Cuadernos Hispanoamericanos 772 (Octubre 2014)

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Me autorretrato de pie y de frente, sin insinuaciones ni sutilezas, como si fuese el sujeto de una medición. Tan única como vulgar. Tengo un hombro más alto que el otro. También la caracola de la oreja. El fisioterapeuta me llama la atención sobre el hecho de que quizá mi marido no me quiera lo suficiente, porque nunca se ha fijado en el detalle de que un hombro, una oreja, se sitúan por encima de la otra oreja, del otro hombro. No sé qué pretende el fisioterapeuta. El fisioterapeuta tal vez me quiere lastimar y lo consigue, porque en mi desnudo voy a cargar uno de los dos lados de mi cuerpo. Tras la línea del eje de simetría, una mitad de mi cuerpo estará más baja que la otra. Habrá una inclinación. Agiganto mi mano derecha. Mi mano derecha será lo primero que se vea en el desnudo. Soy diestra y mi mano derecha agigantada es el símbolo de mi esfuerzo en el trabajo. Será enorme porque con ella aprieto el lápiz contra los márgenes de los libros y con ella hago presión con el cuchillo para cortar el pan. Con ella, sobo, toco o acaricio. Mi mano derecha se colocará en un primer plano y casi se saldrá del lienzo. Es más grande que la izquierda. La mano en que me reconozco. A veces mi mano izquierda no me parece mía y, en el desnudo, permanecerá oculta o se atisbará, delicada, en un segundo plano. Como los pies, muy pequeños. Un mechón, ahora oscuro, se me adentra en la cara y me tapa la nariz. Sin embargo, no cubre mis ojos que están adormecidos, un poco guiñados, como si les diera el sol. Mi pubis es profundo, negro y tupido; el pelo se extiende hasta las ingles. Tengo lunares por el pecho: son constelaciones, satélites, archipiélagos, islotes e islas principales. Son el barrunto de una enfermedad y, sin embargo, quien me quiere los puede contar uno por uno y fundar ciudades en los más extensos, por ejemplo, en el que al lado de la clavícula parece un mapa de Inglaterra que flota sobre el océano atlántico. Una mano, con los cinco dedos separados, cabría sobre la tabla de mi pecho. Mis tetas pretenden esconderse como gatos arrumados que guardan la cabeza bajo mis axilas. No pueden. No son unos pechos pequeños. Están recorridos por gruesos veneros azules. Las areolas, grandes, las pinto de color marrón claro. Aquí no hay rosa, sino el tono anaranjado de los metales innobles. Las punteo con toques de marrón más oscuro. Se me marca la cintura. El vientre, blanco, y el ombligo, negro. Puedo meter el dedo dentro de él. Estoy casi limpia de cicatrices. Sólo la palma de la mano izquierda aparece estropeada por los efectos de una electrocución. Bajo la barbilla, quedan las puntadas de un accidente doméstico. No me han practicado una cesárea. He sido una persona con miedo o una persona precavida. Mi vientre sólo está ligeramente abombado, la carne no cuelga de él, muestra una redondez definida y dura como medio melocotón. CUADERNOS HISPANOAMERICANOS

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