VIII Concurso de Narrativa. Relatos

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RELATOS PREMIADOS


VIII Concurso de narrativa IES Nervión 2019

Primer Ciclo de la ESO 1er Premio Aventura en la isla

Icíar García Sánchez 1º ESO C Música: BSO El Código da Vinci, Hans Zimmer


Aventura en la isla Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro… Un viaje en yate es lo mejor que te puede pasar en verano, hasta que te encuentras con una isla en medio del mar. Me llamo Marco y este verano mi familia alquiló un yate para "dar un paseíto". Llegamos a una isla muy rara que estaba deshabitada y limpia, salvo por algunos cocos que se habían roto en la orilla de la playa. Mi madre me dejó explorar la playa con mi hermano, pero él tuvo que entrar en la pequeña jungla del centro de la isla. Empecé a perseguirle hasta que entró en una siniestra cuenta. Luego escuché gritos. Sabía que era mi hermano que se había hecho daño o se había asustado. Entré en la cueva. Había telarañas por todas partes y algunos ciempiés correteaban por las paredes. Al fondo de la cueva había una luz anaranjada y mortecina que no invitaba a acercarse, pero tenía que salvar a Julián. Empecé a correr hacia la luz. El aire de la cueva estaba lleno de humo. Las paredes de la cueva se agrandaban hasta que llegué una amplia cámara. Cuando vi lo que había allí por poco me desmayo. Era de color azul, verde y morado. T. Tenía una cresta de aletas en la cabeza y unos afilados colmillos poblaban su boca. Su cabeza era como la de un cocodrilo, su cuerpo como el de una serpiente y tenía una aleta en la cola como la de una carpa. El animal estaba nadando en un lago que ocupaba casi toda la cámara y que tenía bastante profundidad. Lo que más me sorprendió del animal era la cresta de aletas que le rodeaba la cabeza y luego le bajaba por el lomo. La serpiente/cocodrilo/pez sacó medio cuerpo del lago y me observó con sus ojos vidriosos e inexpresivos. Acercó su cabezota a mí me pregunto: —¿Estás buscando al niño? Estaba totalmente seguro de que se refería a Julián, y le respondí: —A mi hermano, ¿dónde está? —Si quieres saberlo vas a tener que responder a una pregunta. Vale, pensé, me hará una pregunta tipo adivinanza rara y tendré que responderla. A la serpiente marina le dio igual que no le respondiera y empezó a hablar. —Si en un árbol hay cincuenta pájaros y un cazador mata dos, ¿cuántos quedan en el árbol? No había que darle muchas vueltas, era fácil, pero seguro que si acertaba, la serpiente se lo comería de un bocado; aun así respondí: —No queda ningún pájaro en el árbol porque el ruido del arma del cazador ha hecho que los demás pájaros se asusten. —Respuesta correcta, aquí está tu hermano. La serpiente destapó con su cola un montón de rocas y debajo, escondido en un hueco de la pared estaba Julián. Julián se acercó a mí corriendo y me abrazó. Todo parecía estar en su sitio, pero algo me decía que no saldríamos de allí. La serpiente marina dio un coletazo a la entrada de la cueva y esta se derrumbó. La única salida era tirarse al lago y averiguar si daba al mar, no había otra opción. Agarré a Julián y los dos nos tiramos al agua; con suerte la serpiente no esperaba esa reacción y nos dio tiempo a ver un pequeño agujero que salía al mar. La serpiente nos seguía, pero nosotros entramos por allí y la serpiente no cabía. Nadamos hacia arriba y llegamos a la superficie. Nadamos hasta la orilla sin problemas y luego nos fuimos de allí.


He contado esta historia muchas veces a mucha gente, pero nadie me ha creĂ­do. ÂżY tĂş?


VIII Concurso de narrativa IES Nervión 2019

Primer Ciclo de la ESO 2º Premio Fantasma del pasado

Salomé Moreno López

2º ESO D

Música: Pavana para una infanta difunta, C. Debussy


Fantasma del pasado Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro… o al menos eso quiero creer. La he vuelto a ver, vi cómo caminaba hacia mí y me reclamaba por lo ocurrido hace dos años. No era mi intención desaparecer de un día para otro sin darle ninguna razón, tampoco quería romperle el corazón, aunque ella me hubiera quebrado el alma. Ella tenía que entender que necesitaba un tiempo solo, por mi cuenta. Al verla, después de dos años sin tener ninguna noticia sobre ella, comprendí algo. Ya no me hacía falta, ya no me ponía nervioso al hablarle, ya no tenía miedo de mirarla a la cara para ver sus gestos, mi corazón ya no palpitaba por ella, ya no moriría por ella. En ese momento me di cuenta de que el único sentimiento que tenía era paz, era libre, por fin. Mi mente me regresó al recuerdo del inicio de todo esto, días antes de mi desaparición. Recuerdo mirarla y sentir que me quedaba sin aire, miraba hacia los lados en busca de una forma de salir de allí, pero era muy tarde y ella venía hacia mí. Llegué a pensar que tal vez ella me amaba como yo a ella, lástima que lo único que le interesaba a ella en ese momento era humillarme. Y lo logró. Dos días después la confronté y me di cuenta de varias verdades que ella no quería admitir. Por su cobardía me perdió y no creo que me vuelva a recuperar. —Ya me jodiste la mente, ahora sería un privilegio que me rompieras el corazón… pero, por favor, ¿podrías encontrar una manera de decepcionarme lentamente? —dije, mientras las lágrimas recorrían todo mi rostro. Lo único que salió de su boca fue un murmullo. Y de repente todo se volvió negro. Salí de mi lapsus mental y la vi a ella discutiendo con una piedra que parecía ser una lápida; al acercarme me percaté del nombre escrito en ella. Era el mío…


