Cuadernos Hispanoamericanos (Julio y agosto de 2016)

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se acuerda, dijo algo que a mí me marcó mucho. Dijo de un cuento de Di Benedetto, «El juicio de Dios», que «parece escrito con un teleobjetivo». Y a mí eso me pareció brillante… Porque es verdad, los personajes están como perdidos entre la bastedad borrosa de la pampa». Roa Bastos mira a Saer con aire de no recordar del todo esa supuesta apreciación suya. Sabemos, desde Borges, que todo descubrimiento originalísimo que un escritor atribuye a otro escritor es, en realidad, una marca de escritura propia que de ese modo se pretende evidenciar y deslizar, como instruyendo –o construyendo– al futuro lector. El «teleobjetivo» que Saer celebra en la lectura de Roa Bastos sobre Di Benedetto, es una marca de ese género. Un rasgo que Saer asume y convierte en algo característico de su propia escritura, llevándolo bastante más lejos que su admirado referente original. LOS PINCELES DEL CINEASTA

Saer aprehendió su sensibilidad óptica de la escritura fílmica que analizó, enseñó y practicó como cinéfilo, profesor y guionista, igual que Robert Walser aprehendió una sensibilidad similar en los óleos que vio pintar a sus hermanos. Los objetivos son los pinceles del cineasta. Cuando los pintores escogen un pincel fino o grueso, uno de cerdas duras o mórbidas, deciden su trazo, su forma de separar o integrar figuras y fondo, de hacer más visible la impresión que el motivo –o a la inversa, según el calibre del pincel–. En la conciencia de esa elección se establece su pathé. Los grandes cineastas hacían lo mismo al decidir si su óptica era normal, teleobjetivo o gran angular. Una lente normal –entre treinta y cincuenta milímetros– nos da un visión similar a la humana: eran las lentes favoritas de Ozu y Ford, por ejemplo. Una lente de teleobjetivo –que va de los ochenta milímetros en adelante–, permite acercar las figuras que están a una gran distancia de la cámara, pero su ángulo de visión y su profundidad de campo es mucho menor, por lo que sus figuras son más selectivas y los fondos son más reducidos y borrosos que en una óptica normal: es una óptica de voyeurs y cazadores, y eran las favoritas de Antonioni, Hitchcock, Tarkovski y Kubrick, por ejemplo. Una lente de gran angular amplía considerablemente el ángulo de visión humana –van desde los veinte milímetros hacia abajo– y permite cubrir grandes escenas con una mayor profundidad de campo, es decir, teniendo toda la imagen nítida: es la óptica de los controles de vigilancia y los paisajistas, y fueron las 81

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