La Ratonera n.º 27

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Lope busca un tono ligero para compensar el contenido preceptivo, el velado humor para aliviar desacuerdos, según una estrategia de contestación apta al diálogo frontal con su ilustre público, pero sin renunciar, ya desde el principio (vv. 13-14), a deslizar casi inadvertidamente un agudo comentario sobre teoría y práctica artística: porque él sabe que su meta es difícil, pero podría parecer fácil a un académico, un crítico de comedias que “ha escrito menos de ellas, y más sabe / del arte de escribirlas y de todo”. Detrás de la boutade irónica aflora, como siempre, la valoración segura de su oficio y de su capacidad de artífice. 3) El Arte nuevo ofrece una detallada y puntual descripción del modelo de teatro que Lope y otros contemporáneos suyos han ido creando, durante una década de experiencias, no sin titubeos y confusas tensiones, pero con gran recepción popular. Su reformulación de la teoría teatral nos da una clave de análisis desde la cual examinar e interpretar las diferentes obras, unas normas claras pero sin rigidez, adaptables y cambiantes como se verá en las décadas siguientes, y que permiten variaciones e invenciones, lo que se ve ya en la práctica del mismo Lope, que no somete siempre a ellas su libertad de creación y de experimentación. Pero sigo pensando

que la capacidad revolucionaria de su idea de teatro consiste en su relación, lúcida y no idealista, con el público –muy interesante porque me parece que abre a la modernidad de nuestros tiempos de comunicación televisiva–, en el propósito de satisfacer a este público plural, comprendiendo sus exigencias y sus debilidades (ver las quejas que afloran en el concepto de vulgo, no sólo en el Arte nuevo), pero también confiando en su capacidad de disfrutar, en escala diferente, la yuxtaposición de estilos, lenguajes, tonos, brillantez métrica que caben dentro del formato fijo de la comedia nueva. Lope sabe bien que no todos apreciarán los artificios poéticos, la complicación de los mecanismos teatrales, los cortes de ritmo de la acción, pero piensa también, desde su éxito hegemónico, que el efecto que su teatro tiene sobre el espectador consiste en su variada excelencia dramática, y en las inmensas posibilidades de la palabra para captar –y hacer ver– a los oyentes, y en la construcción, además, de una red de convenciones, aceptadas por todos, a través de la asiduidad de presencia. Gran poeta, Lope no puede admitir que se reduzca la comunicabilidad al fácil recurso a la tosca maravilla de rudimentales tramoyas. El nuevo arte perfila un artefacto para todos, pero de alta calidad.»

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Septiembre 2009

fía sobre el género del Arte nuevo: tratado de preceptiva dramática, epístola horaciana, apología y defensa, testamento doctrinal, loa teatral, etc. Según la perspectiva escogida varía la valoración de la doctrina o la acentuación de la ironía, del componente mordaz y burlón. Estoy de acuerdo con la crítica reciente, que ha insistido en el carácter de discurso oratorio, leído ante un público, el de la Academia de Madrid, del cual poco sabemos, pero que podemos imaginar variado, con una parte conservadora de clasicistas y moralistas, pero también con la presencia de partidarios del nuevo arte. Lope elabora, por tanto, una estrategia de tira y afloja, exhibe su conocimiento de Aristóteles, del teatro antiguo y de los comentaristas italianos (la gravedad doctrinal es sobre todo defensiva), pero a través de una mezcla de afirmaciones azarosas y retractaciones ambiguamente contritas, llega a describir la comedia al estilo del momento, a subrayar sus puntos esenciales, a veces apoyándolos con la cláusula métrica del pareado, a establecer unas reglas, importantes y necesarias pero sin fronteras rígidas y que vienen del uso y de la práctica, donde influye el gusto del espectador y paralelamente la atención continua del artista para comprender el efecto que la obra produce en el receptor.


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