VIII Concurso de narrativa IES Nervión 2019

Primer Ciclo de la ESO 3er Premio Ángeles y demonios

Cristina Pedrote Ceballos 2º ESO D Música: Romeo and Juliet, Nino Rota


Ángeles y demonios Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro… Ni siquiera sé cómo llegué aquí, tan sólo sé que desperté en esa isla, tirada, en una parte de la orilla, mojada, sin comida y con ganas de marcharme. Se hizo tarde y cada vez estaba más agotada y con menos energía, así que decidí adentrarme; entonces encontré un árbol que contenía cocos, me dio un brinco de alegría saber que por lo menos no iba a morir hambrienta. Pasaron las horas y cada vez hacía más frío, estaba sola, sin nadie con quien hablar, en una isla en medio del mar, eso hacía que me agobiara más; entonces decidí andar, caminar, intentar encontrar un rayito de luz entre tanta oscuridad. No había más que palmeras, rocas y hierbas y mi esperanza de al menos encontrar un modo de regresar a tierra. No podía ir nadando porque no sabía en qué dirección nadar, tampoco podía hacer fuego porque no tenía cerillas y tampoco podía montar en un barco, porque tampoco tenía, lo único que podía hacer era intentar escapar de allí como fuera, o quitarme la vida para no seguir sufriendo, total lo que me esperaba en tierra tampoco era muy bueno. Decidí seguir aunque fueran tan sólo dos días más. Intenté hacer de todo, pero aquello estaba desierto, no pasaba nadie. Escribí la palabra "socorro" en la arena por si pasaba algún avión o algo, pero no pasó nada. Llevaba ya cinco días allí; el no poder contar nada, a nadie de aquello, o no poder hacer nada, eso me estaba matando, me mataban los sentimientos que tenía por dentro, me mataban las ganas de marcharme, las ganas de ver y abrazar a las personas que siempre estuvieron a mi lado, en general, me estaba matando a recuerdos. Pasaron ya seis días y nada llegaba, siete y seguía igual, con mil pesadillas que me atormentaban, intenté recordar cómo llegué allí, pero no me acordaba de nada. Al décimo día pasó un helicóptero por lo alto, no me lo podía creer, salté, grité y levanté las manos lo más alto que pude, parecía ser que el helicóptero me estaba viendo y entonces aterrizó en lo más llano de la isla, y pude subir, pude salir de allí. ¿Entiendes esto? No es una simple historia de una chica en una isla, tiene un mensaje, ella estaba atrapada, no podía salir, nadie la ayudaba, no había una sola persona que la sacara de todo aquello, ella no estaba atrapada en una isla, estaba atrapada en su día a día, en su casa, en el instituto, en todos lados, era esclava de sus sentimientos y recuerdos, esclava de las personas que se fueron y ni siquiera avisaron, y de esos recuerdos que solo pasan una vez en la vida, con la gente perfecta en el momento imperfecto. Ella no podía más y un día pensó en la última opción. Cogió su diario y se despidió de él, en ese diario escribía todo lo que sentía, llegaba a su habitación y lo que más libre le hacía sentir era escribir, escribir de la vida, escribir los recuerdos por si se olvidan, colocarse los auriculares y sumergirse en su mundo, un mundo hecho pedazos, pero un mundo único en el que cada persona tenía su lugar. Llegó el día en el que se despidió de la vida, sin saber que, en el lugar imperfecto, a la hora imperfecta, conocería a la persona perfecta, aquella por la que decidió unir su mundo hecho pedazos, aquella que le dio vida para seguir escribiendo su diario, fue esa persona la que hizo que sus demonios se convirtieran en ángeles y las lágrimas en risas. Aquel día en esa isla, ocurrió el milagro, el milagro por el que sigue aquí. Ella aprendió, ¿sabes?, se dio cuenta de que nada era para siempre y de que siempre todos se iban en el peor momento, entendió que hay que vivir cada segundo y no preguntarse lo que piensan los demás. Un día despertó y era otra persona, sacó su sonrisa, cogió de la


mano a esa persona y se fue, se fue hacia delante y jamás volvió a mirar para atrás, aunque sabía que eso acabaría, lo vivió y dejó que el tiempo se encargara de lo demás.


