BOLETIN LITURGICO
MATER DEI Tiempo de CUARESMA AÑO 1 NUMERO 3
La Cuaresma.
Mensaje del Papa.
Experiencia de Desierto.
Página 7 Página 20
Página 2
Símbolos de la Cuaresma:
Cultura del Carnaval: ¿Cristianismo o Paganismo?
Cenizas. Ayuno. Desierto. Cuarenta días. Página 12
Página 16
¿Qué es la Liturgia?
Enciclopedia Cuaresmal.
3ra. Parte
LOS CINCO DEFECTOS DE JESÚS por Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan Página 23
Ayuno y Abstinencia.
Página 19 Página 11
Colores litúrgicos. Página 26
Tiene sentido ayunar?
Página 4
Página 17
NOTA EDITORIAL
Página 3
Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 1
¿Qué es la Cuaresma? La Cuaresma es el tiempo litúrgico de conversión, que marca la Iglesia para prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo. La Cuaresma dura 40 días; comienza el Miércoles de Ceniza y termina antes de la Misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. A lo largo de este tiempo, sobre todo en la liturgia del domingo, hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que debemos vivir como hijos de Dios. El color litúrgico de este tiempo es el morado que significa luto y penitencia. Es un tiempo de reflexión, de penitencia, de conversión espiritual; tiempo de preparación al misterio pascual. En la Cuaresma, Cristo nos invita a cambiar de vida. La Iglesia nos invita a vivir la Cuaresma como un camino hacia Jesucristo, escuchando la Palabra de Dios, orando, compartiendo con el prójimo y haciendo obras buenas. Nos invita a vivir una serie de actitudes cristianas que nos ayudan a parecernos más a Jesucristo, ya que por acción de nuestro pecado, nos alejamos más de Dios. Por ello, la Cuaresma es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna. Cada día, durante toda la vida, hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos. En Cuaresma, aprendemos a conocer y apreciar la Cruz de Jesús. Con esto aprendemos también a tomar nuestra cruz con alegría para alcanzar la gloria de la resurrección. 40 días La duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número cuarenta en la Biblia. En ésta, se habla de los cuarenta días del diluvio, de los cuarenta años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los cuarenta días de Moisés y de Elías en la montaña, de los cuarenta días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto. En la Biblia, el número cuatro simboliza el universo material, seguido de ceros significa el tiempo de nuestra vida en la tierra, seguido de pruebas y dificultades. La práctica de la Cuaresma data desde el siglo IV, cuando se da la tendencia a constituirla en tiempo de penitencia y de renovación para toda la Iglesia, con la práctica del ayuno y de Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 2
la abstinencia. Conservada con bastante vigor, al menos en un principio, en las iglesias de oriente, la práctica penitencial de la Cuaresma ha sido cada vez más aligerada en occidente, pero debe observarse un espíritu penitencial y de conversión. Volver
Editorial Queridos Hermanos Comenzamos el tiempo de la Cuaresma. Me gusta mirar los tiempos litúrgicos como reflejo de lo que es la vida humana. En nuestra vida hay tiempos de luz como la Pascua y la Navidad, tiempos de silencio y transformac ión como la Cuaresma, tiempos de espera como el Adviento y en su mayoría tiempos corrientes, comunes, en los que caminamos la vida cotidiana con la fuerza que hemos recibido en esos momentos tan especiales. También podemos mirar esta realidad con las edades de la vida. Aunque siempre, como en la liturgia, no hay límites bien establecidos, sino que el Misterio nos invade transversalmente. Si bien los tiempos litúrgicos tienen una fecha de comienzo y otra de final, hay una realidad que los cruza a todos y es el Misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Por eso la Eucaristía es siempre el centro de todos los tiempos litúrgicos. La cuaresma es tiempo de conversión. Conversión comprendida como una gracia, es decir como un don recibido que debemos pedir disponiéndonos para ello con la oración, el ayuno, la limosna y la penitencia. Es un tiempo especial para renovar nuestro compromiso bautismal, nuestro ser bautismal, y reconciliarnos con Dios y con los hermanos. “Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a los fieles, entregados más intensamente a oír la Palabra de Dios y a la oración, para que celebren el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante la penitencia, dese particular relieve en la liturgia y en la catequesis litúrgica al doble carácter de este tiempo” (SC 109) Quiera el Señor acompañarnos, como lo ha hecho siempre, para que en esta Cuaresma redescubramos por la fe nuestra condición de hijos amados y practiquemos por la caridad, las virtudes cristianas con las que fuimos coronados. Pbro. Lic. Juan Morre Director
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Boletín Litúrgico N° 3 Página 3
Autor: Benedicto XVI | Fuente: Librería Editrice Vaticana
¿Tiene
sentido ayunar?
Mensaje de Benedicto XVI a propósito de la Cuaresma ¡Queridos hermanos y hermanas! Al comenzar la Cuaresma, un tiempo que constituye un camino de preparación espiritual más intenso, la Liturgia nos vuelve a proponer tres prácticas penitenciales a las que la tradición bíblica cristiana confiere un gran valor —la oración, el ayuno y la limosna— para disponernos a celebrar mejor la Pascua y, de este modo, hacer experiencia del poder de Dios que, como escucharemos en la Vigilia pascual, ―ahuyenta los pecados, lava las culpas, devuelve la inocencia a los caídos, la alegría a los tristes, expulsa el odio, trae la concordia, doblega a los poderosos‖ (Pregón pascual). En mi acostumbrado Mensaje cuaresmal, este año deseo detenerme a reflexionar especialmente sobre el valor y el sentido del ayuno. En efecto, la Cuaresma nos recuerda los cuarenta días de ayuno que el Señor vivió en el desierto antes de emprender su misión pública. Leemos en el Evangelio: ―Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Y después de hacer un ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre‖ (Mt 4,1-2). Al igual que Moisés antes de recibir las Tablas de la Ley (cfr. Ex 34, 8), o que Elías antes de encontrar al Señor en el monte Horeb (cfr. 1R 19,8), Jesús orando y ayunando se preparó a su misión, cuyo inicio fue un duro enfrentamiento con el tentador. Podemos preguntarnos qué valor y qué sentido tiene para nosotros, los cristianos, privarnos de algo que en sí mismo sería bueno y útil para nuestro sustento. Las Sagradas Escrituras y toda la tradición cristiana enseñan que el ayuno es una gran ayuda para evitar el pecado y todo lo que induce a él. nPor esto, en la historia de la salvación encontramos en más de una ocasión la invitación a ayunar. Ya en las primeras páginas de la Sagrada Escritura el Señor impone al hombre que se abstenga de consumir el fruto prohibido: ―De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio‖ (Gn 2, 16-17). Comentando la orden divina, San Basilio observa que ―el ayuno ya existía en el paraíso‖, y ―la primera orden en este sentido fue dada a Adán‖. Por lo tanto, concluye: ―El ‗no debes comer‘ es, pues, la ley del ayuno y de la abstinencia‖ (cfr. Sermo de jejunio: PG 31, 163, 98). Puesto que el pecado y sus consecuencias nos oprimen a todos, el ayuno se nos ofrece como un medio para recuperar la amistad con el Señor. Es lo que hizo Esdras antes de su viaje de vuelta desde el exilio a la Tierra Prometida, invitando al pueblo reunido a ayunar ―para humillarnos — dijo— delante de nuestro Dios‖ (8,21). El Todopoderoso escuchó su oración y aseguró su favor y su protección. Lo mismo hicieron los habitantes de Nínive que, sensibles al llamamiento de Jonás a que se arrepintieran, proclamaron, como testimonio de su sinceridad, un ayuno diciendo: ―A ver si Dios se arrepiente y se compadece, se aplaca el ardor de su ira y no perecemos‖ (3,9). También en esa ocasión Dios vio sus obras y les perdonó. Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 4
