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Capítulo 12. La tecnología lítica como el ritmo de interacción del poblamiento del centro de Chile
Nuestra propuesta interpretativa establece que la tecnología jugó un rol central en la organización espacial y social de las poblaciones humanas en el centro de Chile durante el Pleistoceno terminal. Pensamos que el modo de gestionar integralmente la producción de herramientas generó una plataforma tecnológica confiable que permitió hacer frente a condiciones ambientales vertiginosamente cambiantes y en una región donde el entorno aparecía como un medio desconocido. Esta confianza tecnológica no se entiende aquí en la acepción de «diseños confiables» (Bleed, 1986; Nelson, 1991), sino como un apoyo o seguridad en la tecnología como medio de enfrentarse con las actividades en el paisaje de la costumbre o dentro de los desplazamientos más habituales. Los proyectos tecnológicos que caracterizaron las ocupaciones de quebrada Santa Julia y Taguatagua 1 se caracterizaron por la manufactura y/o uso de instrumentos sobre grandes lascas de variadas materias primas de calidades medias a altas. Estos fueron modificados marginalmente por percusión dura en bordes activos de extensión acotada. Estas herramientas fueron diseñadas de manera informal para una sujeción manual y fueron pensadas para cortas vidas útiles, con un descarte posterior a su uso. Si bien las funciones diagnosticadas en sus bordes son varias, sin lugar a dudas, dominaron las funciones de faenado —corte, desarticulación y raído— de las presas. Su producción fue mediada por un ritmo donde no hubo diferenciación temporal en las etapas de producción, uso y descarte, como lo atestigua el ensamblaje en roca G31 del piso de ocupación de quebrada Santa Julia. Un segundo proyecto tecnológico fue identificado solo en quebrada Santa Julia a partir de la manufactura de un bifaz acanalado por medio de percusión blanda y retoque. Este tipo de piezas, a diferencia de las anteriores, caracterizaron un ritmo
de producción donde sí hubo distancias temporales y espaciales en los segmentos de producción en la cadena operativa. Esta cadena supuso el transporte de matrices seleccionadas y no las piezas terminadas. El que no se haya registrado este conjunto de evidencias en Taguatagua 1, no implica que estas no existieran como proyecto tecnológico para sus ocupantes. Sin ir más lejos, en el sitio se recuperaron piezas bifaciales y desechos de adelgazamiento bifacial, que apoyan lo anterior. La gestión tecnológica en ambos contextos se caracterizó por la manufactura de instrumentos y no por el uso y descarte. Esto es consistente, a grandes rasgos, con una alternativa de movilidad que privilegia los desplazamientos residenciales y donde todas las actividades se llevan a cabo en una misma locación.
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Por su parte, pese a que las evidencias son cuantitativamente más reducidas, los proyectos tecnológicos de Taguatagua 2 son más variados y a la vez diferentes. Los instrumentos sobre lascas son más pequeños en promedio y escasos, con filos abiertos manufacturados por presión dura con la intención de ser usados en actividades de desposte —corte, desarticulación y raído— de las presas, a modo de herramientas informales de sujeción manual. A estos se suman instrumentos sobre láminas u hojas formalizadas y obtenidas desde núcleos preparados para potenciar bordes útiles abiertos que maximizaron el filo disponible. Estas herramientas de sujeción manual proveyeron filos agudos aptos para las actividades de corte. Un tercer proyecto fue la confección de pequeños cabezales líticos bifaciales tipo cola de pescado, altamente formales y de rigurosos criterios de diseño, como parte de un complejo armamento compuesto desarmable. Hemos propuesto que la producción de todos estos proyectos aconteció a un ritmo donde las distancias temporales y espaciales entre los segmentos de producción de la cadena operativa fueron la característica distintiva.
Las evidencias en Valiente nos ayudan a entender el contexto de la manufactura de las puntas de proyectil tipo cola de pescado, en especial en los depósitos basales excavados. De acuerdo a los datos preliminares recuperados, su producción respondería a un ritmo con diferencias temporales y espaciales, ya que si bien registramos desde el aprovisionamiento del cristal de cuarzo a los pies de la cantera, hasta las piezas fracturadas en el proceso de adelgazamiento y regularización de los bordes, no observamos su uso y descarte. En Taguatagua 2 fue posible, además, registrar algunas matrices bifaciales en rocas de alta calidad, incluido el cristal de cuarzo, las que habrían ingresado al contexto como soluciones flexibles y no bajo diseños fuertemente normados.
