Edición 852

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Especial ¡SÍ A LA VIDA!

San José de Cúcuta, noviembre 3 de 2019

que el mismo término “bioética” no está exento también de ambigüedad, y que lleva consigo diversos contenidos e interpretaciones de la ética.

preocupantes de una crisis aguda de desorientación, que conduce al olvido del ser mismo del hombre, y de su misión, empobrecido por un enorme vacío antropológico que desconoce el valor de la familia.

Se trata del modelo con el cual se elabora el pensamiento. Los mode- La ruptura entre familia y vida, y el los sociológico-utilitarista, o el cien- olvido de la verdad sobre el hombre tificista- tecnológico son insuficien- que implica, hay que verlos precites e incompletos. Según samente en ese vacío la diversidad de modelos, “Se trata de antropológico. Lo inhula bioética adquiere una actos graves e mano del hombre, el vadiferente orientación y es injustificables cío antropológico, la nedefinida y descrita, en rea- en sí mismos, gación del hombre, han lidad en modo equívoco. que afectan al desembocado en una Una buena parte de la cri- bien fundamen- antropología “inhumasis generalizada de la bioé- tal del hombre y na”. El resultado es una tica (a la que solo se puede a su vida, de la gran confusión. Hans atajar mediante una antro- cual el hombre Blumenberg propone la pología integral, confron- no es creador imagen del naufragio. tando las posiciones con ni “propietaUn naufragio al cual no valores filosóficos y teolóse asiste desde la segugicos auténticos), tiene su rio”, sino que ridad de la rivera, sino origen en una cierta confu- la acoge de su en el que nos encontrasión desde su mismo ini- Creador”. mos como protagonistas cio. El “pluralismo ético” amenazados. “Vous etes al que conduce la diversidad de pun- embarqués”, nos recuerda Pascal. tos de vista (a menudo dependiente “Nos gustaría saber - dice Blumemde la fascinación de una ciencia que berg- la clase de ola sobre la que no reconoce sus límites y que se au- flotamos a la deriva en medio del to-constituye como última palabra), océano; solo que esa ola somos nocrea confusión en los parlamentos e sotros mismos. Tenemos que seguir introduce una visión positivista en dándonos cuenta de que vamos a la la que la ontología brilla por su au- deriva.” “somos como navegantes sencia y en la que no hay lugar para que deben reparar sus naves en mar una autentica filosofía del derecho y abierto, que no pueden desguazarla donde la corrupción de la misma ley, en tierra usando los mejores matela desfigura. El hombre, su naturale- riales”. (Blumemberg, Hans. Nauza, su identidad, su futuro, caen en el fragio con spettatore. Paradigma di olvido. Se imponen en las asambleas una metáfora della exisstenza. 1985, democráticas mecanismos de mayo- Pp 99105). ría, y la verdad se encuentra “asfixiada e incluso humillada, y esto en “Hay delitos de pasión y delitos de nombre precisamente de los valores lógica”. Con estas palabras, Albert de la libertad y la democracia. Camús, en 1951, daba inicio a su libro “hombre en revueltas”. “El código penal los distingue, con mucha El hombre inhumano comodidad, por la premeditación. Estamos en tiempo de premeditación, de delito perfecto. Nuestros Los atentados contra la vida huma- delincuentes ya no son niños desna, son un acto de inhumanidad. armados que invocan la excusa del Romano Guardini buscaba un diag- amor. Son adultos, por el contrario, nóstico moral del mundo mediante y su coartada es irrefutable. Es la fila expresión, “hombre inhumano” o losofía que sirve para todo, incluso de “hombre no-humano”. En el es- para convertir a los reos en jueces” tudio que Hans Urs Von Balthazar (Camús, A. L’homme Revolté, 1951. consagraba a Romano Guardini, este P 15). gran pensador liga la “inhumanidad del hombre” (Que tan claramente se Nuestra época es, efectivamente, la pone de manifiesto en los atentados de los “delitos de la lógica” denuncontra la vida) al olvido de Dios y ciados por Camus. Parece como si al uso y prepotencia de una técnica el hombre hubiera perdido la capa“Extraviada”. Abundan los signos cidad de reaccionar moralmente, de

