Taggert 20

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-Le sugiero que si anda buscando algo más «mono», ¡Dios mío, qué palabra tan anticuada!, debería buscar en otro sitio. El tono de manifiesta hostilidad de Samantha, por no hablar de su exigencia de que abandonara la habitación, no tuvo efecto en Taggert, porque siguió comiéndose el bollo. -Soy un tipo anticuado -dijo-. Yo, en tu lugar, no haría eso. Samantha tenía la mano sobre el pomo de la puerta, y cuando oyó la advertencia, por primera vez tuvo miedo. De espaldas a él, la mano le temblaba, pero no se volvió para mirarle a la cara. -Escúchame, Sam -repuso él, como si se sintiera molesto y hasta exasperado-. A mí no tienes por qué tenerme miedo. Yo no te haría daño. -Y se supone que tengo que creerle? -murmuró ella, intentando conservar la calma, pero sin conseguirlo-. Me mintió acerca de la llave. Mike se daba cuenta del miedo que delataba la voz de la chica, y deseaba que no se asustara de ese modo, pues en realidad era el último sentimiento que deseaba provocarle. Se levantó lentamente de la cama, sin movimientos bruscos, y se acercó a ella, que permanecía de cara a la puerta. Le puso las manos sobre los hombros, frunció el ceño cuando sintió que Samantha tensaba el cuerpo como para soportar los golpes que descargara sobre ella, y, con la misma delicadeza con que trataría a un animal herido, Mike la llevó a la cama, retiró la ropa y la hizo meterse entre las sábanas, siempre sonriéndole como para darle confianza. -No -murmuró ella, y la voz casi le temblaba de miedo. Era evidente que la quería en la cama para que le fuera más fácil atacarla, o incluso para algo peor. Mike pensó que las mujeres jamás habían visto en él a un violador, ni le habían tenido miedo, y por eso le desagradaba la actitud de Samantha. Pero sobre todo le molestaba porque no había hecho nada para despertar en ella ese temor. -¡Qué diablos! -exclamó finalmente, empujándola hacia la cama. Samantha cayó encima de la ropa revuelta. Mike estaba harto de verse tratado como una especie de pervertido sexual que se entretenía atacando a sus inquilinas. Se alejó de la cama y luego se volvió para lanzarle una mirada furibunda-. Vale, Sam, aclaremos algunas cosas entre nosotros. De acuerdo, resulta que te besé. Al parecer, según tus reglas, merecería que me colgaran, o al menos que me castraran, pero la verdad es que vivimos en una sociedad permisiva. ¿Qué te puedo decir? ¿Que hay gente que vende drogas a los niños, que hay quien mata a mansalva, que hay violadores de niños y que luego estoy yo? Yo, que beso a las chicas bonitas que ponen cara de querer que las bese. Por desgracia, la ley no castiga a los obsesos como yo, ¿verdad? Samantha tenía los brazos cruzados bajo sus pechos, como protegiéndose. -Y qué significa todo eso? -Significa que tú y yo tenemos que ponernos a trabajar, que estoy harto de esperar a que salgas a la superficie. -Ponernos a trabajar? No tengo ni idea de qué está hablando. Mike tardó un momento antes de caer en la cuenta de que Samantha era sincera.

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