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sábado 3 de mayo de 2014 | página 17

SANTOS PARA TODOS (MÁS PELIGROSO QUE JESUITA CON INTERNET)

Cuatro Papas y un lodazal

La canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II es otra típica gambeta jesuítica de Francisco, un amague por derecha, otro por izquierda. Todo montado como show mediático global. Pero volvieron a salir a la luz las graves acusaciones que pesan sobre el Papa polaco: la triste historia del santito y el violador Por P. B.

VINCENZO PINTO / AFP PHOTO

L

A SAGACIDAD POLÍTICA QUE A LO largo de la historia han mostrado los jesuitas encuentra en Francisco a un digno representante de esa Orden, que desde sus inicios se planteó su accionar en términos político-militares, con una noción muy clara del poder. La espectacular ceremonia de doble canonización transmitida en vivo y en tres dimensiones, con tecnología de avanzada y satélites especiales, contrasta con realidades más opacas y agrias polémicas dentro y fuera del Vaticano. Ambos procesos de canonización estaban en marcha cuando Francisco fue elegido, pero el jesuita los superpuso, y de esa manera envió un mensaje complejo y ambivalente. Mientras los medios hegemónicos al servicio de los poderes fácticos, en todo el mundo, celebraron la doble canonización y marcaron la importancia de este hecho histórico en la vida de la Iglesia, también se alzaron voces más críticas que, en realidad, no hicieron más que poner las cosas en contexto, y ofrecer datos, cifras y hechos que durante la ceremonia permanecieron entre bambalinas. La doble canonización es una gambeta, una serie de rápidos amagues, uno por derecha, otro por izquierda. La ideología de los canonizados y sus respectivos papados fueron bien diferentes. Las acciones de Juan XXIII y Juan Pablo II no podrían haber sido más antitéticas. La doble canonización es la yuxtaposición de dos figuras incompatibles. Y parece responder más a la lógica de las internas dentro de los muros de la ciudad-Estado que a la necesidad de los fieles ávidos de santos. Se considera que Juan XXIII hizo realidad uno de los principales cambios en la historia de la Iglesia al convocar el Concilio Vaticano II, que abrió la institución al problema social. El Concilio adaptó la Iglesia a los tiempos sociales y políticos y fue revolucionario en varios aspectos. Permitió que la misa se oficiara en el idioma local y no en latín, como era hasta ese momento, y promovió un tipo de sacerdocio más cercano a los pueblos. En esa realidad nació la Teología de la Liberación latinoamericana. En el otro rincón del ring, el Papa polaco, campeón de la lucha contra el comunismo que condenó y prohibió la Teología de la Liberación. Y la combatió a través de quien se desempeñara como el guardián de la fe durante el papado de Juan Pablo II, Joseph Ratzinger, luego Benedicto XVI. En el papado de Karol Wojtyla, Ratzinger fue el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, nuevo nombre con que se conoce a la vieja Inquisición. En la lucha contra el comunismo y los movimientos revolucionarios el polaco y el alemán estuvieron juntos. En otros asuntos, en cambio, se enfrentaron. En 2011, cincuenta destacados teólogos de Alemania firmaron una carta en contra de la beatificación de Juan Pablo II, por no haber respaldado al arzobispo salvadoreño Oscar Arnulfo Romero, asesinado el 24 de marzo de 1980 por un comando paramilitar mientras celebraba una misa. Parece que esa carta se perdió. Juan Pablo II, en cambio, beatificó a Josemaría Escrivá de Balaguer, el fundador del Opus Dei, movimiento ultraconservador, eterno apoyo de los grupos de poder más concentrados, las dictaduras y las corporaciones. En sus 25 años del pontificado ningún obispo latinoamericano ligado a la acción social o a la Teología de la Liberación fue nombrado cardenal por Juan Pablo II. Los vaticanistas coinciden en señalar que dos graves problemas de la Iglesia influye-

