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TURISMO RESPONSABLE

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uchas otras islas del Caribe tienen sol y playas paradisíacas, hoteles de lujo, vida nocturna y shoppings libres de impuestos. Barbados, la isla más al este de las Antillas Menores, lo incluye todo y más: su identidad está formada por su patrimonio histórico, arquitectónico y natural. Esta pequeña isla nación, otrora colonia británica, mide apenas 35 kilómetros de largo por 23 de ancho. Abrazada por un mar tornasolado que va del turquesa al verde esmeralda, la isla recibe, de un lado, las tranquilas aguas del mar Caribe, y del otro, las desatadas olas del océano Atlántico. Tierra a la vista En otros tiempos, debió de haber sido muy diferente la fisonomía de esta isla caribeña. Por ejemplo, cuando hace siglos los portugueses navegaban por sus mares y, en una visita, la nombraron por primera vez “Os barbados”. A bordo del catamarán Tiami, que navega por las tranquilas aguas del mar Caribe en el lado oeste de la isla, nada de lo que se ve en sus costas hace alusión al nombre de la isla. La clave –al decir de uno de los tripulantes del Tiami– se encuentra en el interior de la isla: enormes higueras con raíces aéreas que cuelgan de sus copas hasta el suelo. Los ingleses llegaron en 1625 para quedarse. La colonia se cubrió de plantaciones de algodón, tabaco y, a partir de 1630, caña de azúcar. El boom de la industria

azucarera desencadenó el comercio de esclavos africanos para trabajos forzosos –en la actualidad, más del 90 % de los barbadenses son descendientes de personas de distintos países de África– y estimuló la economía y la infraestructura insular. Las pintorescas casas “Chattel” son de madera de colores y se ven a lo largo de toda la isla. En la época colonial, se podían remover y trasladar fácilmente de una plantación a otra. Antes que en el resto del mundo, en 1834 se abolió la esclavitud en Barbados y a fines de 1966 obtuvo su independencia de Inglaterra, dentro del marco de la Commonwealth. Más tarde, la vida moderna adornó el perfil de la isla con sus colores y su pompa. Sobre playas de fina arena y entre frondas tropicales, hoy relucen modernos hoteles y restaurantes, terrazas y decks de madera bajo floridas pérgolas. Bridgetown, la capital Barbados se divide en once parroquias: St. Lucy, St. Peter, St. Andrew, St. James, St. John, St. Joseph, St. George, St. Thomas, St. Michael, St. Philip y Christ Church. La capital, Bridgetown, se encuentra en la parroquia de St. Michael. El centro histórico de Bridgetown fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2011. Un buen plan es dar paseos ociosos por el downtown y apreciar sus edificios históricos. La capital es, tal vez, la parte más british de la isla. El Parlamento, el tercero más antiguo de la Commonwealth; el monumento al almirante Nelson,

más antiguo que el de Trafalgar Square, en Londres; y el impresionante y ultramoderno Kensington Oval, meca del cricket en las Antillas, relatan parte de la historia de la isla. Sin ir muy lejos, la Broad Street conserva fachadas victorianas que, en su interior, albergan shoppings libres de impuestos. En la entrada de uno de los dos puentes que cruzan el puerto Careenage, un gran arco conmemora la independencia del país y cierra el capítulo de 338 años de colonialismo inglés. Delicias del mar Hacia el este, en las costas de St. Joseph, donde el Atlántico golpea la isla con sus olas, el adormilado pueblito de pescadores Tent Bay linda con la espumosa Bathsheba Beach, un hito para la comunidad surfer del mundo. Sobre una colina que desciende en gradas hacia la playa de Tent Bay, se aloja el hotel boutique y restaurante Atlantis, con una terraza ubicada de cara al mar, donde barquitos de colores flotan serenos hasta la próxima hora de pesca. Desde las primeras generaciones, familias enteras de barbadenses pescan flying fish (considerado el plato nacional), mahi mahi (también conocido como dorado), wahoo, merlín y barracuda. Lo atinado aquí es pedir la pesca del día. Como en el resto de los salones y las terrazas de los hoteles y restaurantes de Barbados, todo entra por los ojos: frente a un plato bien servido, en una mesa bien puesta y con vista al mar, el paladar se adueña del ambiente.


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