Un antojo, en el muslo derecho, podría ser la marca con la que me reconocieran en un depósito de cadáveres. Peso cincuenta kilos. Mido uno cincuenta y nueve. Tengo los hombros anchos porque fui nadadora. Aunque no hubiera nadado, tendría los hombros anchos. Como mi madre y como mi padre. Ni la carne de mi espalda ni mi musculatura se mantienen firmes, porque hace tiempo que no practico deportes. En los deportes vuelvo a ser la niña a la que le preguntan la lección pegada a la pared. No me sirven de nada los deportes si el corazón no se me sale de su oculta cavidad. Los evito porque no quiero convertirme en una mala persona. Mi aspecto es más atlético que etéreo: es carnal. No es violento ni tierno, pero es tierno y es violento. Mis piernas no son demasiado largas, pero conservan su fuerza. Dibujo con trazo contundente las pantorrillas de bailarina que modelé durante años, yendo en puntas de un lado a otro de la casa. Cada palabra es un modo, más o menos honesto, de autorretratarse. Llevo mi honestidad hasta el impudor del desnudo. Mi autorretrato desnudo se colgará en la sala de un museo. Alguien entrará y lo mirará y dejará de mirarlo. El contemplador dará vueltas alrededor de la sala, se detendrá frente a otras obras. De pronto algo le hará girar sobre sus talones para descubrir quién le persigue. Se fijará otra vez en mi desnudo. Reparará en los ojos adormecidos. Caminará hacia la galería principal. Volverá de nuevo sobre sus pasos. Mirará por tercera vez y, como un niño que juega al escondite, procurará escamotear su cuerpo. Lo mire desde donde lo mire, desde el punto más recóndito o lateral de la sala, el contemplador no lo podrá evitar: soy yo la que le está mirando. Si desde dentro del cuadro estirase los brazos, se me marcarían las costillas. Si me diese la vuelta, se podría valorar la asimetría de mi rombo de Michaelis. El fisioterapeuta me dice que mi oreja derecha se eleva por encima de la izquierda. Pero no. Esto es una imagen congelada. Sin movimiento. Un resultado. He parado el reloj voluntariamente. Tengo cuarenta años y, a partir de ahora, el tiempo volverá a discurrir; pero de otra manera. Mi desnudo es una imagen frontal con las piernas ligeramente separadas. Estoy lista para una medición.
· El frío. Madrid: Debate, 1995. Reeditada por la editorial Caballo de Troya, 2012 · Lenguas muertas. Madrid: Debate, 1997.
· La lección de anatomía. Barcelona: RBA, 2008. · Black, black, black. Barcelona: Anagrama, 2010. · Un buen detective no se casa jamás. Barcelona: Anagrama, 2012.
· Los mejores tiempos. Madrid: Debate, 2001. Premio Ojo Crítico de Narrativa.
· Amour Fou. Miami: La Pereza Ediciones, 2013.
· Animales domésticos. Barcelona: Destino, 2003.
· Daniela Astor y la caja negra. Barcelona: Anagrama, 2013.
· S usana y los viejos. Barcelona: Destino, 2006. Finalista del Premio Nadal.
· La lección de anatomía. Nueva versión. Barcelona: Anagrama, 2014.
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CUADERNOS HISPANOAMERICANOS