Cuadernos Hispanoamericanos (Septiembre 2016)

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(con la notable excepción de Reyes) a su influencia literaria en su continente natal. Apreciados por los letrados franceses (una petición del Nobel para Ventura García Calderón reunió a algunas de las más prestigiosas firmas francesas de la época),31 sufrieron las críticas de un amplio sector de sus compatriotas, cada vez más inclinados al telurismo y el nacionalismo y menos indulgentes con los «que no se habían amasado en el dolor del país, que se nutrieron de cultura extranjera» y que habían adoptado «el meridiano de Montmartre».32 Distinto fue el caso de los escritores de vanguardia. Su desembarco se inicia con la llegada en 1917 del millonario Vicente Huidobro, quien, apenas instalado, va a fundar la lujosa revista Nord/Sud y a ponerse a escribir poemas en francés zarandeando la retórica modernista y, en un primer momento, también la gramática.33 Seguirán, con estancias parisinas más o menos prolongadas según los casos, autores como César Vallejo, Oliverio Girondo, César Moro, Pablo Neruda o Jean Emar. Sus respectivas estéticas y personalidades diferían tanto como sus cuentas bancarias, pero todos compartían un mismo objetivo: «buscar la puerta de entrada al presente». En palabras de Octavio Paz: «había que salir en su busca y traerlo a nuestras tierras».34 París va a ser precisamente esa «fábrica del presente», el «meridiano de Greenwich literario» que instituye la modernidad.35 Cuando Darío llega a París su ídolo es un ya decrépito Verlaine («La gloire! La gloire! Merde, merde encore!»,36 le espetaría el viejo poeta a su admirador en el Café d’Harcourt); los referentes de los Calderón, Zaldumbide y Godoy son viejas glorias de la cultura francesa como Ernest Renan, Anatole France o Maurice Barrès. La generación vanguardista, por el contrario, recusa la idea misma de modelo literario. En este sentido, la famosa polémica Huidobro-Reverdy resulta ilustrativa. Lo de menos es que, como parece altamente probable, Huidobro antedatara los poemas de El espejo del agua para afirmar su originalidad. Lo relevante es que por primera vez un hispanoamericano se atrevía a disputarle la iniciativa de la modernidad a un escritor del centro del campo literario. Mientras que los escritores de la Revue de l’Amérique Latine descubrían a los lectores franceses a Martí, a los aztecas y a las llamas, los escritores de la vanguardia llevaban a América la escritura automática, dadá y los poemas sobre la máquina de escribir y sobre los coches. Oliveiro Girondo, en una de sus idas y vueltas entre América y Europa (él mismo calculó que se había pasado 567 días en el mar),37 fundó en Buenos Aires la revista 109

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