VIII Concurso de narrativa IES Nervión 2019

Segundo Ciclo de la ESO 1er Premio El pez de oro

Sara Márquez Hidalgo 4º ESO C Música: Aquarium, C. Saint-Saens


El pez de oro Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro…Sucedió de madrugada, en ese momento en el que el día empieza a nacer y uno cree que puede vivir para siempre. Había sido una dura noche y esa red era la última oportunidad que tenía Andrea de llevar algo de comida su casa. Estaba cansado, y aunque era temporada, allí no había peces. Por eso, cuando encontró aquel diminuto y embarrado pececillo, apunto estuvo de tirarlo por la borda; pero en ese momento, a la luz del amanecer, Andrea se dio cuenta de que el pez relucía como un tesoro. Lo cogió por la cola y lo enjuagó en el mar. ¡Parecía de oro! No, no, mejor: ¡era de oro! El pescador saltaba de alegría en su pequeña barca, incluso se cayó un par de veces, pero en ningún momento soltó a la milagrosa criatura que había encontrado. ¡Estaban salvados! Andrea llegó a la cala, tiró los amarres a quien fuera y corrió a su casa a buscar a su mujer. Allí la encontró arremangada y despeinada limpiando pescado y los cangrejos y percebes que había encontrado en la playa. Amina era una mujer hecha de olas, tenía unos ojos verdes que había heredado de su abuela y siempre olía a mar. Andrea y ella habían tenido un hijo una vez, una criatura dulce a la que le encantaba esconderse bajo las viejas barcas volcadas de la cala para jugar al escondite con su padre. Al pequeño niño, al que llamaron Adriano por su abuelo, le parecían fascinantes aquellas cuevas en penumbra en las que jugaba a ser un esquivo monstruo marino. Sin embargo, una oscura tarde, tan ensimismado estaba fantaseando que no escuchó los avisos de los hombres anunciando una poderosa tormenta, y cuando salió de su escondite, no vio a nadie a su alrededor, nada más que la furia de toda la Tierra. Cuentan que aquella tormenta fue la más fuerte de las que se vivieron en la isla, y para cuando Andrea volvió a la playa al darse cuenta de que su hijo no estaba en casa, ya no había nadie. Lo buscaron por todo el pueblo, por toda la isla, pero no hallaron rastro suyo, y desde entonces ambos cargaron con la pena y el dolor. Por eso, cuando Amina descubrió aquel pececillo de oro, se echó a llorar de alegría, y pensó que aquel tesoro lo enviaba el cielo para recompensarles por llevarse a su hijo. De repente, un temor terrible atenazó su corazón, ¿y si los vecinos se enteraban? ¿Qué harían si supieran que podían hacerse ricos de repente? Amina soltó el pescado y metió a su marido en la casa. —Andrea, nadie puede saber que tienes ese pez —dijo ella—. Imagina qué pasará si todos se enteran. ¡Debemos mantenerlo en secreto! —Andrea estaba de acuerdo, debían recurrir a alguien que fuera astuto y que supiera mantener el secreto, porque ¿cómo iban a sacar el oro del pez? Decidieron llamar a un sabio, un enclenque matasanos que les aconsejó los más extraños procedimientos a cambio de una ingentecantidad de dinero. Todos estuvieron de acuerdo en que no debían matar al pez, pues coincidían en que mientras estuviese vivo, seguiría produciendo oro, aunque no sabían cómo. De esa manera, la criatura se instaló en un cuenco lleno de agua en el dormitorio matrimonial, y todos los días la pareja le cambiaba el agua, le daba comida (las algas le encantaban) y realizaban el sortilegio de ese día: desde bailar la danza de la lluvia hasta ponerle carbón en el agua o tocar una caracola; mientras, el pez de oro los miraba con aquellos ojos inteligentes y prometedores. Nada surtía efecto. El dinero se iba acabando mientras el sabio intentaba sacar el oro, pero el pez no soltaba ni aunque fuera una escama del material precioso. Hubo un momento en que la pareja se empezó a deshacer de todo aquello que podrían comprar después, cuando se