asombrarse e indignarse ante crímenes cotidianos, aceptados con tranquilidad. Ocurre como si se evitara abiertamente el empleo de cualquier palabra que pueda evocar un juicio de valor, una cierta opción moral, y donde se teme un “regreso al orden moral” que representaría el fin de las libertades. Camus tiene todavía algo que decir y que deberíamos meditar: “si uno no cree en nada, si nada tiene sentido, si no podemos afirmar ningún valor… entonces todo es posible y nada es importante… el asesino ni se equivoca ni tiene razón. Se pueden ahumar los crematorios o dedicarse uno a soñar con liebres. Malicia y virtud son azar o capricho” podríamos añadir, como hacen algunos moralistas “progresistas” que nada es bueno ni malo, sino solo cuestión de consenso.

La cuestión de la verdad La confusión de los espíritus, signo de nuestro tiempo, ha sido relacionado por Juan Pablo II en su Encíclica Veritatis Splendor a una crisis de la verdad (n54). El hombre de hoy parece no creer en una verdad universal, objetiva, aceptable para todos. Acepta verdades parciales o útiles, las verdades parciales que proceden de descubrimientos en los dominios de las ciencias, las artes o de aspectos particulares de la filosofía, la moral o las religiones. Estas múltiples verdades se yuxtaponen y a veces parece contradecirse. Este es el campo de la confusión de los espíritus, y en los laboratorios, en las cátedras, parece reinar aquella confusión de lenguas de los constructores de la torre de Babel. No hay una verdad científica, una verdad metafísica, una verdad moral y una verdad religiosa sobre la familia y la vida humana que estén en contradicción. Hay una verdad que es enriquecida desde diversas aproximaciones, y la ciencia sin que dé la última palabra -porque esto rebasaría su campo- ofrece importantes indicios, lejos de debilitar fortalecen esta verdad, que la fe ilumina en forma amplia y que hace que la iglesia experta en humanidad, sea portadora de esta causa que-lo repito una vez más -es patrimonio de una humanidad digna de tal nombre-.

El compromiso de la Iglesia de con la verdad sobre el hombre conduce de manera natural al reconocimiento de que elegir el bien o el mal tiene un carácter concreto, objetivo, y que la evaluación de la bondad de los actos humanos no puede reducirse a la evaluación de las intenciones, aunque sean las mejores. Es precisamente el carácter objetivo y concreto del bien lo que soslayan las morales relativistas actuales y que han florecido recientemente para justificar arbitrariedades humanas. Un crimen es un crimen, aunque existen circunstancias atenuantes. Es un mal intrínseco que permanece no obstante justificaciones y relativizaciones, como nos lo recuerda la Veritatis Splendor (n80). Los consensos parlamentarios, las justificaciones de los comités de ética, no pueden cambiar lo que es malo en algo bueno; cambiar una degradación en una construcción. Estas consideraciones son particularmente pertinentes respecto de los atentados contra la vida humana, como lo son los asesinatos, el genocidio, el aborto, la eutanasia. Se trata de actos graves e injustificables en sí mismos, que afectan al bien fundamental del hombre y a su vida, de la cual el hombre no es creador ni “propietario”, sino que la acoge de su Creador. De este bien, el hombre no dispone de un derecho absoluto y despótico, sino que debe acogerlo como lo que es: un precioso don. Esta es una “lógica” de verdades parciales que fluye de una cultura relativista en la que no se advierten las contradicciones generadas, porque no se aprecia el vínculo entre las diversas verdades parciales, más profundo. En una tal cultura, la confusión de los conceptos se hace cada vez más densa, desembocando en un lenguaje orwelliano. El Magisterio de la Iglesia al subrayar las nuevas características de los recientes atentados contra la vida, denuncia esta degradación, que suscita “problemas de una particular gravedad”: estos atentados, en efecto, tienden a perder, en la conciencia colectiva, el carácter de delito y asumir paradójicamente el de “derecho”, hasta el punto de pretender con ello un verdadero y propio reconocimiento legal por parte del estado. (Ev, n. 11).


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