En el Nuevo Testamento, Jesús indica la razón profunda del ayuno, estigmatizando la actitud de los fariseos, que observaban escrupulosamente las prescripciones que imponía la ley, pero su corazón estaba lejos de Dios. El verdadero ayuno, repite en otra ocasión el divino Maestro, consiste más bien en cumplir la voluntad del Padre celestial, que ―ve en lo secreto y te recompensará‖ (Mt 6,18). Él mismo nos da ejemplo al responder a Satanás, al término de los 40 días pasados en el desierto, que ―no solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios‖ (Mt 4,4). El verdadero ayuno, por consiguiente, tiene como finalidad comer el ―alimento verdadero‖, que es hacer la voluntad del Padre (cfr. Jn 4,34). Si, por lo tanto, Adán desobedeció la orden del Señor de ―no comer del árbol de la ciencia del bien y del mal‖, con el ayuno el creyente desea someterse humildemente a Dios, confiando en su bondad y misericordia. La práctica del ayuno está muy presente en la primera comunidad cristiana (cfr. Hch 13,3; 14,22; 27,21; 2Co 6,5). También los Padres de la Iglesia hablan de la fuerza del ayuno, capaz de frenar el pecado, reprimir los deseos del ―viejo Adán‖ y abrir en el corazón del creyente el camino hacia Dios. El ayuno es, además, una práctica recurrente y recomendada por los santos de todas las épocas. Escribe San Pedro Crisólogo: ―El ayuno es el alma de la oración, y la misericordia es la vida del ayuno. Por tanto, quien ora, que ayune; quien ayuna, que se compadezca; que preste oídos a quien le suplica aquel que, al suplicar, desea que se le oiga, pues Dios presta oído a quien no cierra los suyos al que le súplica‖ (Sermón 43: PL 52, 320, 332). En nuestros días, parece que la práctica del ayuno ha perdido un poco su valor espiritual y ha adquirido más bien, en una cultura marcada por la búsqueda del bienestar material, el valor de una medida terapéutica para el cuidado del propio cuerpo. Está claro que ayunar es bueno para el bienestar físico, pero para los creyentes es, en primer lugar, una ―terapia‖ para curar todo lo que les impide conformarse a la voluntad de Dios. En la Constitución apostólica Pænitemini de 1966, el Siervo de Dios Pablo VI identificaba la necesidad de colocar el ayuno en el contexto de la llamada a todo cristiano a no ―vivir para sí mismo, sino para aquél que lo amó y se entregó por él y a vivir también para los hermanos‖ (cfr. Cap. I). La Cuaresma podría ser una buena ocasión para retomar las normas contenidas en la citada Constitución apostólica, valorizando el significado auténtico y perenne de esta antigua práctica penitencial, que puede ayudarnos a mortificar nuestro egoísmo y a abrir el corazón al amor de Dios y del prójimo, primer y sumo mandamiento de la nueva ley y compendio de todo el Evangelio (cfr. Mt 22,34-40). La práctica fiel del ayuno contribuye, además, a dar unidad a la persona, cuerpo y alma, ayudándola a evitar el pecado y a acrecer la intimidad con el Señor. San Agustín, que conocía bien sus propias inclinaciones negativas y las definía ―retorcidísima y enredadísima complicación de nudos‖ (Confesiones, II, 10.18), en su tratado La utilidad del ayuno, escribía: ―Yo sufro, es verdad, para que Él me perdone; yo me castigo para que Él me socorra, para que yo sea agradable a sus ojos, para gustar su dulzura‖ (Sermo 400, 3, 3: PL 40, 708). Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 5
Privarse del alimento material que nutre el cuerpo facilita una disposición interior a escuchar a Cristo y a nutrirse de su palabra de salvación. Con el ayuno y la oración. Le permitimos que venga a saciar el hambre más profunda que experimentamos en lo íntimo de nuestro corazón: el hambre y la sed de Dios. Al mismo tiempo, el ayuno nos ayuda a tomar conciencia de la situación en la que viven muchos de nuestros hermanos. En su Primera carta San Juan nos pone en guardia: ―Si alguno que posee bienes del mundo, ve a su hermano que está necesitado y le cierra sus entrañas, ¿cómo puede permanecer en él el amor de Dios?‖ (3,17). Ayunar por voluntad propia nos ayuda a cultivar el estilo del Buen Samaritano, que se inclina y socorre al hermano que sufre (cfr. Enc. Deus caritas est, 15). Al escoger libremente privarnos de algo para ayudar a los demás, demostramos concretamente que el prójimo que pasa dificultades no nos es extraño. Precisamente para mantener viva esta actitud de acogida y atención hacia los hermanos, animo a las parroquias y demás comunidades a intensificar durante la Cuaresma la práctica del ayuno personal y comunitario, cuidando asimismo la escucha de la Palabra de Dios, la oración y la limosna. Este fue, desde el principio, el estilo de la comunidad cristiana, en la que se hacían colectas especiales (cfr. 2Co 8-9; Rm 15, 25-27), y se invitaba a los fieles a dar a los pobres lo que, gracias al ayuno, se había recogido (cfr. Didascalia Ap., V, 20,18). También hoy hay que redescubrir esta práctica y promoverla, especialmente durante el tiempo litúrgico cuaresmal. Lo que he dicho muestra con gran claridad que el ayuno representa una práctica ascética importante, un arma espiritual para luchar contra cualquier posible apego desordenado a nosotros mismos. Privarnos por voluntad propia del placer del alimento y de otros bienes materiales, ayuda al discípulo de Cristo a controlar los apetitos de la naturaleza debilitada por el pecado original, cuyos efectos negativos afectan a toda la personalidad humana. Oportunamente, un antiguo himno litúrgico cuaresmal exhorta: ―Utamur ergo parcius, / verbis, cibis et potibus, / somno, iocis et arctius / perstemus in custodia – Usemos de manera más sobria las palabras, los alimentos y bebidas, el sueño y los juegos, y permanezcamos vigilantes, con mayor atención‖. Queridos hermanos y hermanas, bien mirado el ayuno tiene como último fin ayudarnos a cada uno de nosotros, como escribía el Siervo de Dios el Papa Juan Pablo II, a hacer don total de uno mismo a Dios (cfr. Enc. Veritatis Splendor, 21). Por lo tanto, que en cada familia y comunidad cristiana se valore la Cuaresma para alejar todo lo que distrae el espíritu y para intensificar lo que alimenta el alma y la abre al amor de Dios y del prójimo. Pienso, especialmente, en un mayor empeño en la oración, en la lectio divina, en el Sacramento de la Reconciliación y en la activa participación en la Eucaristía, sobre todo en la Santa Misa dominical. Con esta disposición interior entremos en el clima penitencial de la Cuaresma. Que nos acompañe la Beata Virgen María, Causa nostræ laetitiæ, y nos sostenga en el esfuerzo por liberar nuestro corazón de la esclavitud del pecado para que se convierta cada vez más en ―tabernáculo viviente de Dios‖. Con este deseo, asegurando mis oraciones para que cada creyente y cada comunidad eclesial recorra un provechoso itinerario cuaresmal, os Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 6
imparto de corazón a todos la Bendición Apostólica. Vaticano, 11 de diciembre de 2008 Volver
MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2013 Creer en la caridad suscita caridad «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16) Queridos hermanos y hermanas: La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás. 1. La fe como respuesta al amor de Dios En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un ―mandamiento‖, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por ―concluido‖ y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 7
ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios. «La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única― que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7). 2. La caridad como vida en la fe Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20). Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12). La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30). 3. El lazo indisoluble entre fe y caridad A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un huDiócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 8
manitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista. La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del e ncuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8). En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto ―indispensable― con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás. A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,810). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 9
los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna. 4. Prioridad de la fe, primado de la caridad Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20). La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5). La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe (saber que Dios nos ama), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13). Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.