hicieran ricos; y vendieron los muebles, la vajilla, la barca… total, ¡si después podrían recuperarlo! Y mientras, seguían pagando al milagroso personaje, al que no le hacía falta pez mágico para volverse rico a su costa. La gente empezaba a murmurar que el matrimonio se había vuelto loco y que pronto morirían y se reunirían con su hijo. Sin embargo, este misterio impulsó el imaginario local, y todas las hipótesis de lo que Andrea pudo encontrar aquel día se volvieron inverosímiles. Los más emocionados eran los niños, especialmente, la hija del tabernero, a la que la historia la intrigó tanto que un día decidió entrar en la casa de Amina aprovechando que estaban reunidos con el sabio recogiendo unas hierbas que prometían ser la solución. Luciana entró en la casa por la ventana, atravesó todas las habitaciones vacías y abrió la única puerta que permanecía cerrada, la del dormitorio principal. En ese momento, subió la mirada, y se encontró cara a cara con el pez. Se quedó muy sorprendida: ¿ese era el secreto tan misterioso? ¿Un pequeño pez? Sonrió para sí misma, ¡no entendía para qué tanto revuelo! Miró a la criatura detenidamente a través del cristal. ¡Qué pena! Le parecía que sus ojillos le transmitían su anhelo por la libertad. ¿Cómo podría jamás compararse una pecera después de probar el mar? Luciana se decidió. ¡Aquella criatura merecía ser libre! Así, cogió el cuenco, volvió a salir por la ventana cuidadosamente y llegó hasta la playa. ¡Qué día más maravilloso! Luciana levantó el recipiente y miró al pececillo dorado a los ojos —Los hombres ansían los milagros, pero no son capaces de aceptarlos —dijo. En ese momento Amina llegó corriendo y gritando a la playa. —¿Dónde está? ¡Ladrones! ¿Quién se lo ha llevado? ¡Devolvédmelo!—gritaba. Todo el pueblo venía detrás alarmado por los gritos. —¡Es nuestra esperanza! ¿Qué haces, niña? ¡No lo tires! ¡NO LO TIRES! — Amina lloraba—. ¡Por favor! Por favor… Pero Luciana era una niña decidida, la justicia era la justicia y tenía la mirada de ese pez clavada en su corazón. Por eso, alzó la mano y, sencillamente, lanzó el pez todo lo lejos que pudo. El matrimonio gritó y Amina se desplomó, llorando, sin casa, ni milagro, ni esperanza. Lo había perdido todo. En ese momento, algo empezó a brillar donde el pez había caído, y todo el mundo dio un paso atrás asustado, cuando, del mismo lugar, apareció un niño de carne y hueso. Amina volvió a gritar y salió corriendo hacia el mar, y no le importaban las olas, ni las faldas empapadas, ni ella misma; porque aquel que había surgido del agua era su hijo. Todo era un caos, Andrea fue también y abrazó a su mujer y su hijo perdido y todos lloraban y reían y no creían el milagro. ¡El pez se había transformado en su hijo! Mucho más tarde, Adriano contaría su historia, cómo la tormenta se lo había tragado, cómo se había visto convertido en un pez, y cómo había viajado por todo el mundo antes de que su padre lo encontrase, sabiendo que la única manera de volver a su forma era que alguien se preocupase por él más allá de su aspecto de oro. Andrea y Amina lloraron todo el rato y abrazaron felices al hijo que les dio el verdadero tesoro; un niño que tuvo siempre en su pie derecho una escama de oro, para recordar que a veces los milagros suceden también en el mundo de los hombres.


VIII Concurso de narrativa IES Nervión 2019

Segundo Ciclo de la ESO 2º Premio La isla de luz

Elena Morales Ríos

3º ESO C

Música: B.S.O. Avatar, James Horner


La isla de luz Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro… Llevo años a la deriva viajando de isla en isla completamente sola con un libro de viajes que perteneció a mi abuelo y un cuaderno que uso para escribir lo que veo, y así no pasar demasiado tiempo aburrida. He de reconocer que a veces, exagero las cosas para hacer las historias más entretenidas, pero juro que lo que voy a contar es totalmente verídico. Habían pasado cuatro semanas, dos días y siete horas desde que abandoné la última isla en busca de otra. Finalmente, tras una larga jornada de remar con dolor en los brazos, pude divisar una isla un tanto peculiar a lo lejos, pues la arena era de color azul. Al principio lo ignoré ya que creí que era debido al cansancio de pasar noches enteras sin dormir. Me dispuse a embarcar y a hacer una pequeña choza para poder descansar. Cuando llegué, la arena parecía haber cambiado de color, ahora era verde. Yo, aún creyendo que el culpable de esta visión no era nada más que el cansancio, empecé a hacer la choza con las ramas secas y las hojas más grandes que pude encontrar. Mientras preparaba el fuego pude ver como un grano de arena se acercó a mí y empezó a brillar con distintos colores, como si de la luz de un árbol de Navidad se tratara. Ya un poco intrigada y asustada me apresuré a agarrar el libro de mi abuelo para comprobar si él había pasado por algo parecido y mi cuaderno para apuntarlo. La noche cayó, hice el fuego y me acomodé para poder descansar. Mi sueño fue tan profundo que no me percaté de lo que sucedió aquella noche con la isla. A la mañana siguiente pude ver que la arena era de un color normal y ningún grano se movía a menos que el viento lo empujara, pero, cuando alcé la vista mi barca había desaparecido y me encontraba al lado de lo que parecía ser… ¿Venecia? Imposible, no recordaba encontrarme la noche anterior siquiera cerca de Venecia, la isla había tenido que moverse, pero, ¿cómo? Esa noche me quedaría despierta para averiguarlo. Una vez que la noche volvió a caer me pasé horas despierta, sin moverme y totalmente atenta a mi entorno, pero no pasaba nada. Pronto el sueño me superó y caí dormida. Una intensa luz me despertó de golpe, pude averiguar que era la arena que no paraba de moverse y de cambiar de color. No, no era arena, eran minúsculos insectos que jamás había visto antes. La isla se estaba moviendo también, pronto empezó a separarse del mar y sin poder contener la curiosidad me asomé al filo de la isla ahora flotante, y en ese mismo instante comprobé que me encontraba sobre un cangrejo gigante. Ojalá mi abuelo hubiera estado en aquel momento conmigo, seguro que habría saltado de la alegría mientras formularía una de sus ingeniosas frases para después revolverme el pelo con una de sus enormes manos.


