River 00

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JUDE DEVERAUX

SWEETBRIAR

Devon le lanzó una mirada que la obligó a bajar la vista y clavarla en su delantal lleno de judías verdes. —En cuanto me lleves a buscar una buena pieza de madera. —Dime qué necesitas y te lo traeré. —¡Venga! Lo mejor sería que me trajeras un pedazo de roble o una pieza de nogal seco. Linnet no entendía qué tenían de malo aquellas dos maderas y frunció el ceño en señal de frustración. —Mira —Devon se dirigió a Phetna antes de volverse de nuevo hacia Linnet—, estoy tan harto de estar aquí dentro, que voy a empezar a tallar las paredes... ¡con los dientes! ¿Por qué no salimos un rato? —¿Ahora? No podemos. —¿Por qué no? —Tus pies están aún en carne viva, y tengo que cocinar y... —Vosotros dos id —dijo Phetna—. Miranda y yo nos encargaremos de todo lo que hay que hacer aquí. Linnet abrió la boca para protestar. —Vamos, Lynna, se diría que tienes miedo de estar a solas conmigo —dijo Devon con un tono de complicidad en la voz—. ¿Qué mal puedo hacerte en mi estado? Linnet se esforzó por no sonrojarse de nuevo. —Por supuesto que podemos salir. No te temo, Devon Macalister. Comenzaron a salir juntos, Devon avanzaba muy despacio, soportando el dolor. Cuando llegaron a la parte frontal del porche, Devon hizo una pausa: tomó un serrucho pequeño y acarició el pelo en la sien de Linnet. —Yo tampoco te temo a ti, Linnet... Macalister. Ella lo adelantó sin decir nada, pero se sonrío al darle la espalda. —Espera un minuto. No puedo ir tan rápido. Linnet se volvió hacia él y advirtió la expresión de sufrimiento en el rostro de Devon, que se esforzaba por caminar penosamente sobre sus pies quemados. Lo tomó del brazo y él se apoyó en ella. —Devon, creo que no deberías haber salido. No deberías andar aún. Devon agachó la mirada para sonreír a Linnet. Fue una sonrisa un tanto torcida por el dolor, pero era una sonrisa al fin y al cabo. —Pasar un día de primavera fuera, en compañía de la preciosa mujer a quien amo me hará mucho bien. No me privarías de ese placer, ¿verdad? Linnet le dio un golpecito en el hombro con la cabeza. —No, Devon, no sería capaz de negarte nada. —¡Oh, no! Creo que este día promete ser especialmente placentero. —No sigas por ese camino, o recibirá un empujón en tu espalda dolorida. —¿Mi espalda? Recuerdo una noche que pasé tumbado sobre mi espalda mientras una inglesita... —¡Devon! Devon se rió, pero dio el tema por zanjado. Cuando al fin alcanzaron el campo de tréboles, Devon se sentó aliviado. Linnet le quitó los mocasines y advirtió que sus pies se habían agrietado en diversas partes y estaban sangrando. Se le saltaron las lágrimas ante aquella visión. —Ven aquí, tontina, y deja de poner esa cara. Acércate a aquel álamo blanco y córtame una rama. No resultó muy fácil conseguir una pieza de madera que cumpliera con sus especificaciones exactas. Linnet comenzó a descubrir entonces la faceta artística de Devon, a comprender la cantidad de tiempo y reflexión que dedicaba a cada una de sus tallas.


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