BENEDICTUS PP. XVI - Librería Editrice Vaticana
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¿Qué es la Liturgia? (3ra. Parte) Definición de Liturgia en el Concilio Vaticano II Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 10
Los documentos conciliares, especialmente la Sacrosanctum Concilium, hablan de la liturgia como un elemento esencial de la vida de la Iglesia que determina la situación presente del pueblo de Dios: «Con razón, entonces, se considera a la liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella, los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Cristo, es decir, la Cabeza y sus miembros ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica por ser obra de Cristo Sacerdote y de su cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia.» (SC 7). Esta noción estrictamente teológica de la liturgia, sin olvidar los aspectos antropológicos, aparece en íntima dependencia del misterio del Verbo encarnado y de la Iglesia (cf. SC 2; 5;6; LG 1; 7; 8, etc.). La encarnación en cuanto presencia eficaz de lo divino en la historia, se prolonga «en gestos y palabras» (cf. DV 2; 13) de la liturgia, que reciben su significado de la Sagrada Escritura (cf. SC 24) y son prolongación en la en la tierra de la humanidad del Hijo de Dios (cf. CEC 1070, 1103, etc.). El Concilio ha querido destacar, por una parte, la dimensión litúrgica de la redención efectuada por Cristo en su muerte y resurrección, y, por otra, la modalidad sacramental o simbólica-litúrgica en la que se ha de llevar a cabo la «obra de salvación». De esta manera, en la noción de liturgia que da el Vaticano II, destacan los siguientes aspectos : a) es obra de Cristo total, Cristo primariamente, y de la Iglesia por asociación; b) tiene como finalidad la santificación de los hombres y el culto al Padre, de modo que el sacerdocio de Cristo se realiza en los dos aspectos; c) pertenece a todo el pueblo de Dios, que en virtud del Bautismo es sacerdocio real con el derecho y el deber de participar en las acciones litúrgicas; d) en cuanto constituida por «gestos y palabras» que significan y realizan eficazmente la salvación, es ella misma un acontecimiento en el que se manifiesta la Iglesia, sacramento del Verbo encarnado; e) configura y determina el tiempo de la Iglesia desde el punto de vista escatológico; Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 11
f) por todo esto la liturgia es «fuente y cumbre de la vida de la Iglesia» (SC 10; LG 11). Así pues, en la noción de liturgia que ofrece el Concilio podemos definirla como la función santificadora y cultual de la Iglesia, esposa y cuerpo sacerdotal del Verbo encarnado, para continuar en el tiempo la obra de Cristo por medio de los signos que lo hacen presentes hasta su venida. Volver (Continuará en el próximo Boletín)
Símbolos de la Cuaresma Las cenizas
Es el residuo de la combustión por el fuego de las cosas o de las personas. Este símbolo ya se emplea en la primera página de la Biblia cuando se nos cuenta que "Dios formó al hombre con polvo de la tierra" (Gen 2,7). Eso es lo que significa el nombre de "Adán". Y se le recuerda enseguida que ése es precisamente su fin: "hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho" (Gn 3,19). Por extensión, pues, representa la conciencia de la nada, de la nulidad de la creatura con respecto al Creador, según las palabras de Abrahán: "Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor" (Gn 18,27). Esto nos lleva a todos a asumir una actitud de humildad ("humildad" viene de humus, "tierra"): "polvo y ceniza son los hombres" (Si 17,32), "todos caminan hacia una misma meta: todos han salido del polvo y todos vuelven al polvo" (Qo 3,20), "todos expiran y al polvo retornan" (Sal 104,29). Por lo tanto, la ceniza significa también el sufrimiento, el luto, el arrepentimiento. En Job (Jb 42,6) es explícitamente signo de dolor y de penitencia. De aquí se desprendió la costumbre, por largo tiempo conservada en los monasterios, de extender a los moribundos en el suelo recubierto con ceniza dispuesta en forma de cruz. La ceniza se mezcla a veces con los alimentos de los ascetas y la ceniza bendita se utiliza en ritos como la consagración de una iglesia, etc. La costumbre actual de que todos los fieles reciban en su frente o en su cabeza el signo de la ceniza al comienzo de la Cuaresma no es muy antigua. En los primeros siglos se expresó con este gesto el camino cuaresmal de los "penitentes", o sea, del grupo de pecadores que querían recibir la reconciliación al final de la Cuaresma, el Jueves Santo, a las puertas de la Pascua. Vestidos con hábito penitencial y con la ceniza que Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 12
ellos mismos se imponían en la cabeza, se presentaban ante la comunidad y expresaban así su conversión. En el siglo XI, desaparecida ya la institución de los penitentes como grupo, se vio que el gesto de la ceniza era bueno para todos, y así, al comienzo de este período litúrgico, este rito se empezó a realizar para todos los cristianos, de modo que toda la comunidad se reconocía pecadora, dispuesta a emprender el camino de la conversión cuaresmal. En la última reforma litúrgica se ha reorganizado el rito de la imposición de la ceniza de un modo más expresivo y pedagógico. Ya no se realiza al principio de la celebración o independientemente de ella, sino después de las lecturas bíblicas y de la homilía. Así la Palabra de Dios, que nos invita ese día a la conversión, es la que da contenido y sentido al gesto. Además, se puede hacer la imposición de las cenizas fuera de la Eucaristía -en las comunidades que no tienen sacerdote-, pero siempre en el contexto de la escucha de la Palabra. El desierto Geográficamente hablando, es un lugar despoblado, árido, solo, inhabitado, caracterizado por la escasez de vegetación y la falta de agua. Es el lugar donde transcurre el ayuno, considerado como desasimiento y soledad exterior e interior, para llevar, al que en él se interna, a la unión con Dios. Los textos bíblicos en que se fundamenta esta afirmación son los cuarenta días de Moisés sin comer ni beber en la montaña del Sinaí para recibir la Ley (Ex 24, 12-18; 34) y los cuarenta días de Elías (1 Re 19,3-8). Elías vive la dureza del desierto reconfortado por la comida y bebida misteriosa, y recorre su camino superando el decaimiento de los israelitas en los cuarenta años de marcha hacia la tierra prometida. Se trata, en todos los casos, de hombres marcados por la visión de Dios al final de dicho camino. Estas narraciones nos ayudan a entender el sentido de los cuarenta días de desierto de Cristo (Primer Domingo de Cuaresma), vivido como experiencia de la tentación y encuentro íntimo con el Padre, pero, también, como preparación a su ministerio público. Para la Biblia, el desierto es, además, una época de oración intensa. Es el lugar del sufrimiento purificador y de la reflexión, aunque también es una gracia que puede rechazarse. De hecho, el ayuno de Moisés contrasta con el rechazo de los cuarenta años de desierto por parte del pueblo. Los cuarenta días de Moisés son el rehacer un camino de fidelidad que el pueblo no supo andar, así como los de Cristo lo son para la prueba que el Espíritu Santo permitía al tentador (Mt 4, 1).
