Bogotálogo 3.0. Usos, desusos y abusos del español hablado en Bogotá

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IX. El zipa El dueño del aviso

El zipa se comporta según los antojos propios. Le vale hongo si un sapo o un chupamedias están tratando de hacerle el cuarto o si la Chepa decide cortarle el chorro o los servicios. Él se sabe por encima de cualquiera de esas chimbadas. Aunque le sobran argumentos para dárselas, el zipa no debe andar por ahí boleteándose ni picándoselas. Lo mejor siempre será comer callado. De ahí que al mamarse de una determinada condición lo aconsejable para todo zipa que quiera comportarse como uno de los de su estirpe sea retirarse en silencio con un sencillísimo “suerte es que les digo”. Desjetado, desmueletado y hasta descanzurriao, un verdadero zipa nunca dejará de ser zipa, aunque los demás se la monten de sindicato.

X. Las cariátides del Palacio Voltearse nunca, torcerse jamás II

Las cariátides del Palacio son jueces sumas del orden universal. Pero la justicia es jodida. Con tanto abogado perro y el mundo de serruchos, miti-mitis y torcidos que en la Tierra imperan, fácil es que se le volteen a uno las chupas o que se le salte el cambio y termine embarrándola. Además, no todos ven el mundo igual. Unos son godísimos. Otros, mamertos. Otros, anarcos. De ahí la relevancia de ponerse en las quimbas del prójimo. Lo anterior deriva en un sancocho conceptual que a veces le hace tambalear el coco hasta al más seguro de los seres. Por eso las cariátides resguardan la puerta, como un símbolo de que a la primera falta habrán de decapitarte… de un espadazo. O mejor: de un machetazo. Tristemente, como lo ha demostrado la historia, las cariátides son frágiles.


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