Gramática Didáctica del Latín

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generalmente por vía erudita o científica para acabar algunos de ellos trascendiendo al lenguaje común (etcétera, a priori, idem…). Las citas en latín de autores de la antigüedad con carácter de sentencias o máximas se denominan aforismos latinos. El siguiente artículo de Marcial Suárez, editado por el semanal del diario “El País” en 1991, en vísperas de la Expo de Sevilla, de la capitalidad europea de Madrid y de los Juegos Olímpicos de Barcelona (todo ello en 1992), ilustra sobre el uso de latinismos en la lengua española: EL TROPIEZO DEL LATÍN Marcial Suárez El desprecio del castellano empieza por el desprecio del latín, según el autor del artículo, que cita numerosos ejemplos del mal uso de este idioma. Añade que no son muchos los escritores a quienes interesa el latín, y demasiados los que acuden a citas latinas para ilustrar sin conocer ni la primera declinación. El lenguaje de un pueblo es la creación más alta de su cultura. Y la más constante. Y la más viva. La capitalidad de la cultura que para el año 92 se cierne sobre nosotros requiere como medida primordial que nos propongamos acabar con el mayor disparate de nuestra vida cultural: el desprecio del lenguaje. Que entre nuestros escritores haya unos que conocen el castellano mejor que otros es tan inevitable como que haya señores bajos y otros bajitos. Pero ahora centraremos nuestra atención en los escritores, porque a ellos parece corresponder el más atento ejercicio de los cuidados que todos debemos al castellano. Y, antes de nada, bueno será señalar que el desprecio del castellano empieza por el desprecio del latín, aunque este desprecio se vaya disimulando como se pueda. Todos sabemos que no son muchos los escritores españoles a quienes interesa el estudio del latín, y son demasiados los que acuden a citas latinas para ilustrar sus textos, sin conocer, en muchos casos, ni la primera declinación. ¿Y cómo puede alguien sentir la necesidad de expresar o de ilustrar su pensamiento mediante citas de un idioma que no conoce? Es difícil de comprender. ¿Por qué tropezamos con tantas citas en latín, en las que quienes primero tropiezan, realmente, son los que las hacen? Seguramente, porque obedecen al deseo de adornarse y de arrimar un poco de prestigio al texto. Son las Divinas Palabras de Valle Inclán. Y así nuestras publicaciones de todo género nos apedrean con latinajos (latinicos los llamó Cervantes) como urbi et orbe (debe escribirse urbi et orbi), sensu strictu (sensu stricto), motu propio (motu proprio), in dubium pro reo (in dubio pro reo), introibo ad altare Dei (introibo ad altarem Dei), veni, vidi, vincit (veni, vidi, vici), simul similibus curantur (similia similibus curantur), corpus dogmaticus (corpus dogmaticum), morituri te salutam (morituri te salutant), etcétera.

Pero ésos son sólo unos pocos de los más frecuentes. Hay otros casos más graves, precisamente por su excepcionalidad. Los latinicos, cuanto más desconocidos, más prestigiosos suenan y más respeto infunden. Somos muchos los que hemos aprendido en Ortega la procedencia del término snob, pero Ortega escribe correctamente sine nobilitate, y sólo puede escribir sine nobilitatis quien ignore que la preposición sine rige ablativo, y no genitivo. Es posible que nobilitatis parezca a ciertos oídos más latín que nobilitate, pero el latín no es sólo cuestión de oído. Hay intelectuales que hacen gala de la inseguridad de sus ideas, porque el no mostrarse seguro de nada es un buen recurso para poder tildar de dogmáticos a los otros. Pero esos mismos intelectuales abandonan su inseguridad cuando más falta les hace y se muestran seguros cuando no deben, porque ni siquiera sería necesario conocer esas cosillas elementales a que nos hemos referido. Les bastaría el simple temblor de una duda para sentirse empujados a acudir a Ortega y recordar mejor:”Es el hombre sin la nobleza que obliga –sine nobilitate- snob.” Y en nota a pie de página: “Éste es el origen de la palabra snob” EXTRAÑO ERROR En una edición crítica de una novela de Ramón Pérez de Ayala, aparece un extraño error. Muchos capítulos de la novela están titulados en latín, con la traducción a pie de página, pero el título Amari aliquid se traduce erróneamente: ser amado por algo. Se toma amari como presente de infinitivo de voz pasiva de amare, cuando en realidad es el genitivo neutro de singular del adjetivo amarus-a-um, de modo que, en lugar de ser amado por algo, la traducción correcta es algo de amargo, o, más libremente, un poco de amargura. …Son muy numerosos –creo que llegan a constituir un cierto ambiente cultural– los ejemplos que podrían agregarse, desde el

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