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El desierto es la geografía concreta, el espacio y el tiempo de la unión con Dios. Por eso Oseas (Os 2, 16-17) lo propone como el lugar propicio para captar su mensaje espiritual, al igual que lo hace la Iglesia con sus hijos en la Cuaresma. Muchas veces en nuestra vida cotidiana rechazamos esos espacios de silencio y soledad porque tenemos miedo de encontrarnos con nosotros mismos y con Dios y descubrir qué lejos estamos de su proyecto sobre nosotros. Por eso, el "desierto" requiere el coraje de los humildes, de los que no tienen miedo de volver a empezar… Los cuarenta días La organización cuaresmal es un tiempo simbólico que hecha sus raíces en el Antiguo y en el Nuevo Testamento. Los cuarenta días de Moisés y de Elías o los cuarenta años del Pueblo elegido en el desierto no son referencias secundarias. La tradición judeo-cristiana ha visto en este número una determinada significación. Probablemente la idea más antigua sea la referencia a los años de desierto vistos como un tiempo asociado al castigo de Dios (cf. Nm 14,34; Gn 7,4. 12. 17; Ez 4,6; 29, 11-13). En el Deuteronomio aparece una interpretación de los cuarenta años como el tiempo de la prueba a la que Dios somete al pueblo (Dt 2,7; 8,2-4). Son los días del crecimiento de la fe, según el Salmo 94, 10. Para los Hechos de los Apóstoles, el número cuarenta continúa siendo simbólico. Lucas divide la vida de Moisés en tres períodos de cuarenta años (Hch 7,23 y 7,30); hace referencia a los cuarenta años del reinado de Saúl (Hch 13, 21); y a los cuarenta días de la Ascensión (Hch 1, 3). Estos cuarenta días podrían, entonces, considerarse como ese "hoy" del que habla la Carta a los Hebreos al referirse al Sal 94, como ese "tiempo propicio" para escuchar la voz de Dios y no endurecer el corazón. En efecto, nuestra relación con Dios necesita no sólo de un "espacio" adecuado (el desierto como lugar de silencio), sino también de un "tiempo" oportuno y concreto, "suficiente" para escuchar, a través de nuestra conciencia, su voz de Padre que corrige y consuela a la vez. El ayuno Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 14
Junto con el desierto y la oración, el ayuno parece ser una de las mediaciones privilegiadas de todo tiempo penitencial, de revisión de vida y de búsqueda sincera de Dios. Por eso, como hemos visto al referirnos al desierto, generalmente van unidos. Todos los que se retiran al desierto para encontrarse con Dios, ayunan. Sin embargo, los profetas Joel e Isaías nos indican el verdadero sentido de esta antigua práctica penitencial: … Vuelvan a mí de todo corazón, con ayuno, llantos y lamentos. Desgarren su corazón y no sus vestiduras, y vuelvan al Señor, su Dios. (Joel 2, 12-18) Este es el ayuno que yo amo, oráculo del Señor: soltar las cadenas injustas, desatar los lazos del yugo, dejar en libertad a los oprimidos y romper todos los yugos; compartir tu pan con el hambriento y albergar a los pobres sin techo; cubrir al que veas desnudo… (Isaías 58, 69) A la luz de sus palabras, comprendemos por qué, con el tiempo, el ayuno como abstención de comida ha cedido lugar al ayuno como símbolo y expresión de una renuncia a todo aquello que nos impide realizar en nosotros el proyecto de Dios, invitándonos a transformarlo en un gesto de solidaridad efectiva con los que pasan hambre (es decir, ayunan forzosamente), trabajando por la eliminación de toda injusticia en la vida personal y social, y por la liberación de toda opresión, explotación y corrupción. Naturalmente, sería más fácil limitarnos a "cumplir" con el ayuno de alimentos propuesto por la Iglesia. Pero necesitamos descubrir esos "otros" ayunos como medio adecuado para cambiar lo que más nos cuesta. Tal vez se trate de hablar menos, de hacer menos gastos superfluos, de perder menos tiempo frente al televisor para entregarlo a alguien que necesite nuestra asistencia, etc. Por eso el ayuno tiene que ir unido a la limosna, al gesto caritativo, que es también una acción preferencial de la Cuaresma, según la tradición cristiana. Si ayunáramos sólo para sufrir o demostrar que somos fuertes, estaríamos desvirtuando su verdadera finalidad. Volver
La Cultura del Carnaval La cultura del carnaval: Cristianismo o Paganismo?
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Siempre las fiestas y expresiones del carnaval estuvieron ligadas a las demostraciones culturales, populares y autóctonas de un pueblo o etnia, a su idiosincrasia, con mezcla de imagen, color, sonido y movimiento, perfumes y sabores. La alegría lo impregna, junto al buen humor y a la fraternidad reinante. La virtud que regula las diversiones se llama la ―eutrapelia‖, palabra derivada del griego, que quiere decir el justo medio en el divertirse, el saber gozar sanamente, la mente y el corazón limpios para el sano esparcimiento y diversión necesitados. Es saber gozar y divertirse. Fiesta de creatividad en máscaras, disfraces, vestimenta, baile, música y artistas de diversa índole, en la cual se da lugar a lo artesanal en la confección de los vestidos, indumentarias, bastones, adornos, redoblantes, instrumentos de cuerda, viento o percusión. Plasmado muchas veces en cuadros y pinturas, fuente de inspiración de artistas y escritores. Está lejos del desorden y de las palabras y gestos groseros y soeces, o movimientos y apariciones eróticas que rozan lo pornográfico. Fiesta familiar donde van los abuelos, papás, hijos/as y nietos. Donde la chaya, el papel picado, la nieve, hacen las delicias de grandes y chicos, mientras algo se degusta y se ve el espectáculo. No faltan lugares en que hay ponencias y videos, exposición de artes plásticas, conferencias y grupos folclóricos y artísticos. Pero ha ido deviniendo en descontrol y permisividad. Abuso de la no vestimenta, lo lúdico se cambió por desnudez y chabacanería, y lo cultural por expresiones que dejan mal parada la dignidad de las personas, principalmente de nuestras niñas, adolescentes y jóvenes, atentando también contra el respeto hacia los espectadores, que ya deben cuidarse sabiendo de antemano a qué clase de ―diversión‖ o ―espectáculo‖ van. El pudor y la modestia naturales parecen haber desaparecido en ciertos intervinientes, incluso a veces en algunos espectadores exacerbados, que pueden ser los padres, abuelos, hermanos de aquellas y aquellos que parecieran no tener otro traje que el del Adán primitivo. No tendría que ser el ―reino del desorden‖. Pareciera que retoma la etimología de los bacanales romanos, orgías de vino, embriaguez y desenfreno, en que la ―carne‖ (carne-vale) lo vale todo, pero la carne en contraposición a la razón y el espíritu, los tres componentes arDiócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 16
mónicos de cada ser humano. La cuaresma como tiempo litúrgico católico, que generalmente viene después de los carnavales, es un tiempo de preparación para la fiesta más grande del cristianismo, la pascua o resurrección corporal de Jesús, de la cual todos participaremos con nuestros propios cuerpos resucitados. Por ello la cuaresma no trata de remediar los excesos de la carne ―carnavalesca‖, sino para cuidar más y mejor la totalidad del ser humano, cuerpo (carne), psiquis (razón) y espíritu, y para querer participar con un cuerpo sano, limpio y puro, de la fiesta de la resurrección, sabiendo que estos mismos cuerpos resucitarán, por lo que son nuestros compañeros de camino y debemos presentarlos saludables, alineados, limpios, ―elegantes‖, ya que tienen tan digno fin. Desde la misma razón natural esto se nos dicta, y cuando algo trágico sucede comenzamos a hablar de los efectos trágicos de la droga, del alcohol, del desenfreno de los ―jóvenes‖ (y no tan jóvenes). Muchas veces se da lo ridículo de una sociedad que se dice cristiana y en pleno tiempo de cuaresma continúa con carnavales que poco tienen que ver con el espíritu cristiano. Recobremos los valores artísticos y culturales de los pueblos, etnias y grupos, y pongámoslo de manifiesto en estas fiestas populares para el beneficio, educación y edificación de todos, principalmente quienes son los encargados de la organización, que tienen que ser verdaderos educadores, los que tienen que dar el perfil de lo que se pretende brindar, y tamizar, controlar, regular, observar previamente, las expresiones que se pretenden volcar en la comunidad. Gustavo Daniel D´Apice Profesor de Filosofía Pedagogo. Extraído de Catholic.net
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Ayuno y abstinencia El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en no comer carne. Son días de abstinencia y ayuno el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo.
