Cuadernos Hispanoamericanos. Crónica

Page 78

siento autorizado a emitir una opinión, o sea un juicio objetivo, pues no se puede ser juez y parte. Los minutos transcurrían «siguiendo un orden austero», como en el fado, y no se me ocurría una respuesta exacta y apropiada. A decir verdad, el tema es para mí un arcano. En parte esto se debe, supongo, a que siendo vecino de una ciudad y habiendo conocido algunas otras ciudades y encontrado entre ellas parecidos estructurales, cierta facilidad en el acceso a las cosas y los espacios que me importan, y que en unas y otras son similares, en cambio, el «hecho nacional» está desdibujado y borroso a mis ojos. En este sentido, siempre recuerdo que años atrás solía yo criticar ante un amigo, exiliado argentino, la miseria de la vida intelectual en Barcelona, hasta que un buen día, cansado de mis quejas, me dijo: «Oye, aquí hay algunas buenas librerías, hay algunas editoriales, hay una biblioteca central y varias de barrio, no hay censura. ¡No está tan mal!». Tenía razón. No se puede pedir mucho más En parte, mi dificultad también se debía a que me eduqué, por oposición al régimen del general Franco, a quien se le llenaba la boca hablando de España y que en su nombre había desencadenado una Guerra Civil oprobiosa y una larga dictadura, me eduqué, decía, en la repugnancia al nacionalismo y en el descrédito al concepto de la patria, del que lo mejor que se ha escrito han sido esos versos de Neruda: «Patria, / palabra triste, / como termómetro o ascensor». Con demasiada facilidad se confunden el comprensible y humano apego afectuoso a la región donde uno ha crecido y un sentimiento de cierta pertenencia o solidaridad especial con una determinada comunidad humana, con el patrioterismo. Tan desagradable me parece el chovinismo en los demás y tan vacunado estoy contra él que, cada vez que escribo en la prensa o hablo en público sobre asuntos políticos, tengo buen cuidado en medir mis palabras –unos remilgos exagerados– para no ser de ninguna manera malinterpretado, por lo menos ante el tribunal de mi propia conciencia, como un nacionalista. «El nacionalismo es la guerra», dijo Mitterrand, pero creo recordar que antes lo dijo Renard. Y este prurito prudente, que comparto con muchos escritores de mi generación y de las generaciones inmediatas, esta vigilancia constante por mantenerme puro de pulsiones tribales, me obliga a pensar ciertas ideas que a un observador extranjero le parecerían tal vez evidencias, no dos veces como se debe, sino tres, cuatro o cinco. CUADERNOS HISPANOAMERICANOS

76


Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.