Ana de las tejas verdes 3

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Fred hizo su entrada solo, con el rostro enrojecido, y luego llegó Diana apoyada en el brazo de su padre. No se desmayó, y nada ocurrió que perturbara el orden de la ceremonia. La alegre fiesta continuó y al caer la tarde Diana y Fred partieron rumbo a su nuevo hogar y Gilbert acompañó a Ana a «Tejas Verdes». La alegría de la tarde de fiesta parecía haberles devuelto algo de la vieja camaradería. ¡Qué agradable era volver a recorrer el viejo sendero en compañía de Gilbert! La noche era tan silenciosa que se hubiera podido escuchar el murmullo de los capullos de rosa… la risa de las margaritas… el susurro de las hierbas y muchos dulces sonidos más, todos juntos y cada uno por separado. Los campos reflejaban la luz de la luna. —¿Quieres dar la vuelta por el Sendero de los Amantes? —preguntó Gilbert al cruzar el puente sobre el Lago de las Aguas Refulgentes en el que la luna se reflejaba como un enorme disco de plata. Ana accedió rápidamente. Aquella noche, el Sendero de los Amantes parecía un verdadero camino del país de las hadas, brillante, misterioso, lleno de hechizo bajo el encantamiento de luz de luna. En un tiempo habría considerado peligroso dar un paseo semejante con Gilbert, pero Roy y Christine lo tornaban seguro ahora. Mientras hablaba amablemente con el joven, Ana se sorprendió varias veces pensando en Christine. La había visto a menudo antes de salir de Kingsport y había podido comprobar su encanto y su atracción. También a Christine le había gustado Ana; pero las cordiales relaciones no llegaron a convertirse en amistad. Evidentemente, la joven no era un alma gemela. —¿Te quedarás en Avonlea todo el verano? —preguntó Gilbert. —No. La semana que viene me iré al este, rumbo a Valley Road. Esther Haythorne quiere que la sustituya en la escuela durante julio y agosto. Tiene a su cargo el período de verano y no está bien de salud, de modo que voy a reemplazarla. En cierto sentido, no me pesa. ¿Sabes que estoy empezando a sentirme un poco extraña en Avonlea? Eso me pone triste… pero es verdad. Es aterrador ver cómo en sólo dos años los niños se han convertido en hombres y mujeres. Desconozco hasta a mis propios alumnos. Me siento vieja cuando los veo ocupar tu lugar y el mío, y el de todos nuestros compañeros. Ana se echó a reír y suspiró. Se sentía mayor, madura y sensata…, cosa que demostraba lo joven que era. Se preguntó dónde habría ido a parar aquella época feliz de ilusiones y esperanzas que parecía haberse alejado para siempre. —Así va pasando la vida —dijo Gilbert, con sentido práctico. Ana imaginó que tal vez estaría pensando en Christine. ¡Avonlea iba a quedar muy solitaria… con la partida de Diana!


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