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La abstinencia obliga a partir de los catorce años y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años de edad. Con estos sacrificios, se trata de que todo nuestro ser (espíritu, alma y cuerpo) participe en un acto donde reconozca la necesidad de hacer obras con las que reparemos el daño ocasionado con nuestros pecados y para el bien de la Iglesia. El ayuno y la abstinencia se pueden cambiar por otro sacrificio, dependiendo de lo que dicten las Conferencias Episcopales de cada país, pues ellas son las que tienen autoridad para determinar las diversas formas de penitencia cristiana. ¿Por qué el Ayuno? Es necesario dar una respuesta profunda a esta pregunta, para que quede clara la relación entre el ayuno y la conversión, esto es, la transformación espiritual que acerca del hombre a Dios. El abstenerse de la comida y la bebida tienen como fin introducir en la existencia del hombre no sólo el equilibrio necesario, sino también el desprendimiento de lo que se podría definir como "actitud consumística". Tal actitud ha venido a ser en nuestro tiempo una de las características de la civilización occidental. El hombre, orientado hacia los bienes materiales, muy frecuentemente abusa de ellos. La civilización se mide entonces según Ia cantidad y Ia calidad de las cosas que están en condiciones de proveer al hombre y no se mide con el metro adecuado al hombre. Esta civilización de consumo suministra los bienes materiales no sólo para que sirvan al hombre en orden a desarrollar las actividades creativas y útiles, sino cada vez más para satisfacer los sentidos, la excitación que se deriva de ellos, el placer, una multiplicación de sensaciones cada vez mayor. El hombre de hoy debe abstenerse de muchos medios de consumo, de estímulos, de satisfacción de los sentidos: ayunar significa abstenerse de algo. El hombre es él mismo sólo cuando logra decirse a sí mismo: No. No es la renuncia por la renuncia: sino para el mejor y más equilibrado desarrollo de sí mismo, para vivir mejor los valores superiores, para el dominio de sí mismo. Volver Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 18
ENCICLOPEDIA CUARESMAL ¿Porqué se hace la imposición de la ceniza el primer miércoles de cuaresma?. Qué significa la ceniza? El miércoles de ceniza es el día que empieza la cuaresma, un tiempo de penitencia para todos los cristianos que se preparan de esta manera para la gran celebración de la Pascua, dispuestos a arrepentirse de sus propios pecados y a renovar los compromisos del bautizo. En muchos pasajes del Antiguo Testamento se describe el tiempo de penitencia como el tiempo de plegaria más intenso y de ayuno. Para hacer visible el arrepentimiento de corazón, los libros sagrados describen los ayunos como el tiempo en que los penitentes sólo llevaban como vestido un saco y se tumbaban en la ceniza. Por este motivo, la Iglesia, imitando aquellas viejas costumbres, empieza el periodo del ayuno cuaresmal con la imposición de la ceniza. La ceniza es signo de la pequeñez, del polvo de la tierra de donde Dios creó al hombre, y del mismo polvo de donde volverá después de la muerte.
¿Por qué la cuaresma dura 40 días? Porque son los mismos días que Jesús pasó en el desierto, después de su bautizo en el Jordán y antes de iniciar su predicación. Precisamente el primer domingo de Cuaresma, cuando faltan 40 días exactos para la pascua, leemos el pasaje del Evangelio de las tentaciones de Jesús donde se nos dice que Cristo pasó 40 días y 40 noches en el desierto, rezando y ayunando. Continuando con este ejemplo, cuando en el siglo IV se organiza la preparación para la celebración pascual, se imita este periodo de tiempo para preparar a los catecúmenos, que eran bautizados por Pascua, y a los penitentes que también eran reconciliados por Pascua. Así, los 40 días de preparación -la Cuaresma- cogen un cariz de revisión de vida cristiana tanto bautismal como penitencial y nos hacen renovar cada año el espíritu de la vida cristiana más profundo. Los textos bíblicos nos hablan también de la cifra "40": el pueblo de Israel pasó 40 años por el desierto antes de entrar en la Tierra Prometida; Elías anduvo 40 días y 40 noches para llegar al desierto de Horeb para escuchar la Palabra de Dios... Pero no olvidemos que los 40 días de la Cuaresma son una preparación de los 50 días de la celebración pascual que empieza el día de Pascua de Resurrección y finaliza por Pentecostés.
