CIUDAD UNIVERSITARIA 40 AÑOS

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era un caserón antiguo. Allí fueron fundidas varias de sus obras, entre ellas El hombre creador de energía y el Cristo cayendo que hoy son símbolos de la Universidad, lo mismo que los catorce jinetes y los caballos de la escultura que hoy está en el monumento del Pantano de Vargas. En ese taller también tomé mucho aguardiente con Rodrigo.

Esas ideas nos las inculcó un profesor que nos marcó para siempre. Fue Antonio Mesa Jaramillo, profesor y decano de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Pontificia Bolivariana. Él nos impulsó a la búsqueda de una arquitectura que tuviera un sabor propio y una respuesta concreta a los problemas nuestros... Desde siempre aprendimos que nuestros recursos debemos utilizarlos con el máximo de rendimiento. A nosotros no nos está permitido el lujo. Por eso en todas las obras donde intervinimos, y en particular en la Ciudad Universitaria de la Universidad de Antioquia, fue siempre una premisa el lograr la mayor cantidad de metros cuadrados construidos con el menor costo posible. Repito, eso nos lo inculcó el profesor Antonio Mesa Jaramillo.

Y, a propósito de Rodrigo y su obra, como también del maestro Pedro Nel Gómez, un tema infaltable en la Ciudad Universitaria es el de la arquitectura en comunidad con el arte y en comunidad con el ambiente universitario. La raíz de ello está en el Renacimiento italiano. Todas las obras, como por ejemplo los palacios y las plazas, siempre tuvieron la integración de la arquitectura, la escultura y la pintura. El medio lo exigía. Era el renacer de los valores clásicos, en cuyo centro estaba el ser humano. Entonces todo debía ser amable para el hombre y todo le debía aportar valores que contribuyeran a su formación. Hay un detalle muy simpático de una charla que le oí al doctor Luis López de Mesa. ¿Saben cómo se formaba un griego? Preguntó el doctor López de Mesa al auditorio y a renglón seguido dio la explicación. El niño griego salía de su casa en dirección a la plaza pública, al ágora. En su recorrido ve a un hombre sentado en el suelo con un farol y diciendo cosas que el niño no entiende pero que le inquietan por la figura de la persona que las dice y por las caras de los oyentes. El niño pregunta, ¿y quién es ese señor? Y alguien le responde: Ése es Diógenes, el filósofo. En otra esquina el niño pregunta por la identidad de otro hombre que discute, interroga e increpa a un grupo de personas, ¿y quién es ése? Y alguien le responde: Ese es Sócrates, otro filósofo. Más adelante, el niño se arrima a un taller donde tocan música, están pintando y esculpiendo obras de arte. ¿Y quién es ése señor? Y alguien le responde: Ese es Praxíteles, el escultor, en compañía de sus discípulos. Inquieto por todo lo que ha visto y oído, el niño regresa a casa. ¿Y quién es ése niño?, es la pregunta que se puede hacer cualquier persona. Un griego, es la respuesta simple y llana. Un griego en el pleno sentido de la palabra.

cepción arquitectónica. Recuerdo que el poeta Amylkar U, al regresar una vez de Estados Unidos, se encontró conmigo en un restaurante de acá de Medellín y al verme me manifestó con mucha emoción que quería felicitarme porque un norteamericano le había dicho en San Francisco que en Medellín había conocido la universidad más impresionante y conmovedora, y que más que una universidad se parecía a un lamasterio. ¿Quién hizo eso tan bello?, fue la pregunta del gringo. Yo creo que eso lo hicieron arquitectos de allá, respondió Amylkar U. “Felicite a esos arquitectos cuando hable con ellos” fue el encargo que le dejó el gringo al poeta. Y es que en realidad a mucha gente se le ha escuchado decir que es un proyecto único. Mejor dicho, se cumplió lo que queríamos. La Ciudad Universitaria tiene identidad porque está de acuerdo con lo que somos nosotros. No es una copia de nada. Es un proyecto auténtico. A nosotros nos colmó realmente. Es nuestra satisfacción.

Con esta anécdota, el profesor López de Mesa explicaba cómo el ambiente social contribuye a la educación y a la formación del ciudadano. Ahora, cuando la revolución triunfó en México y el escritor y político José Vasconcelos asumió el Ministerio de Educación, éste aceptó el planteamiento de los artistas de que el medio debe educar al ciudadano. Así fue como se inició allí la incorporación del arte a los centros educativos y a las plazas públicas, que más adelante, en la década de los años cincuenta, se hizo más palpable debido a que los artistas, liderados por Rivera, lograron que los arquitectos revivieran aquel viejo principio de que la educación y el arte se viven y se sienten con más intensidad en el contexto público y no en el ambiente cerrado del aula y del museo.

La Ciudad Universitaria fue un trabajo fascinante que me ligó por siempre con la Universidad de Antioquia. Con la satisfacción de que mi esposa, Consuelo Echeverri, fue una de las fundadoras de la escuela de música o conservatorio que funcionaba en la calle Pichincha donde hoy están las torres de Bomboná. Mi vínculo con la Universidad es entrañable en todas las formas, sobre todo porque todos mis hijos, cuatro mujeres y un hombre, estudiaron en sus aulas. Y aunque he vivido paso a paso muchas de las etapas de crecimiento de la Universidad, no tuve la oportunidad de formarme en ella.

Aquí entre nosotros, ese fue el criterio que operó con las obras de Arenas Betancourt y de Pedro Nel Gómez. Ellos se entusiasmaron bastante con el proyecto de la Ciudad Universitaria y ninguno tuvo como propósito ganar grandes sumas de dinero, al punto de que Rodrigo trabajó como empleado de la propia Universidad. Estoy convencido de que no hay en Colombia, o por lo menos no la conozco, una obra que se pueda equiparar con la Ciudad Universitaria, desde el punto de vista de la con-

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