Cenizas de sodoma

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Cenizas de Sodoma

Nimphie Knox

la Casa Madre de Garibaldi siempre era de noche y ese pensamiento le produjo una leve sacudida de excitación o nerviosismo, como las que siempre le aquejaban cuando, años atrás, los profesores les hacían formar fila para entregarles los resultados de los exámenes. Mathias había nacido con ese sexto sentido para todo lo relacionado con la mística y esa habilidad había sido la delicia de sus profesores y la envidia de sus compañeros. Atosigado por el rechazo y el fanatismo, sus aptitudes habían quedado sin desarrollar por completo, cosa que a él no le causaba la más mínima inquietud. No podía desear algo que no conocía y que podía llegar a ser tan útil como peligroso. Él era Mathias Malkasten y tenía sutiles talentos que en los otros ni siquiera llegaban a ser sutiles. Y al que no le gustaran sus sutiles talentos... bueno, podía irse a la mierda. Limpió los anteojos con un pedazo de sábana. Hoy llamaría a Brice para solicitarle una entrevista, pero antes tenía que desayunar. La verdad era que no tenía ninguna gana de hablar con Brice y descubrió que Brice nunca le había convencido del todo... «¡Todos le dan la espalda a Dios! ¡Todos afirmaban que ni Dios ni el diablo tenían cabida en ese mundo tecnológico y corrupto!» En eso Mathias tenía que darle la razón, pero... ¿por qué había mencionado Brice al diablo? Normalmente los religiosos no lo mencionaban demasiado, ni siquiera en las homilías. Pero si se creía en Dios, era una hipocresía desdeñar la existencia del demonio. Él siempre había estado allí, como figura antagónica, como el color negro que no podría existir por completo si no contara con la presencia enemiga del color blanco. Fue al baño a orinar y cuando salió vio que Belluse tenía los ojos abiertos. —Son las siete de la mañana —dijo el muchacho con la voz ronca. —Siete y cuarto —corrigió Mathias. Se agachó junto a él y dijo—: ¿te sientes bien? Belluse frunció el ceño y Mathias supo lo que estaba pensado. —¿Por qué debería sentirme mal? «¿Quizás porque anoche me dijiste que me querías y me ofreciste sexo, pero yo te rechacé porque no te amo y tampoco quiero herirte?» —Tienes razón —exclamó Mathias, irguiéndose. Conque así funcionaba Belluse: ahora fingiría que no había sucedido nada—. ¿Vamos a desayunar?

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