VIII Concurso de narrativa IES Nervión 2019

Segundo Ciclo de la ESO 3er Premio Olvidado

Rebeca Bober Daia

3º ESO C

Música: Ascenseur pour l'échaffaud, Miles Davis


Olvidado “Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro…”, susurró el inspector, observando con ojos brillantes la caja de cristal vacía y rota. —¿Estás seguro?—preguntó, sin volverse—. ¿Estás seguro de haberlo visto? —Sí, señor. —¿Completamente? —Del todo—murmuró el muchacho, abrazándose a sí mismo. El inspector dio tres pasos hacia delante acercándose a la caja. No era capaz de apartar la mirada de la pared destrozada. —¿Qué ha ocurrido? —musitó, alzando la mano enguantada para rozar el cristal roto con dedos temblorosos. —No lo sé muy bien, señor. Todo ha sido muy… rápido. —Pues trata de explicarlo lo mejor que puedas, Charles. Y date prisa. El joven titubeó durante unos segundos, arropándose con la manta que le había dado anteriormente la enfermera. Tras unos instantes, se decidió a hablar. —El sujeto investigado estaba ahí, quieto, sentado en el centro de la caja como le habían indicado previamente. Encendimos la máquina y… Dios, no puedo ni describirlo. Empezó a gritar, a retorcerse en el suelo, no sé… Se agitaba incontrolablemente, como si estuviera teniendo un espasmo. Y, después de unos segundos… —Ya no estaba—terminó el inspector. —Ya no estaba—afirmó el vigilante. El inspector soltó un ligero suspiro de alivio, cerrando los ojos y sonriendo para sí mismo. —Ahora sólo queda encontrarlo… ¿Hemos recibido alguna señal de su localizador, Dent? —Negativo. El sistema es incapaz de localizarle, ni a él, ni a su GPS. Es como si se hubiera vaporizado "Bien". pensó el inspector. Se giró y comenzó a caminar hacia la salida con paso firme y seguro. —¿Qué hacemos con este? —preguntó Dent. El silencio del inspector respondió a su cuestión. En el momento en el que la puerta se cerró a sus espaldas, el ruido de un disparo llenó la planta baja de la prisión. Las frías e impenetrables paredes de los pasillos parecían abrazar con ansia al inspector. Este caminaba tranquilo y sin prisa por los laberintos del sótano, con las manos entrecruzadas tras su espalda y la cabeza bien alta. Se sentía bien, satisfecho. Quizás hasta victorioso. Lo había conseguido. Después de toda una vida investigando, había logrado dar con el método para hacer realidad la teletransportación. Lo único que faltaba era descubrir la forma de hacerlo de manera indolora y, por supuesto, completa. Muchos habían sido los presos que en el intento habían desaparecido simultáneamente, habían manifestado anomalías físicas como mutaciones o fusiones entre distintas partes de su cuerpo, o incluso habían perdido por completo la cordura, pero, ¿por qué preocuparse por ellos? Son simple relleno, nada más que "sujetos de prueba". Pensar en lo que les haya podido pasar es una


pérdida de tiempo. Al fin y al cabo, ¿quién va a echar de menos a un demente, un asesino o un violador condenados a cadena perpetua, aislamiento o, incluso, pena de muerte? Son un elemento clave para la investigación, y a su vez, no son nada. Todos, cada uno de ellos, simplemente morirá olvidado.


