Sitio del Suceso III

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-¡Pero eso es imposible! -exclamó aún más confundido Faustino. -¿Imposible? –replicó el tipo desde las penumbras- Lo realmente imposible ha sido recuperar a mi padre después que tú lo mataste. -Te juro que jamás fue mi intención asesinarlo –se apuró en justificar Faustino-. Todo se trató de una equivocación. -Lo mismo dijo “Sabueso”, pero no fue suficiente para perdonarle la vida. -Te repito que fue un error –replicó con desesperación Faustino–. Solo queríamos intimidar a los policías, pero jamás fuimos unos asesinos. Si quieres puedes quedarte con el botín.

SITIO DEL SUCESO III *

Cuando las letras son la evidencia

-Ningún botín hará volver a mi padre.

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-Te imploro que me des tiempo para demostrarte que digo la verdad. -¿Tiempo? –inquirió irónicamente el tipo mientras salía de las penumbras y apuntaba a Faustino con su arma–. Han pasado 20 años y creo que para ti ha sido suficiente tiempo para pagar tus culpas. Quiero que te arrodilles y comiences a contar los últimos segundos de vida que te quedan. Faustino dejó la pala a un lado y se arrodilló lentamente a un costado del viejo tronco del sauce, justo donde había enterrado el botín. El hombre se aproximó lentamente y fue a poner el cañón de la pistola sobre su cabeza. Faustino pudo escuchar su aliento. El corazón le golpeaba las costillas como si tratara de huir de su cuerpo. Habría dado cualquier cosa por no estar en esa situación. De algún modo sentía que después de soportar 20 años de prisión su sentencia no estaba aún cumplida y ahora debía enfrentar la muerte. ¿ Acaso eso era injusto? ¿Acaso no bastaron 20 años de angustia? Tal vez no. En esa instancia de íntima angustia comprendió que lo realmente injusto fue haber condenado al hijo del policía a quedar huérfano por el resto de su vida. Por primera vez veía de una manera distinta aquel asesinato. Era la vereda opuesta, el sufrimiento del otro, la empatía por el dolor de alguien que nunca conoció y que ahora, a su lado, amenazándolo con aquella arma sobre la cabeza, intentaba cobrar venganza. Faustino se sintió como nunca antes culpable de sus fechorías y, entregado a las circunstancias, al destino, a la inevitable necesidad de pagar las cuentas pendientes para por fin vivir con su


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