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Negro Primero, Pedro Centeno Vallenilla

Por Ender Ynfante

A medida que se hurga en la historia oficial y lateral del período de la Independencia venezolana, se van desentrañando episodios, personajes y resonancias que permiten mirar la interioridad del venezolano. Rastrear nuestro árbol genealógico nos permite, más allá de conocernos, arraigar la individualidad en una cadena de acontecimientos de los que poco conocemos y, en la mayoría de los casos, están cargados de una oportunista dosis de tergiversación.

La épica independentista no fue sólo una lucha teñida de sangre y de largas marchas asoladoras o libertadoras, matiz que sólo dependió de quiénes fueran los que llegaran primero a las comunidades que conseguían a su paso. La homogeneidad aparente de la Independencia no resiste un análisis profundo, tal vez porque en el intercambio humano nada es tan sólido como el estudio histórico pretende hacer ver. En la lucha independentista los grandes íconos referenciales, a quienes llamamos libertadores, tuvie-

ron que recurrir a otros personajes secundarios, underground, de reparto, que fueron los que más pusieron en juego y quizá los que menos tenían que perder, porque de alguna manera ya estaban desahuciados de la sociedad. La Independencia significaba para ellos no sólo la ruptura del yugo español, sino la esperanza de participar en la sociedad de modo igualitario y solidario. Entre los negros y mestizos que participaron en la Independencia más conocidos están Pedro Camejo, quien luchó en los dos bandos; Leonardo Infante, quien alcanzó el grado de coronel patriota; Juana Ramírez, La Avanzadora, quien prestara servicios a los Patriotas en la logística de los combates y en las mismas luchas. En todo caso, catalogar tiene su alta dosis de simplificación, pues nombrar algunos líderes negros o indígenas de los que participaron en el proceso independentista implica dejar de lado a otros que la concepción jerárquica de la historia no tomó en cuenta, quizá por falta de hazañas resaltantes o espectaculares asociadas a ellos o por la misma mezquindad del estudio preciso y académico, que termina privilegiando los datos comprobables, pero que deja de lado la motivación profunda de las acciones, a las que no se llega si no se hace un acercamiento a la particularidad de esos momentos y circunstancias que llevaron a esas personas con claras contradicciones sociales, históricas y emocionales, a unirse a los bandos en pugna para tratar de salir de su situación esclavizada.

Intervención mural en Güiria, Taller Artefacto y Ramón Pimentel

Patuá: conjunto cultural caribeño Por Julio Loaiza

El territorio desde una visión política limita de alguna manera las actividades culturales desarrolladas en una geografía determinada. El Caribe -refiriéndome a lo geográfico- ha sido un territorio ocupado y conquistado por comunidades indígenas, luego por colonizadores europeos, quienes trajeron consigo africanos esclavizados para trabajar en plantaciones. Debido a la inevitable interacción entre estas diferentes culturas que luchaban por un territorio, se originó una cultura sincrética asociada a las particulares formas de asimilación de elementos diferentes. Uno de los resultados que surge en este espacio es la lengua. Las lenguas son manifestación propia de los seres humanos, el lenguaje está formado por símbolos vocales de un grupo que se comunica, expresa y actúa. La lengua está organizada como un conjunto de unidades significativas que traduce el universo y todo lo que contiene. El Patuá o

Creole, es una lengua criolla de base francesa con aportes gramaticales, fonéticos y sintácticos del inglés, del español, así como de lenguas africanas asentadas en el Caribe desde el Siglo XVIII. La lengua ha permitido el intercambio comercial y cultural del sur de la Península de Paria con el Caribe Oriental. Es una lengua hablada en su mayoría por afro-descendientes. En el siglo XX, los estados derechistas y dictatoriales, han propiciado la ruptura del intercambio comercial y cultural con el Caribe, haciendo de la geografía una parcela reducida, que ha favorecido la imposición de modelos sociales diferentes a los que ya se habían desarrollado. En ese mismo siglo, el uso funcional del patuá sufrió considerables cambios, tal como lo indica la profesora Rosa Bosch, quien en una entrevista comenta: “Una señora en Río Salao, nos contaba que cuando gobernaba Gómez, por los años 20, en las escuelas pusieron un cartel que decía: Prohibido hablar creole o patuá en la escuela. Era evidente que empezaba a tomarse medidas desde el Estado, desconociendo

la historia de estas comunidades en el que el desarrollo de su cotidianidad estaba relacionada directamente con el Caribe.” La reproducción del discurso opresor en América continuó hasta disminuir el uso comercial de la lengua, de tal manera, que contribuyó en gran medida, al adormecimiento de nuestras comunidades potencialmente efectivas y capaces de mantener, conservar y preservar su patrimonio dinámico y diverso. La identidad de nuestros pueblos y la memoria histórica ha estado amenazada constantemente por la construcción de un discurso en contra de las tradiciones y saberes populares. Los medios de comunicación han propiciado a finales del siglo XX y principios del XXI diversos señalamientos descalificativos. Las fiestas tradicionales como el Carnaval, están liderizadas por compañías cerveceras, que desvirtúan la razón de ser de las prácticas asociadas con el encuentro, la renovación y el compartir comunitario. Esta dominación cultural, económica y política se traduce en negación de la identidad, el control del territorio, de los recursos, e incluso en el desplazamiento y desarticulación de sus miembros. Ante una realidad histórica que choca constantemente con la cultura e identidad patuá o creole, los lazos de resistencia cultural permanecerán mientras los hablantes mantengan el uso de ese recurso de su identidad que es la lengua.


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