En síntesis, para los asentamientos humanos durante el lapso entre ~13200 y 12700 años cal AP. observamos cadenas operativas —abastecimiento, producción, uso y
descarte— que caracterizan ritmos con y sin diferenciación temporal entre sus etapas. Para los asentamientos entre los ~12000 y 11000 años cal AP. observamos solo cadenas operativas que definen ritmos donde se acentuó la diferencia temporal en las etapas de producción, uso y descarte. Estas alternativas conductuales tienen su raíz en la organización espacial y social característica de estos grupos. Puede haber diferencias formales, distintas materias primas, asociaciones a fauna moderna o extinta, desiguales lapsos de uso de los campamentos e incluso discrepancias tipológicas; no obstante, lo que es común y característico son los modos de hacer. Estos modos de hacer los percibimos a través del ritmo de la acción tecnológica. Formas de hacer, gestos y cadenas operativas fueron las maneras de materializar esquemas que definieron cómo —y en este caso también cuándo— hacer las cosas (Pelegrin, 1990), y fueron, además, entregados entre generaciones a través de la educación (Leroi-Gourhan, 1971). Estos pueden entenderse como el acervo cultural de los grupos de cazadores recolectores y la organización de su actuar en el espacio. No queda duda que los desplazamientos residenciales (Binford, 1980; Kelly, 1995) fueron dominantes durante el poblamiento inicial del centro de Chile. Esta tendencia es consistente con una ocupación exploradora (Borrero, 1989-1990, 2001) de un espacio desconocido (Kelly, 1993b). No obstante, nos parece que el modo de ocupación del espacio de los pobladores del Pleistoceno terminal reviste mayor particularismo. Observamos dos momentos de un mismo proceso que muestran cómo los grupos humanos evolucionaron en su conocimiento del entorno.
Quebrada Santa Julia y Taguatagua 1, ocupados durante el lapso más temprano, son contextos donde se produjo y utilizó herramientas en el procesamiento de presas de fauna hoy extinta. Corresponden a contextos asociados a un régimen de movilidad residencial, acotados a paisajes de la costumbre que no superaron las regiones. Este tipo de movimientos supuso que en el lugar de los desplazamientos el grupo debió utilizar la oferta de recursos disponible para realizar todas las actividades. En este escenario el consumo siempre fue incidental, ya que el grupo humano se movía hacia sectores como lagunas, donde se presumía el hallazgo de presas. Un régimen de movilidad tan continuo implicó: (i) integrar un equipo tecnológico transportado minoritario en la forma de lascas de materias primas de alta calidad; y, (ii) confiar en lo localmente disponible para resolver la mayoría de las necesidades.
Quebrada Santa Julia, además, nos brinda una escena social única. En un discreto piso ocupacional, un limitado conjunto de rocas trabajadas permitió, mediante
un análisis de distribuciones y de ensamblajes, observar cómo los seres humanos gestionaron su tecnología y se articularon en un espacio limitado. Siguiendo la perspectiva de L. Binford (1988), existen ciertas condicionantes ergonométricas del ser humano que influyen en su actividad (gestos de acuerdo a Leroi-Gourhan, 1971) en los lugares ocupados. Una de las actividades más comunes en los sitios de cazadores recolectores son las interacciones en torno a los hogares. Las actividades materiales asociadas a esta interacción forman patrones alrededor de los fogones que se manifiestan en que los pequeños desechos son descartados en «zonas de caída», donde los individuos se sentaron, mientras que las basuras más voluminosas son dispuestas en «zonas de lanzamientos» más retiradas. Este tipo de patrón, si bien no es comúnmente identificado, ha sido reseñado en sitios contemporáneos a quebrada Santa Julia como Gault (Waters y otros, 2011). C. Gamble (1999, pp. 72-73), por su parte, siguiendo información etnoarqueológica, rescata el uso de las medidas del cuerpo humano para sugerir que las dimensiones de rasgos, como los fogones, son adicionalmente informativos de la cantidad de gente integrada a una misma interacción. En quebrada Santa Julia, la distribución del material lítico, entendido como cadenas operativas, y las dimensiones del fogón, nos brindaron una ocasión poco repetible para analizar los gestos de sus ocupantes. Proponemos que los datos sugieren un contexto funcional muy pequeño, donde cuatro a cinco individuos pudieron disponerse en la periferia de un hogar, como un núcleo de la co-participación en el campamento. Esta suposición no tiene un correlato demográfico, pues es evidente que la reproducción social y biológica de los grupos necesita de conjuntos más numerosos. Al contrario, esta idea sugiere que cuando están dadas las condiciones para analizar las interacciones en contextos de alta resolución, los patrones materiales indican breves interacciones de pocos individuos en cada caso. Las actividades llevadas a cabo en esta instancia corresponden a las interacciones en una red íntima (Gamble, 1999). Contextos como quebrada Santa Julia permiten inferir, para las ocupaciones del periodo, que incluso cuando representaran actividades residenciales, estas debieron ser de unidades muy pequeñas, con toda probabilidad con vínculos familiares estrechos. Estos pobladores, aunque vivieron en un ambiente de profundos cambios, se enfrentaron a condiciones relativamente benignas, de mayor humedad a la actual y una amplia oferta de recursos como lo sugieren los hallazgos de fauna distribuidos en la región (Casamiquela, 1969-1970; Moreno y otros, 1994). Sin mayores competidores, como otros seres humanos o grandes carnívoros, es probable que no hayan experimentado restricciones en los recursos. No obstante las condiciones «relativamente favorables», la situación de total desconocimiento de la región fue