VIII Concurso de narrativa IES Nervión 2019

Bachillerato y CFGS 1er Premio Sin título

Cristina Corrales Caro 2º BACHILLERATO C Música: Lotus, Secret Garden


Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro… tras meses de plegarias, la epidemia que llevaba meses asolando las tierras del SeñorSukeroku, al fin comenzaba a retroceder. Desde otoño, cuando el primer campesino había perecido ante la letal enfermedad, la capital había sido cercada y aislada y las aldeas del reino habían padecido todo tipo de vicisitudes, incomunicadas con los médicos de palacio, no pudieron sino esperar y rezar porque el Espíritu de la misericordia se apiadase de ellos. La extraña dolencia que había arrasado con un tercio de la población de la isla comenzaba con un sentimiento de abulia que consumía los corazones de sus víctimas, a las que dejaba postradas en la cama, incapaces de realizar incluso las tareas más cotidianas como lavarse los dientes o cocer el arroz. Tras varias semanas de sueños espesos y sudores fríos, un llanto resquebrajado, dolorido, inundaba a los afectados que, tras horas de derramar ardientes lágrimas, morían deshidratados, con las cuerdas vocales rotas por los aullidos de angustia. Los campesinos soportaron la epidemia igual que hicieron frente a los incendios que arrasaron sus cultivos tres años atrás o las inundaciones que habían destrozado sus cabañas la primavera pasada. Nunca sucumbieron al agotamiento, al hambre o al dolor por la pérdida de sus familias, porque el SeñorSukeroku y el Espíritu de la misericordia velaban por ellos. Al tercer mes de continuas muertes que redujeron considerablemente la producción en el campo, el Señor envió a un sacerdote, el monje misericordio Lao que, una vez a la semana, realizaba un sacrificio al Espíritu y celebraba una ceremonia en la que le eran ofrecidas ofrendas a modo de súplica para que los salvara de la epidemia. Los aldeanos no lloraron cuando, semana tras semana, tuvieron que entregar a la menor de sus hijas para el sacrificio del sacerdote Lao, porque creían ciegamente en la palabra de su Señor y en el poder del Espíritu. Y, cuando tras un mes de sacrificios, desaparecidos ya todos los síntomas de la enfermedad, las puertas de la capital fueron abiertas de nuevo, los campesinos retomaron el trabajo en el campo con un furor tal que nadie alcanzó a comprender por qué sus cosechas, abundantes como habían sido en años, no bastaron para abastecer a las aldeas. En aquellos días en que el arroz hervido y el té de menta eran su único alimento, Lao se paseaba en su caballo recogiendo ofrendas para el Espíritu, con sacos llenos de maíz para el animal, que habrían bastado para alimentar a una familia durante un mes. Sin embargo, la certeza de que la fe en su Señor y la diligencia mostrada al cumplir con los sacrificios los había salvado, reforzó su devoción y una emoción religiosa general abarrotó los templos de ofrendas y nuevos aprendices de monje. Los estómagos de los campesinos estaban vacíos pero sus corazones rebosaban agradecimiento y esperanza. Hideki pertenecía a un largo linaje de criadores de caballos. Su padre había suministrado a la corte de Sukeroku los ejemplares más majestuosos que jamás se habían visto en la isla. Hideki había crecido en un ambiente desahogado y en el calor familiar se había desarrollado hasta convertirse en un apuesto y robusto joven. Su padre fue de los primeros que sucumbió a la epidemia, razón por la cual su madre no dudó en entregar a Rio, su hermana mayor, a Lao, cuando este se presentó en su puerta la primera semana de sacrificios. Durante semanas vio a los macizos caballos que su padre había criado languidecer hasta la muerte por la falta de alimentos. Cuando la enfermedad abandonó por fin sus tierras, se cortó el largo cabello, al estilo de los monjes misericordios, sacrificó al


último de sus caballos que ofreció al altar de su hermana y se marchó a la capital con Lao, para iniciarse en los misterios de la fe. En el hogar de las grandes familias del reino, que habían servido a la dinastía Sukeroku durante siglos, Hideki siguió a Lao como aprendiz.Visitó templos monumentales que rebosaban oro y mármol, bendijo banquetes con cantidades de comida con las que solo podría haber soñado y celebró ceremonias para señores cuyas barrigas protuberantes recordaban a los vientres hinchados de las yeguas embarazadas. Desde el día en que había abandonado la aldea, Hideki había dedicado sus noches solitarias, ebrio de recuerdos que se clavaban en su pecho como un puñal, a tallar una estatuilla del Señor de la misericordia, cuya cabeza rodeada de haces de luz celestiales había convertido en una puntiaguda daga. Mientras rezaba arrodillado en los altares de los dorados templos, recitaba en voz alta los versos misericordios a la vez que repetía para sus adentros el juramento que se había hecho a sí mismo: mataría al Señor Sukeroku con la estatua del Espíritu que le había arrebatado a su hermana y recogería las lágrimas de sus súplicas para ofrecerlas al altar de su padre, que murió en un llanto asfixiante, mientras pedía a su hijo que buscara la ayuda de un médico, una ayuda que nunca llegó, pues las puertas de la capital permanecían cerradas desde la primera muerte por la epidemia. Sin embargo, sus planes de infiltrarse en el castillo como aprendiz de Lao se vieron truncados cuando una noche, tras numerosas y agotadoras ceremonias, Lao, que había bebido demasiado sake bendecido para los altares, le hizo una sorprendente confesión: las muertes de los sacrificios por la epidemia pesaban sobre su conciencia más que el oro que le habían ofrecido para llevar a cabo la sagrada masacre. Hideki no comprendió, o no quiso comprender. La sangre le quemaba bajo las mejillas y sentía que un ardiente fuego le crepitaba en la boca del estómago. —¿De qué oro hablas, Lao? —se atrevió a preguntarle por fin. —Cuando la epidemia comenzó a dar sus primeras señas, los Señores se aterrorizaron. Cerraron las puertas de la capital y declararon la cuarentena. Temerosos de que el flujo de médicos pudiera traer la enfermedad, decretaron que nadie podría entrar o salir hasta que la epidemia remitirse. Sin embargo, las reservas comenzaron a agotarse con el tiempo. Los excesos de los Señores acabaron con los alimentos antes de lo previsto y me enviaron a mí para llevar a cabo los sacrificios. Por supuesto, no eran más que un placebo, esperaban que la fe sirviera como medicamento para los enfermos. Al final no soporté los remordimientos por las muertes y pagué a un médico clandestino para que curara a los enfermos. Lo introduje en las casas bajo el pretexto de ser un monje que iba a bendecir las almas de los condenados por la epidemia. Sé que no has venido aquí como aprendiz, te he visto tallar esa estatua durante la noche—en este punto cesó de hablar durante unos segundos. Tragó saliva y ahogó un sollozo—. Dejé que vinieras conmigo con la esperanza de que me mataras porque la culpa aplastante comenzó a ser demasiado pesada para continuar. Hideki no lloró, como no había llorado desde la noche en que vio encenderse el fuego en el templo después de que se llevaran a su hermana. Su corazón se había endurecido y el dolor por todo lo que el absurdo destino le había arrebatado recubría su alma como una coraza. Recordó entonces el vientre hinchado de su hermana a causa del hambre cuando su padre cayó enfermo, el silencio atronador que inundó el cuarto de su padre el día que fue retirado de la cama y enterrado. Recordó la súplica en los ojos de los caballos moribundos,


