Picadero 33

Page 60

pueden existir frente a esas pérdidas a las que te referís. Uno de esos intentos, muy interesante desde el punto de vista filosófico y de la historia de las ideas, es el de lo que solemos llamar dialéctica. La dialéctica es el intento de pensar que la historia avanza a partir de contradicciones, donde, por supuesto, los individuos, los pueblos, las sociedades van perdiendo cosas en el camino, pero cosas que después son recuperadas por la historia en un proceso de absorción que permite ir hacia una realización y una comprensión plena de la humanidad. La dialéctica es una filosofía optimista de la historia que nos permite imaginar que aquellas cosas que vamos perdiendo en el camino pueden ser puestas, por así decir, “a la cuenta” del aumento de la comprensión general de la humanidad. En ese sentido, las discusiones, tanto las del siglo xix de Hegel y de Marx como las del xx de la escuela de Frankfurt, son muy ilustrativas. Walter Benjamin dice por ahí algo así como esto: que mientras haya un solo mendigo sobre la tierra, que nadie le venga a hablar de socialismo. Que mientras haya un solo hombre que sufra, que sea humillado, que nadie le venga a contar que la humanidad está realizada. Muy impresionante. Pero no para su amigo Theodor W. Adorno, que le contesta algo muy interesante: mirá, Walter –le dice–: el día que ya no haya más ni un solo mendigo tampoco se podrá hablar de humanidad realizada, porque el último mendigo estará muerto y no habrá quien pueda compensarlo, entonces, por sus sufrimientos, por sus humillaciones. O sea: si fuera viable pensar la historia desde la perspectiva de lo universal y del futuro, desde el punto de vista de nuestros tataranietos, del búho de Minerva o de la realización final de la humanidad, se podrían poner todos los sufrimientos humanos hasta llegar allí, incluidos los propios, a la cuenta de lo que se va a lograr: ahí lo tenés a Hegel pensando la batalla de Jena, donde espicharon un montón de amigos suyos, pero frente a la cual se consolaba diciéndose y diciendo que esas muertes, irreparables, eran sin embargo necesarias para que el ejército francés del progreso y de las luces derrotara al ejército de la Alemania del atraso y la reacción, y para que, por la vía de esa derrota de su propio país, la humanidad diera un paso que tenía que dar hacia adelante. -¿Y si no se piensa la historia desde ese punto de vista universal, del futuro? -El trágico es el que piensa la historia, no desde el punto de vista de lo universal y de su realización futura, sino desde el punto de vista irreductible del particular que se queda allí con una pérdida irreparable. Que se queda allí: que resta ahí. Sobre este asunto, que es un asunto bien hamletiano, vengo pensando con mucho interés. Porque esas pérdidas constituyen lo que podemos llamar, y en Hamlet se llaman, “restos”. La humanidad progre-

sa y va dejando restos. En realidad el gran tema de Hamlet son esos restos. Por eso la reiteración y la importancia, en Hamlet, de la palabra “rest”, que en inglés permite una serie de juegos de palabras: “rest” es lo que resta, pero también es el descanso de esos restos, que es justamente no lo que no hay en Hamlet, porque el problema allí es que los restos no restan, no descansan, vuelven todo el tiempo para incordiar a los vivos. Entonces Hamlet le dice al fantasma: “rest, rest”: Descansá, quedate muerto, quedate ahí. Me parece que allí hay una cosa interesante, que es que los restos que van quedando en el camino, según una lógica espectral, vuelven todo el tiempo sobre el presente. La pretensión de un mundo sin restos, de un mundo donde el presente sea contemporáneo de sí mismo y el tiempo no esté, como dice Hamlet que está, “fuera de quicio”, es otro modo de la pretensión de un sistema político que pueda contener a todas las singularidades, procesar adecuadamente y sin pérdidas todos los conflictos, eliminar el antagonismo en lo que tiene de demostración de la imposibilidad final de cierre del mundo social: el mito de una república virtuosa, tolerante y plural. Modelos de república en el Renacimiento -¿Dónde surge esa posición? -Ese fue el gran sueño que en los años del Renacimiento europeo se expresaba en el mito o la utopía de la república veneciana. Los historiadores del Renacimiento italiano tienden a distinguir dos modelos diferentes de república. Uno es el de la república florentina, tumultuosa, popular, con la plebe todo el tiempo haciendo despelote, tirando abajo gobiernos... Esa es la república que tematizó Maquiavelo, donde el pueblo es un protagonista muy activo. El otro es el de la república virtuosa, aristocrática, donde no gobierna el pueblo sino que lo hacen los mejores. Una república con leyes sabias que le permiten ser tolerante, plural, cosmopolita, receptiva. Todo el mundo podía convivir

p/60

en la común esclavitud de las leyes y bajo el imperio de buenos gobernantes: ese era el principio. -¿Cómo era el sistema de leyes de esta república? -Amable con todo el mundo, tolerante con todos los extranjeros, con todos los credos, con todos los pueblos. Los venecianos estaban muy orgullosos de ese sistema de leyes, que defendían como al mayor de sus tesoros. Sobre ese mito de que ese sistema permitía y toleraba todas las diferencias, y en cierto modo como una gran burla a ese mito, escribe Shakespeare El mercader de Venecia, que permite advertir la genialidad de este tipo, que, en los comienzos mismos de la modernidad filosófica y política, incluso sin que se hubiera tematizado, como se lo haría después en los siglos siguientes, este tema de las distintas repúblicas, de los distintos modelos de república, se dio cuenta de que había allí una trampa con ese asunto de la pluralidad de la república veneciana. El mercader de Venecia es una obra genial con la que comencé a trabajar después de hacerlo con Hamlet. Mi trabajo fue distinto al que hice con Hamlet, en el que me metí en cada línea, en las entretelas de su texto… De hecho, lo traduje de punta a punta (cosa que no descarto hacer en algún momento con El mercader de Venecia, porque me encantaría). Al hacerlo uno se mete en la propia carne del texto y se aprende una barbaridad. Con El mercader… me metí por inspiración de un colega, que me recomendó un libro para mí totalmente desconocido hasta entonces y que no he visto citado en la Argentina, Shy-lock’s Rights, del profesor canadiense Edward Andrews, que me gustó mucho. Es un libro que está muy bien y que leí con mucha simpatía, porque Andrews hace un excelente análisis de la obra y dice: El mercader de Venecia constituye hacia el 1600, que es la época en que lo escribió Shakespeare, una metáfora muy estilizada de las luchas políticas inglesas… ¡de tres cuartos de siglo más tarde! Allí había algo que siempre


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.