¿Por qué se realiza la bendición de palmas el Domingo de Ramos? El Domingo de Ramos, último domingo de Cuaresma, empieza la Semana Santa, y recordamos como dice el Evangelio: "El sexto día antes de Pascua cuando el Señor entró en Jerusalén, los niños le salían al encuentro, llevaban palmas y aclamaban con cánticos: Hossana el Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor". Es por este motivo que, para recordar este pasaje, imitamos a los chavales hebreos y con las palmas en la mano Diócesis de San Justo Boletín Litúrgico N° 3 Página 19
aclamamos al Cristo, presente entre nosotros. Desde hace mucho tiempo, estos ramos y palmas son bendecidos previamente y guardados en las casas como recuerdo de la victor ia pascual de nuestro Señor Jesucristo. Los niños han sido y son los grandes protagonistas de este dia. Ya lo fueron en Jerusalén. Pero conviene que esta jornada no se quede sólo en una fiesta, con la palma en las manos y el "tortell", la "mona" (los típicos pasteles que hay en Catalunya) y el vestido nuevo. Hace falta que les enseñemos a amar a Cristo que nos ha querido tanto que ha querido dar su vida para todos nosotros. Volver
EXPERIENCIA DE DESIERTO Por Sebastián Fuster Perelló, o.p. Pascua es la gran fiesta cristiana, la única Fiesta, el eje en torno al cual giran todas las demás. Si Cristo no ha resucitado vana es la fe, inútil la predicación. Pasión-muerteresurrección-glorificación del Señor son el núcleo del existir cristiano, los hechos más importantes de una larga historia, misteriosa y salvífica. Desde que la humanidad rechazara el Proyecto divino al crear el mundo, el Padre Dios, con su Palabra y su Espíritu fue saliendo al paso del hombre, haciéndose el encontradizo, como un mendigo, suplicándole volviera a los orígenes. Recordaremos tan sólo un hito de este largo proceso. Cuando los israelitas sufren esclavitud en Egipto, Dios suscita a Moisés como libertador. Aquella noche, en cada familia, se celebró una cena. No fue una cena como cualquier otra. Rápida, de pie – "ceñidas vuestras cinturas, calzados los pies y el bastón en la mano" (Ex 12,11) — prontos a emprender la marcha. Cada familia prepara un cordero. Unta con su sangre las dos jambas y el dintel de la puerta. Ésta fue la señal. Aquella noche pas ó el ángel del Señor, hiriendo de muerte a todos los primogénitos de Egipto, pero donde estaba la sangre del Cordero pasó de largo, liberando a sus moradores. Paso se dice en hebreo Pascua, y así llamaron los israelitas a este paso del Señor. Para ellos fue el tránsito de la noche al día, del temor a la esperanza, de la opresión al aire libre, de la muerte a la vida, de la esclavitud a la libertad. Pasaron el Mar Rojo y se adentraron en el Desierto sin más horizonte que la Tierra Prometida. Avanzar, caminar por el Desierto hacia la Vida, hacia la Pascua, hacia la Resurrección. Algo de esto es la Cuaresma. En realidad, toda la existencia cristiana es peregrinaje hacia el encuentro del Padre, siguiendo las huellas de Cristo, bajo la fuerza del Espíritu, pero lo celebramos de una forma más significativa en estos cuarenta días que preceden a la Pascua, como si fuera un "cristianismo concentrado". Es de suponer que los enamorados se quieran siempre, pero... lo celebran un día al año. La primera referencia a una preparación pascual de cuarenta días aparece en un escrito de Eusebio de Cesárea, allá por el año 332, donde habla de la Cuaresma como de una institución ya veterana configurada como una "experiencia de desierto". Dice:
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"Celebrando la fiesta de Pascua, nos esforzamos por pasar a las cosas de Dios, lo mismo que en otro tiempo los israelitas atravesaron el desierto... Antes de la Fiesta, como preparación, nos sometemos al ejercicio de la cuaresma, imitando el celo de los santos Moisés y Elías... Orientando nuestro caminar hacia Dios, nos ceñimos los lomos con la cintura de la templanza; vigilamos con cautela los sentimientos del alma, disponiéndonos, con las sandalias puestas, para emprender el viaje de la vocación cristiana; usamos el bastón de la Palabra divina, no sin la fuerza de la oración, para resistir a los enemigos; realizamos con vivo interés el tránsito que conduce al Reino; apresurándonos a pasar de las cosas de acá abajo a las celestes y de la vida mortal a la inmortal" (De sollemnitate paschali 2.4.5: MG 24,693) Lugar de paso El desierto es lugar de "paso". Nadie construye una casa en la arena. A lo sumo se limita a plantar la tienda de campaña. La experiencia de desierto es un estímulo permanente a vivir el sentido de lo provisional. Estamos de paso. Nacemos, crecemos, morimos... No vale la pena "acumular" y "tener", almacenando en los graneros. Vivimos como peregrinos camino de la Patria definitiva. Importa relativizar la existencia, dando ciertamente valor a cada cosa, pero siempre en orden a lo único Absoluto. Lo importante es realizarse, "ser". Desprenderse del peso inútil de tantas cosas superfluas para poder aligerar la marcha. Calcular bien qué poner en la mochila para que sea útil y no estorbe la escalada hasta la cima. Nuestra morada definitiva está "más allá", en los "cielos nuevos y la tierra nueva" (Ap 21,1). "Este número cuarenta encierra un misterio –escribe san Agustín—Es figura del mundo por el que peregrinamos, empujados y arrastrados nosotros mismos por el peso de los años, por la inestabilidad de las cosas humanas, por sus vicisitudes, por esta inconstancia que arrastra todas las cosas consigo... Deber nuestro es abstenernos de las codicias de este mundo por el que atravesamos, lo cual se halla figurado en el ayuno de los cuarenta días, que todos conocen con el nombre de cuaresma" (Sermón 270, 3: ML 38,1240). Los hebreos anduvieron cuarenta años por el desierto alimentados apenas con maná y codornices. También Elías con la simple fuerza de una tarta cocida y una jarra de agua (1R 19,8) anduvo sin detenerse cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de la tranquilidad. Jesús fue empujado al desierto por el Espíritu, donde ayunó cuarenta días con sus noches. Sin duda, para nosotros, no es imprescindible desplazarse a un lugar geográfico especial para vivir una experiencia similar. Desde el propio hogar y el trabajo de cada día puede captarse la provisionalidad –"Que todo pasa y todo queda, aunque lo nuestro es pasar" (A. Machado); "Que todo pasa como las nubes, como las aves, como las sombras" (A.Nervo)--, lo transitorio y efímero del tiempo. Lugar de dificultades "Empujado por el Espíritu"(Mc 1,12) marcha Jesús al desierto, donde es tentado por el Diablo. Además de provisional, el desierto es también lugar de dificultades. Cuando uno va de camping, en una tienda de campaña, no goza de las comodidades usuales del hogar. El desierto fue para los israelitas tiempo de tentación y de crisis, durante los
