Rivista lasalliana 2-2010

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José María Valladolid

Salle hablaba con los munícipes, ya estaba funcionando y a ellos no les costaba nada! En lo que se refiere a esta escuela de niñas, una vez que La Salle convenció, uno por uno, a los miembros del Municipio, la aprobación resultó fácil, porque éste era el principal escollo. El difunto padre Roland lo había intentado en varias ocasiones, y no lo había conseguido. Pero éste era el primer paso; faltaban otros dos: la aprobación del arzobispo y la concesión de Letras Patentes. Cuando el señor arzobispo, Maurice Le Tellier, se enteró de que el Ayuntamiento había dado la aprobación a la escuela de las Hermanas del Niño Jesús, se quedó extrañadísimo, y fue tal su alegría, que dio inmediatamente su aprobación - el segundo paso -, y se encargó él mismo, personalmente, de obtener las Letras Patentes - el tercer paso-. Esto resultó ya sumamente fácil, porque Le Tellier tenía en París un hermano que era ministro del rey, y él mismo tenía entrada libre en el palacio real. En muy poco tiempo las Hermanas del Niño Jesús tenían en sus manos las Letras Patentes, ya registradas oficialmente, y sin haber gastado nada, porque el señor arzobispo quiso correr con todos los gastos. Pues bien, cuando Adrián Nyel propuso a Juan Bautista la finalidad de su visita a Reims y le habló, casi seguro que con ardor, de que iba a abrir una escuela de niños, seguro que en la cabeza del joven canónigo se agolparon todas las gestiones que había tenido que hacer para la escuela de las Hermanas. Con suma prudencia le dijo que no lo divulgara, e incluso que nadie se enterase, y para que nadie indagara curiosamente quién era y qué pretendía, «Venga, venga usted a alojarse a mi casa, le dijo con tono amable; como mi casa es una especie de lugar de acogida, a la que vienen con frecuencia sacerdotes de pueblo y eclesiásticos amigos míos, es adecuada para que se aloje; y así quedaría su proyecto velado para la gente. Bajo las apariencias de su exterior, parecido al de un sacerdote rural, pensarán que usted es uno más. Además, yo tengo derecho de alojar en mi casa a quien quiera, y no me preocupa lo que de ello pueda pensar la gente, y lo que menos me inquieta es lo que puedan decir. En mi casa, tranquilo y desconocido, sin que nadie se preocupe de usted, puede quedarse ocho días. Ese tiempo permitirá reflexionar seriamente y bastará, tal vez, para arreglar sus planes, y también para tomar las medidas adecuadas para salir airosos. Terminado ese tiempo, podrá ir a Nuestra Señora de Liesse, a donde le reclama su piedad, y a la vuelta podrá intentar la apertura de las escuelas» (Blain, I, 162163). La intención de Nyel, de acuerdo con la indicación de la señora de Maillefer, era alojarse en la casa del hermano de ésta, bien conocido de La Salle. Si lo hubiera hecho, todo Reims hubiera sabido al día siguiente que llegaba para abrir una escuela de niños, y los miembros del Ayuntamiento, alarmados por otra nueva fundación, «le habrían abierto todas las puertas para que se marchara» (Blain, 1, 162). Nyel, muy contento de haber hallado desde el primer momento el mejor asesor que


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