Escrito en piedra.

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Escrito en Piedra

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todopoderoso Dios, quien vive en perfecta santidad. Obviamente, lo que tenga que decir un Dios como este demanda nuestra más completa y cuidadosa atención. Lo que recibimos en el monte Sinaí no fue simplemente la ley de Moisés, sino la ley de Dios, hablada en la revelación de su gloria. Como Isaías escribiera luego: “Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la Ley y engrandecerla” (Isaías 42:21). Aunque Dios mostró su gloria en el humo y el fuego en la montaña, Él hizo una revelación mayor de su deidad cuando comenzó a hablar. Dios dijo: “Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxodo 20:2). Este versículo es a veces llamado el prefacio o prólogo de los Diez Mandamientos. En él Dios defiende su autoridad como legislador. ¿Qué le daba el derecho a Dios de decirle al pueblo qué hacer? En palabras del Catecismo Menor de Westminster, “El prefacio de los diez mandamientos nos enseña que siendo Dios el Señor y nuestro Dios y Redentor, estamos por tanto, obligados a guardar todos sus mandamientos” (P. 44). Dios es el Señor. Aquí Dios usa su nombre especial para el pacto, Yahvé. Él es el gran YO SOY, el soberano y Todopoderoso Señor. Él es el supremo, preexistente, eterno e inmutable Dios, quien se ató a sí mismo a Abraham, Isaac y Jacob, con la promesa irrompible de su pacto. Además, Él es nuestro verdadero Dios, “Yo soy Jehová, tu Dios”, dice. De manera sorprendente, usa la segunda persona del singular, lo que indica que Él tiene una relación personal con cada persona en particular de su pueblo. Esta relación personal es también una relación salvadora, porque Dios dice: “Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto, de casa de servidumbre” (Éxodo 20:2). Este es el resumen de todo lo que había pasado hasta el momento en el Éxodo. Dios estaba recordando a los israelitas que Él no era sólo su Dios, su Señor, sino también su Redentor. Y fue con base a esto que Dios dio su ley para sus vidas. Fue privilegio único de Israel recibir la ley directamente de Dios. Lo que Dios dijo a Israel es básicamente lo mismo que dice a cada creyente en Cristo: “Yo soy Jehová, tu Dios, que te saqué del Egipto de pecado, donde eras esclavo de Satanás”. Por medio de la obra salvadora de Jesucristo, quien fue crucificado y resucitado, Dios es nuestro soberano Señor y verdadero Salvador, y por lo tanto tiene el derecho de reclamar autoridad legal sobre nosotros. La ley viene de Dios, quien es nuestro Señor y Salvador.


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