Simon Bolivar (Nestor Kohan)

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tampoco alcanzaron a participar del Congreso, aún habiendo aceptado la invitación de Santander. Bolívar invitó en calidad de observadores a Holanda y Gran Bretaña, únicas potencias europeas que no formaban parte de la Santa Alianza. Según nos recuerda Juvenal Herrera en su obra Simón Bolívar: Vigencia histórica y política, los EEUU ejercieron su oposición por todos los medios. John Prevost, agente del águila imperial en Chile, Perú y Buenos Aires, informó el 15/11/1822 a su gobierno de Washington: “Se tiene la intención de invitar a la representación de los Estados Unidos tan pronto como los tratados sean ratificados para que presida una reunión que tratará de asimilar la política del Sur a la del Norte”. Sin ser invitados todavía (después lo hizo el sumiso Santander), EEUU ya hablaba de su rebaño latinoamericano y su patio trasero atribuyéndose una presidencia que nadie había propuesto. A ese mismo prisma político pertenecen las instrucciones que el 27/5/1823 impartieron a Richard C. Anderson, Ministro de EEUU en Bogotá: “Durante algún tiempo han fermentado en la imaginación de muchos estadistas teóricos los propósitos flotantes e indigestos de esa Gran Confederación Americana...”. Toda la campaña contra Bolívar difundida por EEUU e Inglaterra, a través de sus agentes diplomáticos o consulares acreditados en las repúblicas recién nacidas, se incrementa cuando se conocen los primeros intentos de organización del Congreso de Panamá, aumentan su volumen cuando éste fracasa y llegan al clímax proponiendo la desintegración de la Gran Colombia y la desaparición física (y política) de la persona del Libertador. Por ejemplo, Heman Allen, Agente de EEUU ante el gobierno chileno, evalúa el 20/3/1826 que los ministros del gobierno de Buenos Aires (probablemente se refiera al obediente Rivadavia), se han apartado del proyectado Congreso de Panamá, porque “de concurrir se sujetarían a los términos que Bolívar imponga a México, Guatemala, Colombia y el Perú”, y agrega que “uniformemente he sostenido que semejante asamblea sería prematura y no produciría ningún bien: que las armas de España no pondrían por más tiempo en peligro la independencia de los nuevos Estados; que no existía peligro de intervención en sus asuntos de ninguna potencia extranjera y que bajo tales circunstancias podrían dirigir mejor sus energías a mejorar sus cuestiones internas antes que a gastar parte de las mismas en alientos inútiles y quizás perjudiciales”. Era la mirada soberbia del padre imperial que hablaba de sus niños díscolos. William Tudor, cónsul de EEUU en Perú, escribió a Henry Clay, secretario de Estado, el 15/6/1826: “De los resultados de la primera sesión del Congreso de Panamá, necesito decir poco... Algunas de las medidas del Congreso han producido gran enojo y desilusión aquí [Lima], habiendo existido la intención de trasladar sus sesiones a esta ciudad. La traslación a México demuestra el celo sentido por esa República y por Guatemala por los planes de Bolívar: Chile y Buenos Aires enviarán ahora sus delegados al mismo y todos esos estados se unirán para oponerse a la influencia del dictador [referencia de los yankis a Bolívar]”. Tudor insiste diciéndole que el Congreso Anfictiónico se había reunido “para satisfacer el capricho y las ambiciones privadas de Bolívar... habiendo la sospecha de que Bolívar les impidió a Chile y a Buenos Aires concurrir”. Poinsett, representante del gobierno de EEUU en México, había dicho escuetamente, el 27/9/1825, que “sería absurdo suponer que el Presidente de los Estados Unidos llegara a firmar un tratado por el cual ese país quedaría excluido de una federación de la cual él debería ser el jefe...”. Nuestra América en la mirada imperial de Inglaterra y EEUU En su investigación Juvenal Herrera aporta otros datos. El Primer Ministro británico, George Canning, pensando en contener a Francia, escribió el 20/8/1823 una carta

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