Prosadictos

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Melodía asesina

Apuro la última gota del décimo Cardhu y los cubitos se derriten en el vaso que sujetan mis ardientes manos, en este impreciso momento en el cual mi razón, traicionada por los recuerdos evocados durante la presentación del libro, añora tu ausencia. No logro desterrarte; a pesar de los tenebrosos remordimientos, que transformados en fantasmas aún asustan al pasar, continúo pensando en ti. Me preparo para escuchar la última de las canciones elegidas: Piensa en mí. Temía a las primeras estrofas: Si tienes un hondo penar, piensa en mí, si tienes ganas de llorar, piensa en mí, Ya ves que venero tu imagen divina, tu párvula boca que siendo tan niña me enseñó a pecar. Queriendo evitar el devastador daño que me causarían, llamo al silencio del olvido para exigir a esa esperada borrachera, que se niega a llegar, una cosa muy sencilla: enterrar en alcohol mis errores. La veo acercarse a la máquina de discos y mi subconsciente me transporta al pasado. En mi mente empieza a sonar otro bolero bien distinto, no por eso desconocido: El reloj. Jana vuelve a por mí. —Vamos a bailar. Es una lenta, para bailar pegados. Cuerpo a cuerpo, nosotros, como dos enamorados. —Que no quiero bailar, ¡déjame en paz! —Estoy ausente, vencido por su recuerdo. «Reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer. Ella se irá para siempre cuando amanezca otra vez...». Él se le acerca por detrás. La coge por la cintura y se dirigen al reservado. La besa en el cuello, los hombros... La joven checa se transforma en mi Miriam.

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