pado de algunas películas soviéticas –pero entonces no existía el peligro inminente de lo sovietizante–, se había encargado de declarar el neorrealismo un camino agotado –pero entonces no se discutía acerca de su pertinencia para un cine nacional– y había denunciado la visión imperialista de cierto cine –pero entonces el antimperialismo no era aún ingrediente principal de la propaganda revolucionaria–. Volver ahora sobre esas piezas las revestía de nuevo significado y harían de Un oficio del siglo XX una sibilina continuación de aquellas controversias. El ordenamiento en forma de libro de aquellos trabajos periodísticos, permitía a Guillermo Cabrera Infante hablar después de haberse dicho la última palabra, que fue la de Fidel Castro –no es casual que durante más de cincuenta años lo único que trascendiera de aquellas tres reuniones en torno a la prohibición de PM fuera el discurso de clausura del Comandante en Jefe. Únicamente a ese discurso se le dio el derecho de pervivencia–. Con su libro, Cabrera Infante discutía con los nuevos jerarcas del cine, dueños ya de todo el poder. Eran viejas palabras, podría haber dicho en su defensa. Eran viejas palabras proféticas, podría decir en alabanza propia. Y esa pulsión de reordenar y recomponer tan presente a lo largo de su obra literaria denota, además de alguna esterilidad, una necesidad de lo profético. La idea de que, barajado de otro modo, renacido, determinado texto encontrará su cumplimiento, su lucidez definitiva. O tal vez su definitivo lucimiento. Dos años después de la publicación de ese libro, en 1965, destinado como diplomático en la Embajada de Cuba en Bélgica y de permiso en La Habana a causa del fallecimiento de su madre, Cabrera Infante quiere volver a ver King Kong, programada en la sala de la cinemateca nacional. La noticia aparece, mínima, en su crónica de entonces publicada póstumamente: Mapa dibujado por un espía (Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2013). Invita a una muchacha al cine y la ocasión, que intenta corresponder a épocas más felices de otros libros suyos, se convierte en señal de los nuevos tiempos: un cambio de programa ha hecho desaparecer la película estadounidense y, en su lugar, proyectan una película checoslovaca que no vale la pena. Las salas de cine, como los clubs nocturnos, como toda La Habana, comienza a serle ajena. La distribución cinematográfica está dictada por el instituto oficial de cine que entendiera como gesto peligroso la exhibición de PM. Está el peligro de quedarse allí, de cerrársele la oportunidad de viajar al extranjero, de quedarse entrampado en La Habana. Visita antesalas CUADERNOS HISPANOAMERICANOS
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