sobre todo la de aquel último potro escuálido que casi se abalanzó sobre el cuchillo y cuya mirada rota parecía pedir a gritos el filo del arma. —No te voy a matar—sentenció Hideki—. No sería justo. Tú y tu gente le habéis quitado muchas cosas a la mía; la voluntad, el alimento, el fruto de nuestras tierras y de nuestros vientres. Nos habéis privado de la verdad y de la dignidad. Pero al menos nosotros tenemos algo en lo que creer. Nos habéis hecho fuertes de espíritu en la ignorancia. Vosotros sin embargo no tenéis nada, veneráis dioses que sabéis falsos y servís a un Señor que detestáis. Prefiero dejarte sufrir una vida en la certeza de la culpa que despojarte de tu castigo con una muerte misericordiosa.


VIII Concurso de narrativa IES Nervión 2019

Bachillerato y CFGS 2º Premio X

Alicia Manovel Cabello 1º BACHILLERATO A Música: B.S.O. Eduardo Manostijeras, Danny Elfman


X Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro… Hoy, o quizás ayer. He perdido la noción del tiempo después de tantos meses aislada en este lugar tan inhóspito, que con sus invisibles y afiladas garras me arrastra al olvido. No sé qué día es hoy, ni consigo recordar quién fui algún día, pero sé que ha ocurrido un milagro porque lo he visto con mis propios ojos. Me gustaría que si algún día alguien encontrara este pequeño y desgastado cuaderno en el que escribo, sintiera exactamente lo que yo siento ahora mismo: frustración. Aunque creo que primero debes saber mi nombre. Sé que me llamo X porque yo misma elegí mi nombre al llegar aquí, pero no sé cómo me llamaban antes de llegar. Según he podido comprobar, me gustan las matemáticas. Señalo con mi lápiz en la pared los cocos que tengo y los que me como o me roban las aves que a veces se precipitan sobre mi cueva en busca de alimento. Y también me gusta restar. Cuando más sola me siento trato de distraerme restándole a números diferentes el tres hasta llegar a cero. Mil menos tres son novecientos noventa y siete, menos tres son novecientos noventa y cuatro… por eso me llamo X, en todos los problemas de matemáticas hay una incógnita, o más; y en este problema la incógnita soy yo. ¿Quién soy? Desperté en la isla un día donde el sol abrasaba la piel. Sentía la roca fría presionando mis mejillas, mi pecho, mis brazos y mis piernas, y el agua tibia y salada de la orilla lamiendo los dedos de mis pies. Estaba aturdida y desubicada. No entendía qué hacía allí, pero no estaba sola. A mi lado había una chica, con el pelo negro y rizado enredado en unas algas. Estaba muerta, ahogada y su cuerpo inerte flotaba a tan sólo un metro de mí. Más tarde la llamé Y. Los días que siguieron a este no fueron mejores. Cavé un hoyo en la arena en busca de agua dulce y trepé a algunos árboles para coger cocos. Me arañé los muslos con la corteza de los árboles en el recorrido de recolecta, tragué arena al beber el agua que había encontrado y llevé a un lugar seguro a Y. La llevé al sitio más profundo de la cueva en la que me resguardaba cada noche. Allí la tumbé boca arriba sobre hojas de diversas plantas tropicales que había encontrado adentrándome en la isla, y puse las manos sobre su vientre, y entre sus manos le enredé las flores blancas más bonitas que encontré. Pasadas unas semanas, cuando me disponía a bañarme en el mar para curarme las heridas que me habían causado las cortezas de los árboles, esta vez en los brazos, otro cuerpo flotando en la orilla. Esta vez un chico, Z, al que también llevé a la cueva. Cada vez me sentía más vacía y confusa. No entendía por qué las incógnitas se iban multiplicando, así que decidí sentarme en la orilla del mar y esperar. Quizás así comprendería qué estaba pasando. Estuve años sentada frente a la orilla sin obtener respuesta. Hasta que un día ocurrió el milagro. Estaba tumbada en la arena sintiendo cómo el sol me tostaba la piel cuando de repente dejé de sentirlo. Pensé que el cielo se había nublado, pues sólo sentía sombra, así que abrí los ojos, y lo vi. Era yo, con las mismas mejillas pecosas y el mismo pelo corto que me había visto reflejado en el mar. Se tumbó a mi lado y me incorporé un poco para verla mejor. Mis ojos no podían creerlo.


