06 Robots e Imperio

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—Vaya cambio —comentó secamente Gladia. —En efecto, Niss, el tripulante al que Daneel castigó... —Lo recuerdo bien, D.G. —Está deseoso de pedirle perdón. Y traerá a sus cuatro compañeros para que ellos también se excusen. Vienen dispuestos a patear en su presencia al que se atreva a ofenderla. No es una mala persona, señora. —Estoy segura de que no lo es. Asegúrele que está perdonado y el incidente olvidado. Y si puede arreglarlo, yo..., yo le estrecharé la mano, y quizás, alguno de los demás, antes de desembarcar. Pero, por favor, procure que no se apiñen alrededor. —La comprendo, pero no puedo garantizarle que no haya un cierto apiñamiento en Baleyciudad... Es la capital de Baleymundo. A veces no hay modo de evitar que ciertos altos funcionarios traten de ganar ventajas políticas dejándose ver a su lado, sonriendo y saludando. —¡Josafat!, como diría su antepasado. —No diga esto una vez. llegada a tierra, señora. Es una exclamación reservada para él. Que alguien más la diga es considerado de mal gusto. Habrá discursos y vítores y toda clase de formalidades sin sentido. Lo siento, señora. —Ojalá pudiera prescindir —musitó pensativa—, pero supongo que no hay medio de evitarlo. —Ninguno, señora. —¿Cuánto durará? —Hasta que se cansen. Algunos días, quizá, pero habrá cierta variedad. —¿Y cuánto tiempo vamos a quedarnos en el planeta? —Hasta que me canse. Lo siento, señora, pero tengo mucho trabajo, gente que ver, lugares adonde ir... —Y mujeres que amar. —¡Ay de la fragilidad humana! —respondió D.G. con una amplia sonrisa. —Lo hace todo menos babear. —Es una debilidad. No acabo de decidirme a hacerlo. —Está medio loco, ¿verdad? —sonrió Gladia. —Nunca dije que no lo estuviera. Pero, dejando esto a un lado, tengo que pensar también en cosas tan aburridas como el hecho de que mis oficiales y mi tripulación quieran ver a sus familias y amigos, recuperar sueño perdido, y divertirse un poco planetariamente. Y por si le interesan los sentimientos de las cosas inanimadas, hay que repasar la nave, repararla, refrescarla y recargarla de carburante. Cositas así. —¿Y cuánto tiempo llevarán esas cositas? —Meses quizá. ¿Quién sabe? —¿Y qué voy a hacer yo mientras tanto? —Conocer nuestro mundo, ampliar sus horizontes. —Pero su mundo no es precisamente el lugar de recreo de la Galaxia. —Cierto, pero me esforzaré por mantenerla interesada. —Miró el reloj. —Una advertencia más, señora. No mencione su edad. —¿Por qué iba a hacerlo? —Podría surgir en cualquier conversación. Se espera que les dirija unas palabras, y podría decirles por ejemplo: "En el curso de mis veintitrés décadas de vida, nunca he sido tan feliz de ver a alguien, como lo estoy de ver al pueblo de Baleymundo." Si siente la tentación de decir algo parecido al principio de esta frase, por favor, resista. —Lo haré. En cualquier caso, no tengo la menor intención de permitirme hipérboles... Pero, como simple curiosidad, ¿por qué no? —Sencillamente, porque es mejor que no conozcan su edad. —Pero la conocen, ¿verdad? Saben que fui la amiga de su antepasado y saben cuándo vivió. ¿O acaso tienen la impresión de que —le miró, inquisitiva— soy una


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