Y tu que sabes?

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para crear tecnologías cada vez más poderosas; el atractivo de la actividad científica incrementó el apoyo que recibía. De niño, pensaba mucho en Dios. Me dijeron que no podía entender a Dios, que era un misterio que jamás podría desentrañar. Yo, que era arrogante e inquisitivo, decidí que estaban equivocados; pensaba que tenía que haber un camino. Cuando, de adolescente, descubrí la ciencia, me entusiasmé. Aunque sabía que la ciencia estudiaba los efectos de un orden superior, me parecía que las cosas que aprendía se acercaban más al milagro de la vida que muchos de los momentos aburridos que había experimentado de niño en la iglesia. Cuando descubrí la mecánica cuántica, ¡me pareció que estaba en el cielo! (perdón por el juego de palabras); utilizaba un lenguaje que, en mi opinión, podría empezar a explicar lo divino, y la idea del observador podría sugerir que lo divino somos nosotros. La ciencia y el espíritu no son tan distintos; son disciplinas diferentes que intentan entender la misma cosa. MARK

Descartes separa el cuerpo de la mente, la humanidad de la naturaleza El filósofo y matemático francés del siglo XVII René Descartes amplió la distancia que existía entre la ciencia y espíritu: “En el concepto de cuerpo, nada hay que corresponda a la mente, y nada hay en el concepto de mente que corresponda al cuerpo”. Y así cayó el hacha y partió por la mitad una misma moneda (la realidad). Si la ciencia y el espíritu estaban divorciándose, Descartes fue el abogado que lo hizo aceptable. Aunque él creía que Dios había creado tanto el espíritu como la materia, pensaba que eran cosas completamente distintas e independientes. La mente humana era un centro de inteligencia y razón, diseñado para analizar y entender. El campo propio de la ciencia era el universo material (la naturaleza), una máquina, según él, que actuaba de acuerdo con leyes que podían ser formuladas matemáticamente. Para Descartes, gran aficionado a los relojes y a los juguetes mecánicos, en la naturaleza todo compartía esa esencia mecánica, y no únicamente las cosas inanimadas como los planetas y las montañas. Asimismo, todas las operaciones del cuerpo podrían explicarse de acuerdo con el modelo mecánico: “Considero que el cuerpo humano es como una máquina”. La separación de mente y cuerpo, que Descartes convirtió en regla fundamental de la ciencia, ha causado innumerables problemas, como veremos después. IMAGEN 005 Fotografía: Miceal Ledwith El abismo entre la ciencia y el espíritu nos afecta hoy porque los científicos implicados en esa clase de debate saben muy poco sobre las verdaderas enseñanzas del espíritu. Se limitan a recoger las historias que se cuentan en todos los púlpitos del país y lo toman por espíritu científico cuando, de hecho, no es más que una versión de la ciencia del espíritu. Y desgraciadamente, los eclesiásticos tampoco conocen su ciencia, de modo que en realidad las dos partes están disparando a fuego cruzado. Pero son sencillamente dos formas complementarias de mirar la realidad. Miceal Ledwith

Francis Bacon y el dominio de la naturaleza Francis Bacon, filósofo y científico británico, contribuyó también a establecer el método científico. Podemos explicarlo con el siguiente diagrama: Hipótesis → investigación y experimentación → sacar conclusiones generales → probar esas conclusiones con más investigación Es indudable que el método científico ha producido avances enormes para la humanidad, desde un mayor entendimiento de la naturaleza, a mejoras en la salud, en la ingeniería, en la agricultura, etcétera, o a los primeros pasos en la exploración espacial. Pero esto es sólo la mitad de la historia. Como hay señalado Fritjif Capra, Bacon veía la empresa científica en términos “a menudo francamente perversos”. Había que “perseguir sin tregua los desvaríos de la naturaleza”, “obligarla a servir” y “esclavizarla”. La labor del científico era “atormentar a la naturaleza para arrancarle sus secretos”. Desgraciadamente, esa actitud que perseguía obtener conocimientos para controlar y dominar la naturaleza se ha convertido en principio rector de la ciencia occidental. Bacon lo resumía así: “El conocimiento es poder”. He pasado la mayor parte de mi vida con la cabeza enterrada en la arena. Mi red de seguridad consistía en despertarme por la mañana preocupada por los zapatos que me iba a poner. Nunca pude conformarme con al idea de que, allá arriba en el cielo, había alguien juzgándome y jamás creí al cien por cien que descendíamos del mono. Siempre me pareció que tenía que haber algo más. Pero era demasiado grande para que yo, tan pequeña, pudiera considerarlo, de modo que, durante mucho tiempo, se lo dejé a los “más listos”. Ahora me doy cuenta de que si no me espabilo y participo en ese diálogo, la ciencia y la religión

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