Taggert 20

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-Ya lo sé -contestó ella, melosa, y le devolvió el apretón de dedos-. No quieres que me suceda nada malo y crees que es peligroso que yo la visite. -Así es. -Mike, tú tienes mucha suerte -replicó y respiró hondo-. Tienes a tantas personas, a tantos parientes..., pero los míos han desaparecido todos. Sólo quedamos Maxie y yo. Ella está recluida en un lugar horrible, y yo estoy aquí... A ella no le queda mucho tiempo. Samantha se puso a temblar y él la abrazó. -Vamos, cariño, no pasa nada. Si quieres, iremos a visitarla. -No tienes que venir conmigo -objetó ella. Como solía suceder, se sentía segura en sus brazos. -De acuerdo -replicó él, acariciándole el pelo-. Te dejaré ir sola. Seguro que te quedas atascada en una puerta giratoria. -Esperaba que vinieras conmigo -declaró ella con una sonrisa. Luego se apartó de él-. Ahora dime cómo preparar un sidecar. -Samantha, no puedes llevarle bebidas alcohólicas. No quiero tener que señalarte algo que es evidente, pero Maxie está muy enferma. No creo que su médico permita que... Ella lo hizo callar poniéndole el dedo sobre los labios y exclamó: -Mi abuelo Cal solía decir: «¿Qué te puede hacer daño si vas a morir?». No había fumado un cigarro desde los años cincuenta, pero el mismo día que el médico le dijo que se estaba muriendo, compró una caja de puros muy caros, y se fumó uno cada día hasta que falleció. Mi padre le puso los que sobraron dentro del ataúd. Mike no dejaba de mirarla. Samantha había vivido cosas que él no podía ni imaginar. Había crecido rodeada de gente al borde de la muerte, y en cuanto a su padre, cuando no estaba enfermo, pedía que no entrara la luz del día en casa. Sin decir palabra, Mike estiró la mano hacia uno de los armarios y sacó un libro amarillento que resultó ser un recetario de cócteles. -Veamos. «Sidecar: Cointreau, zumo de limón y coñac.» Creo que podemos arreglarnos. -Ay, Mike, te adoro -exclamó ella riendo, y enseguida se avergonzó de lo que había dicho. Mike no levantó la mirada del libro. -Eso espero -comentó, como si lo que Samantha acababa de decir no significara nada para él. Sin embargo, el cuello se le volvió de un color más rosado de lo normal, como si se hubiera sonrojado.

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