al cabo de este tiempo no hay evidencia de desagrado… si no ocurre ningún desastre, seguramente será prueba de que el ofrecimiento ha sido aceptado. ¿Qué mejor garantía puedo darles? Y cuando el gran maestre se puso en pie para buscar alguna muestra de desaprobación, ni un solo hombre del Consejo dejó de hacer señales de asentimiento. Incluso Pherl mordisqueó el extremo de su bigote y asintió cortésmente. Ponyets sonrió y meditó sobre las ventajas de una educación religiosa.

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