PERIÓDICO ALMA MATER N° 618 MARZO 2013

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Nº 618, UNIVERSIDAD DE ANTIOQUIA Medellín, marzo de 2013

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El canto de las víctimas inocentes Con la ópera urbana como instrumento, se activó la fuerza de la memoria y la necesidad de desterrar el olvido.

Foto cortesía

Por JUAN DIEGO RESTREPO

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Más mi pena no está sola / Hay miles de penas más / No te quedes con la angustia / Ponla aquí con las demás / Échala en este montículo /Poco a poco te aliviarás (Yerma) istintas víctimas del conflicto armado colombiano junto a un niño-quitapenas, una indígena, un dramaturgo, un director musical, un pianista, un par de compositores, dos contraltos, tres tenores, cuatro bajos, cinco sopranos, el grupo de cantaoras Memoria Chocoana, en total un equipo de 92 personas entre filósofos, músicos, actrices, actores, antropólogos, maquilladores, vestuaristas, diseñadores gráficos, técnicos de sonido y de iluminación intervinieron en la construcción y puesta en escena de la ópera urbana Memoria, destierro del olvido, obra que se presentó en la entrega de la primera etapa de la construcción del Museo Casa de la Memoria en Medellín en 2012. Al principio, una pregunta inquietaba al dramaturgo Eduardo Sánchez Medina: ¿cómo encontrar la imagen de la memoria?, es decir, cómo encontrar ese detonante, ese punto de actualización de todo lo pasado, para que espectadores y artistas de la ópera urbana viajaran y regresaran al mismo instante, a un acontecimiento producto de una forma de victimización. ¿Cómo lograrlo? Eduardo Sánchez hizo equipo con una comunicadora y una antropóloga para encontrar, en áreas como la sociología y la filosofía, incluso en el trabajo fotográfico de Jesús Abad Colorado, los referentes conceptuales que les permitieran hablar de memoria y olvido. Así halló su punto de partida: los testimonios.

Al grupo se sumaron las víctimas, por ejemplo, las Madres de la Candelaria aportaron sus historias de vida y revelaron un doloroso panorama: hay tantas formas de victimización que el tema pareció inabarcable para este equipo ampliado. A la par en que se avanzó en la dirección musical, en la escritura de la partitura, en la composición de la música lírica y de la música incidental, etcétera, la investigación examinó documentos históricos, entrevistas, testimonios e indagaciones hasta que pudieron delimitar cuatro formas de victimización que contenían a las demás: el desplazamiento, la masacre, el homicidio y la desaparición. “A diferencia de la ópera convencional, donde la partitura es el punto de partida de la obra, en la ópera urbana no se trata de cantar solamente, sino de vivir. El equipo artístico y de trabajo pasa por la experiencia, por la vivencia, para ir más allá de la representación. La partitura se vuelve testimonio de algo y no el medio para expresarlo. Es pasar de la interpretación a los rituales”, explicó Eduardo Sánchez Medina, director general de Ópera Urbana y docente del Departamento de Teatro en la Facultad de Artes, quién obtuvo una mención sobresaliente por su trabajo de grado de la Maestría en Dramaturgia y Dirección “Imagen de la memoria: testimonio lírico de significación histórica a partir de la dramaturgia y puesta en escena de la ópera urbana Memoria, destierro del olvido”.

Ópera Urbana nació en Medellín. Es un laboratorio de creación artística de carácter investigativo desde múltiples disciplinas. La primera ópera urbana se llamó “¿A Dónde? ¿A Dónde? … ¡Ciudad!” (2005) y en ella intervinieron 60 personas. La segunda se llamó “¡Oh! Santo Domingo” e incluyó 120 personas. Por ser una construcción colectiva, los guiones de estas obras se escriben muchas veces, recogiendo aportes del equipo investigativo, artístico y en este caso, de las víctimas. La memoria que martille / A temor de revivirlo / Soledad que poco a poco / Nos lleva al delirio (Yerma) El escenario de Memoria, destierro del olvido (2011) tenía cinco agujeros en el suelo por donde entraron y salieron los personajes. Imagine la puerta del submundo o una fosa común. Yerma buscaba a su hijo desaparecido. Su nombre significa estéril, terreno sin cultivar. Su cuerpo estaba maltrecho, su espíritu pedía justicia y verdad; fue interpretada por la mezzosoprano Sofía Salazar. En escenas siguientes una mujer indígena, Gladys Yagarí, cantó en lengua emberá al desplazamiento y a lo rural, las cantaoras

entonaron su corazón aniquilado a la masacre de Bojayá, las madres cantaron la pérdida de sus hijos, asesinados en la ciudad… cantos mezclados con algunos fragmentos de música popular, Desaparecidos de Rubén Blades o Volver de Carlos Gardel. Cuando Yerma encontró a su hijo, lo presentó ante todos en un altar de quitapenas para que hagamos el levantamiento digno de ese cadáver. Los quitapesares o quitapenas son una familia de cinco muñecos, uno para cada pesar, a los que usted le cuenta una pena y ellos espantan los miedos y alejan las tristezas. En este ritual, un árbol reseco dio paso a otro rondoso y verde, y se escuchó el canto de la comunidad. La ópera fue ese detonante pero cada víctima le dio el sentido, compadeciéndose del sufrimiento propio y ajeno. Como recordatorio, cada espectador se llevó una bolsita con una familia de quitapenas para su casa. Sólo reclamo un levantamiento / Como todo cuerpo asesinado / Pues víctimas no sólo son los muertos / Sino los vivos que hemos quedado. / Pero mi pena, / No es la única pena / Así como esta, / Miles de penas más. / ¿Hasta cuándo? (Yerma)


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