Volviendo a los elementos de socialización presentes en el centro, el espacio es para nosotras también uno de los aspectos clave e influyentes: cómo está configurado, cómo se entiende, se interpreta y se lee por parte de las niñas, los niños y las personas adultas. Según el informe Breus#31 de la Fundación Jaume Bofill (Martin, Imma y vv. aa., 2010), las niñas y los niños pasan unas 525 horas al año en el patio, más horas de las que se dedican a la educación física o casi el mismo tiempo que se dedica a las lenguas. Sería raro imaginar que no dedicásemos mucho tiempo a programar y evaluar qué sucede en el patio, qué hacemos en el recreo y cómo funcionan estas materias. Por lo tanto, es imprescindible poner la mirada y el tiempo en pensar y repensar qué pasa en los patios, como un espacio y tiempo educativo más, un espacio en el que se forman y perpetúan valores sociales. Precisamente, este potencial de reproductor cultural es lo que le da tanto valor como escenario donde re-significar las relaciones sociales. Es un espacio y un tiempo que suele ser considerado por las personas adultas como neutro, en el que las niñas y los niños se relacionan y eligen qué hacer libremente, pero la observación empírica nos ha demostrado que suele tener una fuerte carga de género, tanto en el espacio y la disposición como en las relaciones que se crean y en las actividades que se realizan. Tal como apuntan Amparo Tomé y Marina Subirats, en el patio de juegos existe desigualdad sexual porque ni los recursos ni el espacio se distribuyen equitativamente entre niñas y niños, aunque también porque los juegos que desarrollan unas y otros tienen una clara marca de género (Tomé, Amparo; Subirats, Marina. 2007). Asimismo, Baylina, Ortiz y Prats (2006) en su trabajo sobre los espacios de juego en la vida cotidiana de niñas y niños en entornos urbanos, explican que el factor edad es el elemento organizador de los espacios de juego y que con la edad aumenta la segregación de niñas y niños según el tipo de juego. En general, los niños tienen un uso más extensivo del espacio que las niñas. Cualquier espacio –desde el diseño, los materiales y la distribución– condiciona el uso que le dan las personas y, por lo tanto, condiciona las relaciones humanas que se producen en él así como la convivencia.
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