capítulo_2
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Vida intelectual del virreinao del Perú
irremediable separación, cada vez mayor, del tiempo feliz que para siempre huyó. La influencia del régimen colonial sobre los demás elementos populares no fue menos perjudicial. Los virreyes se empeñaron en separar las castas, creando entre ellas rivalidades y ociosidades, por temor a posibles levantamientos. Con tal sistema era imposible la existencia de sentimiento alguno de solidaridad. Las castas vivían en el Perú en la condición indigna de clases inferiores despreciadas: en tal situación, mal podían sentir afecto por la patria, en la que tanto se les humillaba. El régimen colonial, fue opuesto a la formación del sentimiento nacional. En cuanto a las clases sociales superiores, la influencia de la vida colonial es de inmensa transcendencia. El escolasticismo que dominó durante tres siglos desarrolló entre nuestros intelectuales exagerado amor a la teoría, al principio dogmático. El desprecio que porfiadamente se tuvo por las ciencias, ocasionó la falta de espíritu de observación y del sentido de la realidad. Estos defectos de espíritu en las clases sociales superiores, aparecen notoriamente desde los primeros días de nuestra vida republicana. Creyendo incompatible la forma monárquica con los derechos del hombre, y repitiendo con Montesquieu que la república libre era la forma de gobierno más perfecta de los pueblos civilizados, pasamos rápidamente de la sumisión colonial al abuso de todas las libertades. Se argumentaba en favor del gobierno republicano, diciendo que el pueblo lo quería; y en los periódicos de la época se leen frases como éstas: «somos hombres espontáneamente unidos en sociedad, y sólo sujetos –a los pactos que en ejercicio de nuestro albedrío hemos formado». Se declamaba contra los gobiernos personales; contra la dictadura, “esa dignidad espantosa de una espada cortante que amenaza al inocente y al culpable, al patriota y al traidor». Se reúne el Congreso de 1823 para dar al país una Constitución liberal y, aunque nuestros legisladores profesaban los principios que hemos enunciado, sufrió el Congreso una imposición militar y, a fines de ese año, aunque los demagogos repetían con Benjamín Constant que –un gobierno constitucional cesa de derecho de existir, inmediatamente
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CARETAS 2002
«que la Constitución no existe», el Congreso concedía a Bolívar facultades extraordinarias, y erigía por su propia mano la dictadura. Sin admitir transacciones de ningún género, la realidad se imponía destruyendo violentamente la construcción de los utopistas enamorados de la teoría. Atendiendo a la incultura del pueblo, este Congreso dispuso que la condición de saber leer y escribir para ejercer el derecho de ciudadanía no se exigiera sino desde 1840. Sin embargo del convencimiento que había del atraso lamentable de la generalidad de los nacionales, la Constitución del 23, por imitación impertinente, o exagerado amor a la doctrina, dispuso en su artículo 107 el establecimiento de jurados para las causas criminales. La utopía quería sobreponerse a la realidad; pero fue vencida nuevamente por ésta. Enmendando el error, los legisladores del 28 encomendaron a los jueces de primera instancia del fuero común, el juzgamiento de las causas criminales. Sin estudio profundo del medio en que iban a aplicarse las leyes, los legisladores del 28, atendiendo sólo al principio de que el pueblo debe gobernarse a sí mismo con toda libertad, intentaron un régimen de descentralización administrativa; creando un país donde la ineptitud para el gobierno era general, las Juntas Departamentales, que tenían entre sus atribuciones la de velar sobre la renta nacional, y la de proponer prefectos y gobernadores. Sucedió lo que tenía que suceder: las Juntas Departamentales turbaban el orden con sus abusos, e invadían atribuciones del gobierno. Se vieron en ellas a personas incapaces; y dieron tan repetidos escándalos que la de Lima fue disuelta por la fuerza en 1831; y el Congreso de 1834 tuvo que abolir las Juntas Departamentales. El excesivo amor a la doctrina, sin base de aplicación real, determinó también la discusión ruidosa de cuestiones religiosas en el congreso de 1856, lo que trajo como consecuencia la exaltación del fanatismo popular y la revolución de Arequipa. Podríamos hacer la historia de nuestras constituciones con más detalles; se llegaría a la conclusión de que ellas representan la lucha incesante entre principios teóricos inaplicables, y la realidad intransigente.










