ron en forma decisiva en la renuncia de Ratzinger: los miles de abusos a menores perpetrados por sacerdotes en todo el mundo y el escándalo del Instituto para las Obras de Religión (IOR) más conocido como Banco Vaticano, por presunto lavado de dinero. Y más allá de la fastuosa ceremonia, la canonización de Juan Pablo II volvió a reavivar las polémicas sobre la actuación del Papa polaco en estos dos temas. El libro Vaticano S.A. de Gianluigi Nuzzi, publicado en 2010, fue un verdadero mazazo para la curia, que intentó evitar su publicación. Está basado en el archivo secreto de monseñor Renato Dardozzi, una de las figuras más importantes en la gestión de las finanzas de la Iglesia desde 1974 hasta finales de los años noventa. Cuando monseñor murió decidió revelar esos documentos y así lo dejó por escrito. El libro demuestra cómo el Vaticano puso en marcha un complejo sistema de cuentas secretas que funcionó como una lavandería de dinero negro para la mafia, la economía y la política italiana. Los archivos secretos explican que había cuentas ocultas a nombre de mafiosos, banqueros, empresarios y políticos de alto nivel, entre otros el ex primer ministro democristiano Giulio Andreotti. “Declarar santo a Karol Wojtyla es olvidarse del abrumador catálogo de pecados terrestres que pesan sobre este papa: amparo de los pedófilos, pactos y regateos con dictaduras asesinas, corrupción, suicidios jamás aclarados, asociaciones con la mafia, montaje de un sistema bancario paralelo para financiar las obsesiones políticas de Juan Pablo II –la lucha contra el comunismo–, persecución implacable contra las corrientes progresistas de la Iglesia, en especial la de América latina, o sea, la frondosa y renovadora Teología de la Liberación”, señaló Eduardo Febbro en su nota publicada el 27 de abril en Página/12, “Postal de un espectáculo religioso obsceno”. Febbro menciona que el oscuro cardenal Angelo Sodano, número dos de Juan Pablo II durante casi 15 años, tenía un enemigo

interno, Jozef Ratzinger, y dos grandes amigos: Augusto Pinochet y el violador Marcial Maciel, sacerdote fundador de los Legionarios de Cristo, una tapadera de corrupción y abusos sexuales contra menores. “Sodano y Ratzinger libraron una batalla sin tregua: el primero para proteger a los pedófilos, el segundo para condenarlos”, señala Febbro. Maciel fue protegido y encubierto por Juan Pablo II. La documentación que incriminaba a Maciel, y que daba cuenta de sus abusos, fue bloqueada en 1999 por el Papa polaco. Está confirmado y reconocido oficialmente que Juan Pablo II tenía en sus manos información fehaciente sobre los abusos de Maciel, tal como lo admitió públicamente quien fuera su portavoz, Joaquín Navarro-Vals. Nada hizo el ahora santo con esa información. La impunidad de Maciel terminó con la muerte de su protector. En 2005, una de las primeras medidas que tomó Benedicto XVI fue desembarazar a la Iglesia de ese lastre.

El libro La voluntad de no saber. Lo que sí se conocía sobre Maciel en los archivos secretos del Vaticano desde 1944, se publicó en 2012 y es un documento fundamental sobre este tema. Sus autores, los ex legionarios José Barba y Alberto Athié, y el investigador Fernando González, ofrecen una abrumadora cantidad de documentos que demuestran que la Santa Sede ocultó los abusos sexuales cometidos por Maciel desde los años cuarenta. La investigación recoge parte del expediente vaticano de Maciel, que consta de 212 documentos y más de 600 páginas. Según los autores, estos documentos inéditos podrían, de haber sido tomados en cuenta a tiempo, haber obstaculizado la beatificación de Juan Pablo II. Cuando Benedicto XVI visitó México en marzo de 2012, el viejo asunto le estalló en su pálido rostro. Las víctimas de los abusos sexuales cometidos por Maciel manifestaron en esa oportunidad su repulsa “por la ocultación a sabiendas del escándalo por parte del Vaticano durante décadas y su indignación por que el Papa Benedicto XVI, de visita en México, no tuviera previsto recibirlos”. El santo express Juan Pablo II encubrió al violador Maciel hasta último momento. En 2004, antes de la muerte de Karol Wojtyla, Maciel fue honrado en el Vaticano. Ese mismo año Ratzinger reabrió las investigaciones contra los Legionarios de Cristo. El Papa encubridor, el enemigo de los movimientos de liberación de América latina, fue canonizado al mismo tiempo que Juan XXIII. La superposición de símbolos crea uno nuevo, más complejo, acaso inextricable. Se parece a un amague, a un acuerdo entre bambalinas o un alarde de cinismo que deja al descubierto la puja entre sectores renovadores dentro de la Iglesia y otros más oscurantistas y vinculados a la mafia vaticana. Entre bambalinas, entre pesadas cortinas y decorados, detrás del show mediático y la tecnología de punta, asoma más de lo mismo, lo de siempre, tan antiguo como la Iglesia: cada santo, cada gesto, cada movimiento tiene más que ver con las disputas intestinas y los intereses enfrentados que con motivos espirituales, pastorales. Todo santo es político. La gestualidad polivalente de Francisco, siempre esquiva y un paso delante de los análisis, se consolida como un rescate moderno de la vieja manera barroca y jesuítica de hacer política, pero ahora potenciada con medios tecnológicos con los que no pudo siquiera soñar Baltasar Gracián.

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