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cuales Yahvéh puso a prueba Su fidelidad: "Acuérdate de todo el camino que Yahvéh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para probarte y conocer lo que había en tu corazón... Te hizo sentir hambre, te dio a comer el maná para mostrarte que no solo de pan vive el hombre. Date cuenta, pues, de que Yahvéh tu Dios te corregía como un padre corrige a su hijo..." (Dt 8,2). Tiempos recios los nuestros. Sociedad secularizada, donde hasta la palabra "Dios" anda ausente. Como si no se le necesitara, o incluso estorbara. El creyente avanza como en una carrera de obstáculos, le ronda el cansancio, el desánimo le paraliza, tira fácilmente la toalla. Protestaron los israelitas contra Moisés, añorando la "olla" que comían en la tierra de la esclavitud (Ex 16,3). Se olvida el cristiano de la utopía evangélica y también él se enzarza en negocios corruptos, en actitudes egoístas, en posturas injustas... No es fácil mantener las manos limpias sin embarrarlas con el afán de dinero, el ansia de poder, la concupiscencia de los bajos instintos. Durante la Cuaresma la iglesia invita a un "entrene extraordinario", una especie de concentración ante un final de copa. Ejercitarse a tope para alcanzar el premio. Preparar las jugadas, disponer la estrategia, vigilar al contrincante, fortalecer los músculos... Casi ninguno de los israelitas superaron la prueba. Fueron muy pocos los que, habiendo salido de Egipto, consiguieron recorrer todo el maratón y entrar en la Tierra Prometida. Privarme de algo que me apetece (sea un dinero, un viaje o una cajetilla de tabaco), o comprometerme en algo que me arredra (una actividad altruista, por ejemplo) es una forma de entrenarme, un paso hacia el dominio de uno mismo. Cristo superó las tentaciones, no por ser "Dios", sino por "dejarse llevar del Espíritu". ¿Las venceremos nosotros? ¿Podremos celebrar la Fiesta, la Pascua? Lugar de encuentro El desierto es lugar privilegiado para un encuentro con Dios. Allí, en el desierto, es donde Israel celebró las grandes teofanías. Allí se reveló a Moisés. Y a Elías. Al desierto se retiraba Jesús para hablar en la intimidad con su Padre, a quien llamaba "abbà, papaíto" (Mc 14, 36). Buscaba siempre espacios solitarios. A veces, de noche, cuando había dado de comer a la muchedumbre y le buscaban para proclamarlo rey, se retiraba al monte hasta la tercera o cuarta vigilia (Jn 6, 15-20). A veces, muy de madrugada, antes de que se despertaran los demás, salía de casa para orar a solas. Marcos relata un caso curioso. Pedro se levanta y, al no encontrarle, le busca por el campo y al verle, le regaña nervioso: "¡Todo el mundo te anda buscando!". Pero Cristo, que ha escuchado la voz del Señor en el silencio, ha cambiado de programa: "¿Ah, sí? Pues vámonos a otra parte, que también he de predicar en otros pueblos" (Mc 1, 35-39). Cuanto más aumentaba en éxito, más "se retiraba a lugares solitarios" (Lc 5, 15). Y es que a Dios se le encuentra en el silencio. Se habla mucho del eclipse de Dios, como si hubiera abandonado a sus criaturas, como si no llegaran a sus oídos los gritos de quienes le suplican. Pero, ¿es que Dios no habla, o es que el hombre se ha vuelto incapaz de escucharle?. "El silencio es la gran revelación", escribió Lao-Tse. De san Benito dijo san Gregorio Magno con frase lapidaria que "alejado del mundo vivía consigo mismo". Del hombre contemporáneo quizás pudiera afirmarse lo contrario:
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"vive fuera de sí", por esto no se encuentra. Extra-vertido, volcado a los demás, son los demás quienes van marcando sus criterios, sus normas, sus ideas... Agustín lamentaba haber perdido el tiempo buscando a Dios por las afueras, en vez de penetrar en lo más íntimo de su propia intimidad. Tomás de Aquino llegó a decir que "a lo más que puede aspirar el hombre es a unirse a Dios como al Gran Desconocido". Porque Dios no es nada de lo que vemos o palpamos, siempre está "más allá" de nuestros pensamientos, es "el totalmente Otro", el "Misterioso". Imposible alcanzarle. Sin embargo, es posible que Él nos alcance. Lo único que me pide es dejarme alcanzar, estar disponible, captar la onda de Su Espíritu y escuchar... creando silencio. "No saber más nada", decía sor Isabel de la Trinidad. Su maestro Juan de la Cruz había escrito: "Nada, nada, nada, nada, nada en el Camino; y en la Montaña, nada". En Cuaresma la iglesia nos invita a intensificar la oración, el retiro, los ejercicios espirituales... siquiera sea apagar la televisión, abandonar los auriculares, olvidarse del ordenador y entrar en el "aposento interior" (Mt 6,6) donde, "cerradas las puertas" pueda escuchar la voz de la propia conciencia. Volver
LOS CINCO DEFECTOS DE JESÚS por Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan. El texto está extraído del libro Testigos de esperanza de F.X. Nguyen van Thuan, publicado por la Editorial Ciudad Nueva en el año 2000 (págs. 26-31), y se reproduce aquí por cortesía de la editorial a quien se agradece su autorización. Monseñor Francois-Xavier Nguyen van Thuan nació en 1928 en Hue, región central de Vietnam. Fue ordenado sacerdote en 1953 y obispo de Nhatrang en 1967. En 1975 es nombrado por Pablo VI obispo coadjutor de Saigón, actualmente ciudad de Ho Chi-Minh. A los pocos meses de su nombramiento, con la llegada del régimen comunista, es arrestado permaneciendo en la cárcel desde 1975 a 1988. Detenido en 1975 por su condición de obispo y encarcelado durante 13 años en las cárceles del Vietcong, nueve de ellos en completo aislamiento, en el año 2000 Juan Pablo II encarga a monseñor Van Thuan impartir los ejercicios espirituales de Cuaresma ante la curia vaticana. Al comienzo de los mismos, monseñor Van Thuan relata cómo a pesar de las duras condiciones de su prisión, su esperanza inquebrantable en Jesús despierta la admiración e incomprensión de sus compañeros de prisión y guardianes. He aquí el admirable testimonio que dio sobre su seguimiento a Jesús.
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En
la prisión mis compañeros que no son católicos, quieren comprender «las razones de mi esperanza». Me preguntan amistosamente y con buena intención: «¿Por qué lo ha abandonado usted todo: familia, poder, riquezas, para seguir a Jesús? ¡Debe de haber un motivo muy especial! ». Por su parte, mis carceleros me preguntan: «¿Existe Dios verdaderamente? ¿Jesús? ¿Es una superstición? ¿Es una invención de la clase opresora? ». Así pues, hay que dar explicaciones de manera comprensible, no con la terminología escolástica, sino con las palabras sencillas del Evangelio. Primer defecto: Jesús no tiene buena memoria En la cruz, durante su agonía, Jesús oyó la voz del ladrón a su derecha: «Jesús, acuérdate de mí cuando vengas con tu Reino» (Lc 23, 42). Si hubiera sido yo, le habría contestado: «No te olvidaré, pero tus crímenes tienen que ser expiados, al menos, con 20 años de purgatorio». Sin embargo Jesús le responde: «Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso» (Lc 23, 43). Él olvida todos los pecados de aquel hombre. Algo análogo sucede con la pecadora que derramó perfume en sus pies: Jesús no le pregunta nada sobre su pasado escandaloso, sino que dice simplemente: «Quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor» (Lc 7, 47). La parábola del hijo pródigo nos cuenta que éste, de vuelta a la casa paterna, prepara en su corazón lo que dirá: «Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros» (Lc 15, 1819). Pero cuando el padre lo ve llegar de lejos, ya lo ha olvidado todo; corre a su encuentro, lo abraza, no le deja tiempo para pronunciar su discurso, y dice a los siervos, que están desconcertados: «Traed el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en la mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío había muerto y ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado» (Lc 15, 22-24). Jesús no tiene una memoria como la mía; no sólo perdona, y perdona a todos, sino que incluso olvida que ha perdonado. Segundo defecto: Jesús no sabe matemáticas Si Jesús hubiera hecho un examen de matemáticas, quizá lo hubieran suspendido. Lo demuestra la parábola de la oveja perdida. Un pastor tenía cien ovejas. Una de ellas se descarría, y él, inmediatamente, va a buscarla dejando las otras noventa y nueve en el redil. Cuando la encuentra, carga a la pobre criatura sobre sus hombros (cf. Lc 15, 47). Para Jesús, uno equivale a noventa y nueve, ¡y quizá incluso más! ¿Quién aceptaría esto? Pero su misericordia se extiende de generación en generación...
