Club Renfe Nº10

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EL RELATO

TRENES, VIDA Y CINE MI ABUELO PATERNO FUE FERROVIARIO. Crecí escuchando a mi padre contar sus viajes en tren de niño, la aventura que significaba salir de su pueblo manchego y atravesar los secarrales hasta llegar a Madrid, donde boquiabierto, mientras su padre se iba al estadio de Chamartín para ver jugar a Di Stéfano, él, con diez años, se pateaba la ciudad solo, sin un céntimo en el bolsillo, descubriendo fascinado las calles y edificios que había visto en los periódicos y en el cine. Aquellos relatos de viajes paternos en Renfe por media España alcanzaron para mí una categoría épica, de manera que no es extraño que las películas sobre trenes encendiesen mi imaginación y prefiriera viajar sobre raíles a hacerlo en carretera. El filme Asesinato en el Orient Exprés, además de su trama de intriga, avivaba mi interés por la Europa de entreguerras, por aquella rutilante alta sociedad que mantenía elegantes formas de vida, herederas del Grand Tour: el viaje cultural por la geografía europea de raíz dieciochesca que duraba alrededor de un año. Hay pocos comienzos más sugerentes que el de Memorias de África, con el humeante ferrocarril atravesando lento la sabana, con una mezcla de evocación, de giro vital y de promesa de felicidad. Y con esa música envolvente de John Barry…

Hitchcock fue el culpable de mi fascinación por los vagones restaurantes, llenos de personas de mundo que se desenvolvían con elegante soltura, pedían bebidas alzando una ceja o un dedo y comían con exquisitez. No me refiero, claro está, al inquietante inicio de Extraños en un tren, sino a Con la muerte en los talones, donde la elegancia de la seducción llega a su culmen en la escena del vagón restaurante, cuando la rubia y guapísima Eva Marie Saint se dispone a almorzar con Cary Grant para cazarlo. En Casino Royale asistimos a otra secuencia de soterrada sensualidad en el vagón restaurante, cuando tras la cena, James Bond y Vesper Lynd (se convertirá en su único amor) beben vino, se miran con interés y establecen un diálogo en el que se psicoanalizan recíprocamente, con frases que cortan como bisturís, en un barrunto de cortejo. Pero el cine no solamente ha avivado mi pasión por esta forma de viajes, sino condicionado muchas veces. Como sucedió la última vez que fui a París. En tren, claro. El reclamo para cambiar el avión por un compartimento con cama era cenar en el vagón restaurante. Cumplí un sueño. Anochecía tras los cristales, veía pasar los paisajes, bebía vino, tomaba pescado y conversaba en voz baja con mi mujer. Y sentía que lo mejor estaba por venir. Como en el cine.

EMILIO LARA EL ESCRITOR DE NOVELA HISTÓRICA (JAÉN, 1968) PUBLICÓ ESTE AÑO ‘LA COFRADÍA DE LA ARMADA INVENCIBLE’ (ED. EDHASA). 98 CLUB + RENFE

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