crucial en el uso del espacio. Siguiendo a R. Kelly (2003b), planteamos algunas expectativas conductuales ante un escenario semejante. Proponemos que los datos aquí recabados apoyan la idea de: (i) frecuentes traslados residenciales; (ii) selección de emplazamientos en función de la disponibilidad de presas; y, (iii) la mantención de grupos pequeños, aunque vinculados a otras unidades familiares para potenciar la adquisición de información. Esta situación es consistente con un escenario de grupos humanos exploradores en su primera experiencia en una región donde el sistema de movimientos residenciales se repetía latitudinalmente en pequeñas áreas que no sobrepasaron la región en sus traslados más habituales. Otra de las expectativas, derivadas de las sugerencias de R. Kelly (2003b), es que pobladores en un ámbito desconocido debieran orientar su atención hacia los marcadores topográficos principales, a fin de generar un mapa mental que los ayudara a desenvolverse en su accionar en el espacio. Pensamos que, dada la gran importancia que tuvieron las rocas para moldear la aproximación humana al espacio (Kelly & Todd, 1988; Gillespie, 2007), una probabilidad es que las áreas de concentración de materias primas hayan cumplido un rol significativo en este mapeo. Si aceptamos esta propuesta, acudir redundantemente a la cantera de cuarzo de Tilama podría haber hecho que esta localidad, mediante actividades reiteradas de abastecimiento, se transformara en un «lugar» o locación donde el emplazamiento circundante condiciona la práctica social (Gamble, 1999). Sugerimos que esta situación no debió haber ocurrido de forma automática, ya que se presume necesario un tiempo de aprendizaje en el espacio, desde el encuentro fortuito hacia la recurrencia en la ocupación de una localidad. Del mismo modo, localidades donde se concentraron otro tipo de recursos cruciales o grupos humanos también pudieron ser incorporadas al incipiente desarrollo de esquema ordenador del espacio cultural. La ocupaciones en el centro de Chile entre los 12000 y hasta los 11000 años cal AP. acontecen en contemporaneidad a los más profundos cambios ambientales que el ser humano haya podido experimentar en la región: alternancias de temperatura, cambios en los regímenes de humedad efectiva y, por tanto, en la vegetación, probables modificaciones en la hidrología y un marcado proceso de extinción de los animales de mayor biomasa. La restricción de los recursos cinegéticos ha sido acertadamente relacionada a los cambios ambientales y a las respuestas humanas (Núñez y otros, 1987). Estas modificaciones, sin duda, reorientaron los patrones de movilidad, lo que se percibe a través de una mayor diferenciación funcional de asentamientos. Sin ir más lejos, Taguatagua 2 y Valiente muestran distintas fases de una cadena operativa de puntas de proyectil, donde la producción de desechos
y descarte de piezas fallidas solo se observan en la cantera-taller, mientras que uso y descarte se lleva a cabo en un sitio de matanza. Además, mientras que el campamento de caza y faenado de mastodontes es de una intensidad mayor a la de cualquier otro registrado en la región, la cantera/taller acusa consumo de fauna moderna. Todo el material lítico en estos sitios es muy formal y está pensado para su durabilidad. Su producción, uso y descarte implican un ritmo de accionar distribuido en el tiempo y espacio, y consistente con un territorio más conocido y, por lo anterior, el inicio de un paisaje socialmente construido. Pensamos que el conjunto de datos e interpretaciones propuestos en esta investigación permite poner de relieve que para los primeros ocupantes del centro de Chile la movilidad estuvo siempre mediada por la tecnología. Ello no significa que otros recursos tuvieran menor significancia, sino más bien que el paisaje tuvo un sentido móvil, donde el desconocimiento de la región hizo que la confianza no se volcara solo hacia el reconocimiento de puntos en el espacio, sino que también hacia la forma como se gestionó la producción, uso y descarte de las herramientas. De ahí que proponemos que el uso del espacio tuvo una orientación tecnológica o que la tecnología lítica fuera un ritmo de interacción social del poblamiento Pleistoceno terminal del centro de Chile. Si bien es cierto, que en Arqueología la tecnología se analiza desde herramientas y vestigios de su manufactura dispersos en el espacio, esta no es más que un producto intelectual cuya formulación y transmisión fue tan social como las instituciones y sistemas de creencias que organizan el acervo cultural de un grupo humano.