— Curioso, ¿verdad? —me quedé atónita. Tenía mi misma voz. — ¿Qui… quién eres? —tartamudeé. — Soy tú —respondió con desdén—. Pero soy tu verdadero tú. Nuestro verdadero yo. Somos un experimento. — ¿Un experimento? —pregunté confusa. — Eres el desecho del experimento del doctor Hap.Ha retenido en su laboratorio a un grupo de cuatro personas para experimentar la clonación. Eres mi clon, pero fuiste el intento fallido. Por eso estás aquí. Todas las copias que no salen como él esperaba acaban aquí. La mayoría, muertas. Hap les inyecta un líquido que hace que pierdas la memoria y luego los lanza al mar. Tú seguramente solo te quedaste inconsciente. — No lo entiendo. ¿Tú eres un clon? —pregunté. — No. Soy una de las cuatro personas retenidas. El doctor se equivocó y me lanzó a mí en vez de a mi clon. Me llamo Noa. No sabía qué contestar. Después de tanto tiempo sola y atrapada en la isla, que apareciera otro humano era lo último que me esperaba; y menos que ese humano fuera yo. — ¿Y ahora qué? —Noa me miró fijamente y dijo al instante: — Sé cómo salir de aquí.


VIII Concurso de narrativa IES Nervión 2019

Bachillerato y CFGS 3er Premio Milagro de muerte

María Ponce de León Bermúdez 2º BACHILLERATO C Música: Estudio para piano “Tristesse”, de F. Chopin


Milagro de muerte Hoy, en esta isla, ha ocurrido un milagro… La mujer que reposaba sobre las blancas sábanas de algodón en aquella fría y lúgubre cama estaba empezando a morir. Llevaba años retenida allí. Al principio se levantaba cada dos horas para dar un paseo por toda la casa, pero poco a poco fue perdiendo la movilidad. El último día que salió de su dormitorio fue un lunes: se disponía a bajar las viejas escaleras de roble en busca de su marido que acababa de entrar por la puerta de la casa. Cuando apenas le quedaban un par de escalones, una de sus piernas falló haciéndola caer hasta el suelo de la sala de estar. Desde entonces permanecía inmóvil en aquella cama, empeorando cada día más. Añoraba salir al inmenso jardín que había detrás de su casa, tocar el césped con sus pies descalzos, bajar a la playa y pasear por la orilla. Añoraba poder vivir. Su marido salía alguna que otra noche mientras ella dormía, para llevarle algo del exterior. Un día unos yerbajos que crecían continuamente en su descuidado jardín; otros días un puñado de arena de la playa. Pero no fue eso lo que la mantuvo con vida tanto tiempo, sino su esposo, el que había dejado de ir a la oficina por ella, el que se encargaba de escribir los poemas que ella dictaba y el que siempre estaba a su lado. Incluso en aquel doloroso instante en el que vería por última vez a su mujer viva. Llevaba horas sentado junto a ella inmóvil, sosteniendo su pálida mano, viendo cómo lentamente sus órganos vitales iban fallando uno tras otro. Su pecho dolía, pero eso era lo mejor para ella. Era lo que su mujer llevaba meses pidiendo. Su corazón cada vez era más débil. Poco le quedaba ya y su esposo lo sabía. Este sacó del bolsillo de su camisa una hoja de papel y la desdobló sin soltarla de la mano. Comenzó a leerla: "Ángel inmortal que me acompaña siempre, que permanece horas sonriente para mí, que me cuida incluso en las noches. Alza el vuelo libre entre los celestes cielos que cubren el mundo por completo. Abandona mi cuerpo frío, yaciente y solitario en el lecho, que al fin ha conseguido el milagro de la muerte."


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