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Cuando se trata de salvar una oveja descarriada, Jesús no se deja desanimar por ningún riesgo, por ningún esfuerzo. ¡Contemplemos sus acciones llenas de compasión cuando se sienta junto al pozo de Jacob y dialoga con la samaritana, o bien cuando quiere detenerse en casa de Zaqueo! ¡Qué sencillez sin cálculo, qué amor por los pecadores! Tercer defecto: Jesús no sabe de lógica Una mujer que tiene diez dracmas pierde una. Entonces enciende la lámpara para buscarla. Cuando la encuentra, llama a sus vecinas y les dice: «Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido» (cf. Lc 15, 89). ¡Es realmente ilógico molestar a sus amigas sólo por una dracma! ¡Y luego hacer una fiesta para celebrar el hallazgo! Y además, al invitar a sus amigas ¡gasta más de una dracma! Ni diez dracmas serían suficientes para cubrir los gastos... Aquí podemos decir de verdad, con las palabras de Pascal, que «el corazón tiene sus razones, que la razón no conoce» Jesús, como conclusión de aquella parábola, desvela la extraña lógica de su corazón: «Os digo que, del mismo modo, hay alegría entre los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta» (Lc 15, 10). Cuarto defecto: Jesús es un aventurero El responsable de publicidad de una compañía o el que se presenta como candidato a las elecciones prepara un programa detallado, con muchas promesas. Nada semejante en Jesús. Su propaganda, si se juzga con ojos humanos, está destinada al fracaso. Él promete a quien lo sigue procesos y persecuciones. A sus discípulos, que lo han dejado todo por él, no les asegura ni la comida ni el alojamiento, sino sólo compartir su mismo modo de vida. A un escriba deseoso de unirse a los suyos, le responde: «Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (Mt 8, 20). El pasaje evangélico de las bienaventuranzas, verdadero «autorretrato» de Jesús, aventurero del amor del Padre y de los hermanos, es de principio a fin una paradoja, aunque estemos acostumbrados a escucharlo: «Bienaventurados los pobres de espíritu..., bienaventurados los que lloran..., bienaventurados los perseguidos por... la justicia..., bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi
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causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 312). Pero los discípulos confiaban en aquel aventurero. Desde hace dos mil años y hasta el fin del mundo no se agota el grupo de los que han seguido a Jesús. Basta mirar a los santos de todos los tiempos. Muchos de ellos forman parte de aquella bendita asociación de aventureros. ¡Sin dirección, sin teléfono, sin fax...! Quinto defecto: Jesús no entiende ni de finanzas ni de economía Recordemos la parábola de los obreros de la viña: «El Reino de los Cielos es semejante a un propietario que salió a primera hora de la mañana a contratar obreros para su viña. Salió luego hacia las nueve y hacia mediodía y hacia las tres y hacia las cinco.., y los envió a sus viña». Al atardecer, empezando por los últimos y acabando por los primeros, pagó un denario a cada uno (cf. Mt 20, 116). Si Jesús fuera nombrado administrador de una comunidad o director de empresa, esas instituciones quebrarían e irían a la bancarrota: ¿cómo es posible pagar a quien empieza a trabajar a las cinco de la tarde un salario igual al de quien trabaja desde el alba? ¿Se trata de un despiste, o Jesús ha hecho mal las cuentas? ¡No! Lo hace a propósito, porque -explica-: «¿Es que no puedo hacer con lo mío lo que quiero? ¿O va a ser tu ojo malo porque yo soy bueno?». Y nosotros hemos creído en el amor Pero preguntémonos: ¿por qué Jesús tiene estos defectos? Porque es Amor (cf. 1 Jn 4, 16). El amor auténtico no razona, no mide, no levanta barreras, no calcula, no recuerda las ofensas y no pone condiciones. Jesús actúa siempre por amor. Del hogar de la Trinidad él nos ha traído un amor grande, infinito, divino, un amor que llega -como dicen los Padres- a la locura y pone en crisis nuestras medidas humanas. Cuando medito sobre este amor mi corazón se llena de felicidad y de paz. Espero que al final de mi vida el Señor me reciba como al más pequeño de los trabajadores de su viña, y yo cantaré su misericordia por toda la eternidad, perennemente admirado de las maravillas que él reserva a sus elegidos. Me alegraré de ver a Jesús con sus «defectos», que son, gracias a Dios, incorregibles. Los santos son expertos en este amor sin límites. A menudo en mi vida he pedido a sor Faustina Kowalska que me haga comprender la misericordia de Dios. Y cuando visité Paray-le-Monial, me impresionaron las palabras que Jesús dijo a santa Margarita María Alacoque: «Si crees, verás el poder de mi corazón». Contemplemos juntos el misterio de este amor misericordioso.
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Colores litúrgicos Los colores litúrgicos son los colores específicos que se utilizan para la liturgia cristiana. Los colores sirven para subrayar las características de un tiempo determinado del año litúrgico, destacar una fiesta o feria determinada del calendario o una ocasión especial.
Rito Romano: Blanco: este color simboliza paz y alegría .Se refiere a la virtud de la fe. Es usado en los momentos principales del calendario litúrgico: Navidad y Pascua. También se usa en fiestas dedicadas a la Virgen, ángeles y santos no mártires. Es el color de los cultos eucarísticos, incluida la Misa del Jueves Santo y la administración del viático. Se usa en liturgias de acción de gracias y en los entierros y sufragios de párvulos. Durante los Períodos de Pascua y Navidad, este color se puede usar en Funerales y durante el resto del año, a criterio de los deudos con el Celebrante Principal. Morado: este color simboliza la preparación espiritual. Se usa en Adviento y en Cuaresma, tiempos de preparación para la Navidad y la Pascua respectivamente. También se usa en la administración del sacramento de la penitencia y en general en todo tipo de actos penitenciales. Desde la reforma litúrgica se dispone su uso para los sufragios por los difuntos. Según el calendario litúrgico tradicional también se usa en las temporadas de petición, en las vigilias y en los domingos de sexagésima y quincuagésima. Verde: Este color simboliza la virtud de la esperanza. Es usado durante el Tiempo Ordinario, después de Navidad hasta Cuaresma, y después de la Pascua hasta el Adviento, en los domingos y en aquellos días que no exigen otro color. Es tiempo de esperanza por la venida del Mesías y por la Resurrección salvadora respectivamente.
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Rojo: este color simboliza la sangre del martirio y la fuerza del Espíritu Santo. Se refiere a la virtud de la caridad. Es usado en las fiestas de la Pasión del Señor como el Domingo de Ramos y el Viernes Santo, de los santos mártires y del Espíritu Santo. También en la administración del sacramento de la Confirmación y en las liturgias dedicadas a los instrumentos de la Pasión. En la Santa Sede, se usa como Color de Luto, para los Funerales de un Cardenal o del Sumo Pontífice. Rosa: este color simboliza una relajación del rigor penitencial y se utiliza potestativamente en la misa del domingo Gaudete (el tercero de Adviento) para indicar la cercanía de Navidad y el domingo Laetare (el cuarto de Cuaresma) por la misma cercanía de la Pascua. Negro: este color simboliza el luto y el sufragio por los difuntos, por lo que se usa en las celebraciones exequiales y en los entierros, aunque tras la reforma litúrgica su uso es potestativo en lugar del morado. En el rito romano tradicional se usa el Viernes Santo, así como en las representaciones del entierro de Cristo. Actualmente este color está en desuso tras la reforma litúrgica de Pablo VI.
Otros colores: España e Hispanoamérica tienen el privilegio de usar el color Azul, que simboliza la pureza y la virginidad, en la Solemnidad de la Inmaculada Concepción, patrona de este país, y en sus celebraciones votivas, aunque por extensión se utiliza en otras fiestas de la Virgen. Los ornamentos de fondo Dorado pueden sustituir a ornamentos de cualquier color en ocasiones de especial solemnidad, excepto al morado y al negro. Los ornamentos de fondo Plateado pueden sustituir exclusivamente a los de color blanco. Volver
INSTITUTO DIOCESANO DE TEOLOGÍA OBISPADO DE SAN JUSTO
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DESTINADO: A LAICOS-CONSAGRADOSY ASPIRANTES AL DIACONADO INFORMES E INSCRIPCIÓN: 1565091331 EMAIL: idtsanjusto@yahoo.com.ar SEDE: CASA DE LAS ASOCIACIONES ARIETA 3065 SAN JUSTO Volver
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