Albom Mitch, Las Cinco Personas Que Encontraras En El Cielo, The five people you meet in heaven in s

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Mitch Albom Las cinco personas que encontrarás en el cielo cería. Pero, al parecer, había vuelto a ser el hombre que había sido en la tierra, con cicatrices, michelines y todo. ¿Por qué el cielo hacía que uno volviera a vivir su propia decadencia física? Siguió las luces parpadeantes de debajo de la estrecha cadena de montañas. Aquel paisaje, desnudo y silencioso, quitaba la respiración; se ajustaba más a cómo había imaginado el cielo. Por un momento se preguntó si ya habría terminado, si el capitán no se habría equivocado, si no habría más personas con las que encontrarse. Avanzó por la nieve bordeando una roca hasta el gran claro de donde procedían las luces. Volvió a parpadear; esta vez con incredulidad. Allí, en el campo nevado, aislado, había una construcción que parecía un furgón con el exterior de acero inoxidable y el techo rojo en forma de barril. Un rótulo parpadeaba encima: «Comidas». Un restaurante. Eddie había pasado muchas horas en sitios como aquél. Todos parecían el mismo: asientos de respaldo alto, mesas brillantes, una hilera de ventanas con cristales pequeños en el lateral, que, desde fuera, hacían que los clientes parecieran pasajeros de un vagón de tren. Eddie distinguía ahora las figuras por esas ventanas; eran personas que hablaban y gesticulaban. Avanzó hasta los escalones cubiertos de nieve y llegó a la puerta de doble hoja de cristal. Miró dentro. Una pareja de personas mayores estaba sentada a su derecha tomando tarta; no se fijaron en él. Otros clientes estaban sentados en sillas giratorias en la barra de mármol o en las mesas con sus abrigos en percheros. Parecían de décadas diferentes: Eddie vio a una mujer con un vestido de cuello cerrado de la década de 1930 y a un joven con un signo de la paz de los años sesenta tatuado en el brazo. Muchos de los clientes parecía que habían sido heridos. A un negro con camisa de trabajo le faltaba un brazo. Una adolescente tenía una cuchillada cruzándole el rostro. Ninguno de ellos miró cuando Eddie dio unos golpecitos en la ventana. Vio a cocineros con gorros blancos de papel, y fuentes con comida humeante a la espera de ser servida en el mostrador; comida de colores de lo más apetitoso: salsas de color rojo oscuro, cremas amarillas. Desplazó la mirada hacia la última mesa de la esquina derecha. Quedó paralizado. 77


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